Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Creencias. - por Fer Aguilar

Ahora que soy viejo entiendo que nuestros sentimientos, pensamientos y miedos; simplemente son creencias y puntos de vista; y se alejan mucho de lo que es la verdad.
Desde joven, mis camaradas me repetían constantemente: «¡Ya “Negro”… deja de ser supersticioso!». De verdad, yo creía que no lo era; pero, desde pequeño, mi experiencia me marcó: y terminé creyéndome toda esa basura de la mala suerte.
¿Cómo olvidar esa noche?, la tengo tan presente, los trece camaradas de mi abuelo se presentaron en el callejón; le contaron a mi madre que él, mi abuelo, esa misma noche había seguido a una rata hasta el fondo de la vieja fábrica; y que un candado, aparecido quien sabe de dónde, lo descalabró; quedó ahí frio: como el mismo piso. Uno de sus camaradas aseguró que la muerte de mi abuelo era consecuencia de su mala suerte; provocada porque se le atravesó un “humano” en el camino. Sí, mi abuelo, un gato viejo, enmarañado y testarudo, al igual que sus camaradas, afirmaba categóricamente: «los “humanos” son de mal agüero, si uno se atraviesa en tu camino pierdes irremediablemente una de tus siete vidas». Y por supuesto, para la edad que gozaba mi abuelo, habría tenido muchas oportunidades de tropezarse con “humanos”; seguramente perdió la última de sus vidas, gracias al más reciente de esos encuentros.
Yo Pretendía ser un gato feliz: pero el solo pensar en que un “humano” se cruzara en mi camino me atormentaba cada día. Procuraba únicamente salir de noche aprovechando mi pelaje negro para confundirme en la obscuridad.
Por supuesto estaba poco interesado en perder alguna de mis vidas; pero por más cuidado que tenía: en esta ciudad atiborrada de humanos, no pude evitar tropezarme con uno que otro. Si mi memoria no me engaña, había perdido ya cuatro vidas; solo me quedaba ser mucho más cuidadoso, verdaderamente meticuloso, para no perder las tres que me restaban.
“Athenea”, la pedante gatita de un escritor, me dijo una vez: «Eso de ser supersticioso es de gatos ignorantes. Te ayudaría meterte a una biblioteca, por lo menos de vez en cuando, y acurrucarte con algún “humano” seguramente te cultivarías un poco y dejarías de pensar en tonterías».
Pero ¿Cómo iba a arriesgar una de mis vidas, por tan estúpido experimento?
¡Eh!… Pero aquí había algo que no me cuadraba. “Athenea” llevaba viviendo con el escritor siete años: durante los cuales, había estado en contacto con él y otros “humanos” y ¡seguía viva! ¿Tendría ella, por lo menos, algo de razón? Pero la verdad es que no quise distraerme en averiguarlo.
El caso es que así seguí mis días escondiéndome de los “humanos”, para vivir el mayor tiempo posible.
¡Pero lo que son las cosas! Una tarde, cuando curioseaba en el callejón, encontré una lata de esas que tienen sobras frescas. ¡Mmmm!… Tengo que aceptar que me pareció un manjar imposible de resistir; sin esperar fui introduciendo mi cabeza lentamente dentro de la lata, mi lengua limpiaba cada “delicioso” rastro de comida; cada vez más adentro, cada vez más oscuro, ¡y de pronto!… ya no pude sacar mi cabeza. Lo intenté una y otra vez… pero estaba atrapado; chillé desesperado. No tardé en escuchar a mis camaradas tratando de ayudarme; unos jalaban mi cola, otros, no sé cómo, trataban de sostener la lata; me empujaban y pegaban intentando liberarme: escuche a “Manchas” gritar «¡Tranquilo compadre… ahorita te sacamos!». Me empujaron, golpearon, incluso brincaron sobre la lata, logrando únicamente magullarme. Yo seguía chillando pero nada… continuaba ahí atrapado. De pronto, se escucharon pasos humanos y note que mis camaradas salieron corriendo.
«¡Ya me fregué!», pensé: Los pasos se detuvieron junto a mí, unas manos suaves me alzaron delicadamente. Después de un rato, que para mí fue eterno, me soltaron sobre una superficie fría; sentí una sustancia espumosa alrededor de mi cuello, después en mi cabeza… noté suaves movimientos sobre la lata y de pronto, ¡Sorpresa!, la luz de una lámpara lastimaba mis ojos.
Es maravilloso como puede cambiarte la vida de un momento a otro. Desde entonces he vivido lleno de amor, cuidado y bien comido; de vez en cuando veo a mis camaradas del callejón: pero irremediablemente regreso con mi “humano”… ¿Quién se puede resistir a que lo traten como un rey?
¡Abuelo!… de lo que te perdiste.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.