MUY, MUY, MUY QUIETO - por Miranda

Quieto, muy quieto, así tenia que estar no sabia cuánto tiempo, ni siquiera sabía cuanto llevaba así, era una situación realmente incómoda, y una postura bastante extraña, todo su cuerpo estaba como petrificado, ya no sabia si le dolía todo o acaso no sentía nada ¿cuando acabaría aquel suplicio?.

Él, que era todo movimiento. Un apasionado de los deportes, cuyo hobitt era el Skate, muy inquieto, como le decía su abuela parecía estar hecho de rabos de lagartija, siempre tenía algo que hacer, no soportaba las sesiones de sofá de las que únicamente disfrutaba cuando había una buena película, palomitas y coca cola y por supuesto buena compañía.

Tenía un cuerpo atlético, media 1,84, moreno y con ojos de un gris azulado, espectacular. Trabajaba como recepcionista en el hotel de lujo de los padres de Lara, ahí fue donde se conocieron un día que ella fue a acompañar a unos amigos alemanes que había conocido en su curso de Erasmus el año anterior. No se identificó, solo vino como traductora para dejarlos bien acomodados y ofreció su numero de teléfono para contactar con ella si surgía algún problema de comunicación con sus amigos, pues dijo que suponía que no siempre habría personal de la empresa que supiera alemán. En realidad ella sabía exactamente, que en ese momento no había nadie que hablara alemán, ya que uno de los 3 interpretes había sufrido un extraño accidente en las escaleras y los otros dos estaban en la cárcel por haberlo provocado.

German estaba como loco buscando un traductor, pero no lo había conseguido justo el día en que los amigos de su hija habían llegado a la ciudad, de improviso y no podía acomodarlos en su grandiosa mansión ya que con la boda de Eugenio, el hermano mayor de Lara, tenía la casa llena de invitados.

¿Cómo había llegado él a aquella situación? Esa respuesta sí que la conocía, hacia seis meses que se había independizado y se había ido a vivir con su chica Lara lo hacía feliz en todos los sentidos, un sueño convertido en realidad, guapa inteligente cariñosa y pasional. Pero como ya sabemos también rica, muy pero que muy rica, hasta que se independizo y se fue a vivir con él, renegando del dinero de sus padres
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Como él era solo un asalariado en una de las empresas de la familia los padres de Lara no habían compartido su decisión de independizarse lo que había supuesto una situación muy tensa que le había obligado a abandonar el hotel aunque gracias a su físico, presencia, y sus conocimientos de francés e Inglés pudo encontrar otro hotel en el que trabajar.

No se quejaba cobraba un poco menos, pero era un sueldo digno, si, el sueldo era digno, pero no llegaba para cubrir las necesidades de Lara, ahí estaba el problema, ella seguía teniendo los mismos gustos que antes (su misma peluquera, las mismas cremas y le gustaba la misma ropa…), aunque decía que podía pasar sin ello, y además desde hacía un par de semanas había encontrado un trabajo de colaboradora en la televisión local a través de su padrino, que era realizador en esa Televisión, pero él quería poder ofrecerle más, por eso había aceptado aquel trabajo tan contrario a si mismo.

Sofía era una pintora que quería, para más contradicción, plasmar en sus cuadros “el movimiento”, sí, sí, el movimiento en este caso en una tabla de Skate, así que, allí estaba él sobre una plataforma con forma de tabla, a la que gracias a Dios, no le habían puesto ruedas, En esa postura casi imposible en que aterrizas después de un salto y justo antes de parar: con las piernas flexionadas, el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante y los brazos en el aire.

-Hemos terminado por hoy – Adrián,
-Hemos terminado por hoy – Adrián,
Adrián¡¡¡¡, hemos terminado por hoy decía Sofía, ¿es que no quieres moverte?

Estaba tan concentrado en sus pensamientos que ni siquiera la había oído, hasta que ella cambio el tono de voz, ahora ya tenía permiso para moverse, pero ¿podría hacerlo?

Ella se acercó, le bajó los brazos y le ayudo a enderezarse, ha sido un posado perfecto, te espero mañana, a la misma hora,

Mañana la misma tortura, pero merecía la pena, iba a pagarle lo que valía aquel precioso vestido que vieron mientras paseaban de la mano por la calle Mayor.