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La novela Nº 13 - por carlones

En realidad el escritor no era nada supersticioso, pero el personaje de su nueva novela, la treceava, sí. Y mucho. Así fue como conoció a Don Luis, un extraño personaje que vivía en la Calle Siete. Lo había visto pasear en ocasiones, despacio, deprisa, dando saltitos o esperando su turno para poder pisar un determinado baldosín. Como un niño que jugando al caminar solo pisa los mosaicos oscuros, evitando los demás, atestados de agua o monstruos y donde las poderosas y fuertes alcantarillas son la salvación, la casa protectora, allí donde los cocodrilos no llegan y por mucho agua alrededor tuyo, nunca te ahogas. Así era Don Luis, trajeado y repeinado, saltando de baldosa en baldosa cuando el pavimento lo requería, camino de su antigua tienda, volviendo a empezar si se equivocaba, esquivando peatones para evitar contagiarse algún virus. Todo un espectáculo seguirle, una atracción de circo desfilando en solitario con una sesión de payasadas que a diario formaban parte del ritual trayecto. Lo que para unos no era más que un ridículo y lamentable hombrecillo que únicamente ofrecía pena, para otros solo era el entretenimiento y la burla. Aún así era la admiración e idolatría de los más pequeños cuando trataban, inútilmente, de seguir sus pasos.
Para ser escritor, primero hay que conocer a tus personajes, observar su comportamiento, seguirlos como a animales salvajes dentro de su hábitat, estudiar sus movimientos, costumbres y destrezas en el terreno que queremos encasillarlos, verificar su conducta ante las alegrías y enfrentarlos a los conflictos examinando su capacidad de resistencia, exponiéndolos al principio de causa-efecto. Hay que vestirse sus zapatos, sus ropas, ocupar su guarida y sentir su vida como la tuya misma. Familiarizarse con el individuo hasta convertirte en su hermano gemelo, en su media naranja, en él mismo si hace falta, para emplazarlo en la novela exactamente en el lugar que le corresponde.
En este caso era fácil, solo tendría que vivir durante unos días esquivando gatos y eludiendo espejos, saleros, horóscopos y algún que otro tipo de brujería popular que con los años se habían convertido mas en tradición y diversión que en superstición. Observando durante días a Don Luis había recopilado todo un muestrario de superchería.
Fue por esa época cuando a Don Luis le atropello un camión, (efecto). Salió corriendo, huyendo despavorido, pisando las rayas de baldosas amarillas y rojas por doquier. El camionero sufrió un shock, (causa). El camión quedó sin control y Don Luis descansó, agotado, sobre la alcantarilla de alumbrado, (casa, no podría pasar nada). Pero antes de llegar allí, (causa), se había saltado todas sus normas, un gitanillo le había robado sus amuletos, ajos, pata de conejo y herradura; se había visto obligado a renunciar al Santo Patrón y al cruzar por la Calle Trece, que siempre evitaba, pasó, sin darse cuenta, bajo la escalera de un pintor novato, que le pringo de pintura amarilla el traje; había olvidado santiguarse en varias ocasiones tras la aparición casual de tres gatos negros. ¿Efecto? Grave atropello. Afortunadamente le asistió con rapidez una ambulancia y en el traslado al hospital recordó (causa) como aquella gitana de mirada bizca no solo le maldecía y echaba mal de ojo, sino que además, de un tirón le robaba la cadena del cuello, de la que colgaban una llave de oro, amuleto contra el mal de ojo, y un candado, símbolo de larga vida, salud y felicidad. ¿Efecto? La ambulancia se estrella contra otro vehículo, mueren los ocupantes de ambos y… Pero esto ya es otra historia y a nosotros lo que nos interesa solo es "La novela Nº 13". En un principio iba a ser "El cuento Nº 13" pero alguien se adelanto al registro del título y pasó un poco desapercibida por los lectores, quizás confundidos por la edición simultánea de ambos libros.
En realidad el escritor no era nada supersticioso, pero desde entonces jamás escribía un martes ni un viernes 13, no pisaba nunca las grietas del pavimento, cambió de residencia de la Calle Trece a la Calle Siete y camino a su nuevo trabajo, en la antigua tienda de antigüedades, siempre tocaba la nariz de la figura del Santo patrón que la basílica exhibía en la puerta y que según la tradición daba buena suerte acariciar. La gitana a la que contrato le dio la cadena robada al hombrecillo, y mientras exigía el pago por su tarea, musitó no se qué palabras con su mirada pérfida. Recogió al chiquillo y sus gatos y abandono al ingenuo escritor.

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