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No mover ni un dedo - por sandraescobadia

Web: http://escribea.blogspot.com

Estaba soñando que me perseguía una mosca gigante cuando me desperté sobresaltado. Sin embargo todo seguía oscuro. Mis párpados no me respondían, como si se me hubiesen quedado pegados. Así pues intenté darles una ayudita con la mano pero resultó que el brazo tampoco lo podía mover. Ni nada del resto de cuerpo. ¿Seguía soñando? Seguramente a causa de mi reciente pesadilla la situación me recordó al horrible despertar de Gregorio Samsa.

No me dió tiempo a pensar mucho más porque el despertador empezó a sonar ajeno a que su jornada de hoy iba a ser una causa perdida. Lo único que consiguió es hacerme sentir más impotente. Y asustado. En esos menesteres estaba cuando irrumpió en la habitación mi compañero Juanma dispuesto a hacerse oír por encima del aparato. No me dedicó palabras bonitas, no señor, aunque pronto se arrepintió. Sin poder ver absolutamente nada noté en su voz el desconcierto con el miedo pisándole los talones. Mis peores temores se confirmaron: me creyó muerto. Y si no había encontrado calor al tocarme ni sonido al acercar su oído a mi pecho es que aquello tenía que ser catalepsia.

Es curioso ver llorar a un amigo tu propia muerte y ser testigo de una sus conversaciones telefónicas más difíciles: la que tuvo con mi madre para contárselo. Y yo mientras tanto me sentía desvalido y furioso a la vez. ¡Cuánto sufrimiento estaba causando para nada! Estaba casi seguro de que aquello no me iba a suponer que me enterraran vivo, como pasaba antiguamente. La medicina había avanzado lo suficiente como para saber diferenciarla de la muerte. Sin embargo, pronto se me olvidó esa angustiosa posibilidad cuando me acordé de ella.

Ahora fui yo el que lancé improperios (mentales). ¡No podía tener más mala suerte! Todas las tardes desde hace más de un año viendola en el mismo autobús de vuelta a casa y tenía que ser ayer cuando reuniese el valor para pedirle una cita para hoy, el día que me despierto medio muerto. Tantas miraditas, tantos sonrojos y tanto darle a la cabeza para ver si me acercaba a ella y la iba a perder antes de tenerla. Y encima iba a pensar que me había reído de ella por no acudir. O peor, que era un cobarde.

Tenía que hacer algo. Recordé haber leído que la catalepsia podía durar solo unas horas pero a veces también días enteros. Pero de cómo salir del trance no recordaba nada. Intenté concentrarme en mover los dedos de una mano pero era inútil. Llegaron mis padres y me desconcentré. Allí estaban los tres, llorándome a los pies de la cama desconsolados. Yo mientras tanto seguía intentando volver a tener el control de mis músculos. Que poca gracia me hacía en aquellos momentos la expresión "no mover ni un dedo".

Tenía que conseguirlo por mí, para que mi vida no dependiese del médico de turno pero también por ellos, los que me querían y que tan mal lo estaban pasando. Pero sobre todas las cosas lo tenía que conseguir por ella, por la que todavía no me quería pero que lo haría, igual como yo a ella. Me merecía conocerla, dejarla entrar en mi vida. Notaba que ella iba a ser especial. Igual era ELLA.

¡El meñique se movió! El corazón me dio un vuelco. ¿Lo habrían visto? No lo parecía porque seguía oyendo los sollozos. El anular lo siguió pero casi era imperceptible. Calma, el camino ya estaba hecho. Cuando entró en la habitación el médico ya podía levantar medio centímetro cada dedo. Me dio ganas de levantar el dedo medio un poco más para recibirlo.

Almenos él sí que se dio cuenta de mis avances con la mano y compartió la noticia con los presentes. Sus lágrimas pasaron a ser de alegría. Aquello fue un pequeño alivio porque además ahora me hablaban directamente, sabían que estaba ahí. El médico me explicó lo que me había ocurrido y me dio indicadiones como si fuese un niño de 5 años. No sé si entendía que el único órgano que me funcionaba al 100% era el cerebro. Y es que tenía tantas preguntas que hacerle… ¿iba a tener secuelas? ¿cuánto iba a tardar en estar completamente bien? ¿qué hora era?

Después de poder mover la muñeca y levantar el brazo lo otro fue coser y cantar. Al abrir los ojos vi que estaba anocheciendo. Finalmente pude hablar de forma comprensible y la frase me salió del alma:
– Lo siento pero tengo prisa.

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