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Las deudas se pagan. - por Borja

Web: http://leondecomodo.blogspot.com.es/

10:45
Llegué pronto. Me daba igual esperar si con ello me podía ahorrar algún disgusto.
Aquello era algo serio.
Me senté en un banquito, bajo la marquesina de autobuses donde habíamos quedado.
No había nadie esperando todavía, así que, con el único propósito de disimular, saqué un periódico del bolsillo y lo extendí sobre las rodillas, mientras observaba de soslayo mi perímetro. Apenas había gente por la calle. Todo estaba tranquilo.
Un ruido de tubo de escape llamó mi atención a mi espalda. Tal vez no viniese en autobús, pensé esperanzado. Pero el coche pasó a toda velocidad sin detenerse.
Quería acabar con aquello cuanto antes y no deberle nada más a esa gente.
11:00
El primer autobús descargó a cuatro pasajeros. Ninguno parecía ser la persona a la que esperaba.
Los nervios me provocaron un tic en una pierna. La empecé a mover arriba y abajo sobre la puntera del pie en un acto reflejo. Igual de incontrolable como el tiritar por frío.
Ya había llegado la hora. El contacto se presentaría de un momento a otro. No podía tardar.
Sólo debía permanecer allí quieto; conservando la calma.
11:15
Cerré los ojos y respiré con fuerza unas cuantas veces.
Para cuando los abrí, desearía no haberlo hecho: un coche patrulla estaba pasando justo por delante de mis narices. Sentí como el corazón amagaba con querer saltarme del pecho. Era lo último que quería ver en aquel momento.
Volví a cerrar los ojos y respiré aún con más fuerzas.
Al cabo de un rato no muy largo, una vocecita me obligó a abrirlos de nuevo.
–Mami, ¿qué le pasa a ese señor? –le preguntó una niñita a su madre, señalándome con el dedo desde el otro extremo de la marquesina.
–No sé, Cielo –bajó el brazo con el que me señalaba la niña y la atrajo hacía sí –. Ven, anda, no te sientes ahí.
11:30
El siguiente autobús llegó igual de puntual que el primero. Y también con idéntico resultado. Nadie parecía querer buscarme.
Un reguero de desesperación luchaba por adueñarse de mí.
Me fijé en cómo subían madre e hija al autobús, y me sorprendí al ver a la niña despidiéndose de mí con la mano.
No pude evitar sonreírle y devolverle el gesto. Los nervios me habían hecho quedar como un idiota ante esa niñita y su madre. Tendría que dominarme mejor para llegar a buen puerto con aquello. El mismo contacto podría negarse a entregarme el fardo, si me miraba incapacitado para cumplir el trato.
Y yo no quería eso.
Ni las consecuencias posibles.
11:45
Ardía de ganas de levantarme e irme. Y lamentaba mi suerte por no poder hacerlo.
El coche patrulla volvió a pasar por delante de mí, en lo que aparentaba una rutina habitual de patrullaje. Aunque no me puse tan nervioso como antes, sentí cierta falta de aire.
Intenté distraer mi mente ojeando el periódico. Pasé las páginas, una tras otra, sin hacerle mucho caso a nada en concreto, hasta detenerme en la sección de pasatiempos.
No tenía bolígrafo, así que me decidí por el juego de encontrar las diferencias. Algo sencillo que pudiera recordar con la mente.
11:58
Unos agudos chirridos llamaron mi atención cuando iba por la cuarta diferencia.
Levanté la vista del pasatiempo y me sorprendí al ver en la marquesina a tres personas más. Las revisé con la vista un poco, pero todas parecían ajenas a lo que me retenía allí.
Otra vez los chirridos volvieron a hacerse audibles. Todos los presentes volvimos la cabeza en la dirección del ruido, hacía el final de la avenida.
De allí, a toda velocidad, un coche negro avanzaba esquivando el escaso tráfico, con una patrulla pisándole los talones.
Cuando terminaron de recorrer la avenida, el coche negro hizo el amago de prepararse para tomar la curva.
El coche policía lo copió.
En el último momento, el primero derrapó sobre sus ruedas traseras, invirtiendo el sentido de la marcha. Los policías intentaron corregir la maniobra, pero el ancho del asfalto no fue suficiente para ellos.
Mi vista corrió rápido hasta el coche negro. Parecía que ya lo tenía hecho, aunque un ligero vaivén en la zaga del coche, unido a la desproporcionada velocidad, empezó a provocarle un avance errático.
Salté de mi asiento en cuanto vi lo inevitable.

Tras la lluvia de cristales giré la cabeza con precaución, pero no supe cómo sentirme cuando vi al mafioso, al que llevaba algo más de una hora esperando, envuelto en un mortal amasijo de hierros.

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1 comentario

  1. 1. Borja dice:

    Si lo leéis, espero que os guste.

    Escrito el 29 noviembre 2013 a las 08:09

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