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Obertura Española nº2 - por Bárbara Lupe-Renard

Extensa planicie de tierra y hormigón esponjosos. Pasos como corcheas chapotean las seis de la mañana, bajo túnicas y sombreros proletarios, aparecen nuestros selectos músicos casi encadenados a una rutina. Hijos del rocío, en una tierra despojada de su túnica de vida. Pianissimo. El pico y pala tocan manos oscuras y ásperas, labios resecos sienten la frescura de pinceladas de barro. Più forte. El sonido se eleva con el paso de las horas. La hora del enfrentamiento entre los metales, ritmo rápido, un vals de Tchaikowsky. Piano Súbito. Chorizo y pan: aparece un rugir del aluminio desde los hondos, callan las pesadas maquinarias, es el tiempo del hombre moderno. Un tímido sol resacoso colisiona ya con el más alto punto de la nueva esfinge pública. El nuevo Palacio de la Justicia quedará precioso en unos meses. Armado con un colorido peto, unas botas corroídas por los kilómetros y una camiseta del Barcelona que recogió del suelo, en su modesto espacio entre paredes techadas, Iurin Iepure colma su uniforme laboral.
La vida está llena de elecciones, él bien lo sabía, empezar una nueva vida lejos de Rumanía no era tarea simple, ni agradable. Pero Iurin no iba a preguntarse mucho mas por estos temas. Recordando el ceño fruncido de su santa y católica madre, sentada en la silla de madera de la cuadra reprobando sus aventuras con las faldas, y la mirada cómplice que blandía en un acto revolucionariamente cotidiano, memoriza un padre cronificado en un tono gris. Así expiró Iuirin Iepure.
A pesar de lo imparable de la tecnología, en contadas ocasiones incluso una piedra del tamaño de un anciano dátil es capaz de derrotar años de evolución. Es mala suerte, quizás algo más, pero la trayectoria de aquella piedra, cruzada entre el barro, el clima, y el filoso desnivel donde la corchea rumana se encontraba recordando -entre palada y palada, a ritmo de cuatro por cuatro- desenlazó un hoyo y un obrero desaparecidos bajo la ingeniería Alemana.
Sotto Voce. El camionero, en busca de su propia mirada, pidió auxilio, sin dejar claro para quien. Suerte que el oído se afina rápido cuando lo que hay en juego es importante. La eficiencia ante todo. El de los Iepure de Dorohoi no contaba con espacio en los cálculos de Valderrama, el agudo capataz vespertino, que rápido puso en práctica la calculadora para persuadir en la compra de unas nuevas lentes al camionero. Un obrero rumano inmóvil, un conductor latinoamericano con deudas y un capataz provinciano ambicioso, unidos en la melodía de la lluvia sobre el hormigón y el cobre.
Agua resbalando en los plásticos, miradas regurgitadas y acantiladas llamadas de teléfono. No faltaron las manos en el rescate de un cuerpo con el último hilo de vida, pero seria el trabajo de la grúa el levantar semejante amasijo. Nuestro particular moribundo tendría la oportunidad a lo sumo, de escuchar una inquietud irreflexiva, pasos sobre charcos, gritos de ánimo y sufrimiento, comandas, la lluvia caer. En los siguientes minutos la ágil y alegre periodista Teresa Vallejo arribaría como un huracán. Que rápido se enfría una pequeña casa cuando no tiene con que calentarse. Una corriente de aire recorrió cuarenta y seis metros cuadrados en uno de los mayores lapsos de tiempo que se recuerdan. El tiempo resbalaba. Un titular, nublaba las miradas de la familia Iepure en las afueras de Valencia. Una plancha se limita a la gravedad, se rompe una baldosa. Por la pequeña ventana del piso, escapan gramos de desesperanza y restricciones, que se empapan por igual. Forte Súbito.
Coro de sirenas. El comisario Lohdmann llega con su jauría al terreno, segundos antes el equipo médico. Pizzicato: se abren puertas, una camilla virginal recorre rápidamente un terreno embarrado marcando con las ruedas una huella. Se recoge un cadáver medio aplastado. Se cierra la cremallera. El cadáver ha sido levantado, como el cordón policial. Periodistas se adhieren como ventosas. Teresa recoge el micro, habrá un programa especial sobre seguridad laboral en su cadena. Jornada libre reza Valderrama al resto de trabajadores a falta de media hora. Lohdmann levanta acta, no hay mucho que ver, y el agua no amaina en Valencia. A los becarios, las llamadas. Se apagan las luces, se van sirenas y focos. Morendo.

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