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mala suerte - por fernando seguí

Andrés Casares, un escritor que había cosechado cierto éxito con las dos últimas novelas que había publicado, dejó su trabajo en la relojería del señor Schmidt para dedicarse por completo a la escritura.

Su mujer, Amalia Arabia, era funcionaria en el Ministerio de Hacienda y estaba muy orgullosa de su marido. Siempre había sido su mayor fan, su lectora más crítica y el apoyo de mayor solidez que él había encontrado en los momentos de duda.

Compraron una casa en las afueras de la ciudad, en el campo. La casa tenía dos plantas, un sótano y un garaje para dos coches. Era un poco grande para los dos ya que no tenían familia pero como estaban pensando en adoptar un niño y una niña les pareció que ocuparían ese espacio vacío en un futuro.

Andrés se construyó un despacho con biblioteca en el sótano y allí escribía por las mañanas con el fin de tener tiempo libre por las tardes para pasear con su esposa. Los ministerios cerraban a las tres del mediodía y ella llegaba cerca de las cuatro a casa. Comían, descansaban una hora y daban un paseo por el campo de no menos de cuarenta y cinco minutos todos los días. Esto le permitía a Andrés estirar las piernas y cuidar su cuerpo que permanecía largas horas sentado enfrente de las hojas de papel.

Amalia había cambiado algunas cosas en la casa debido a su enorme lista de supersticiones. Andrés no había sido supersticioso de niño pero ahora de adulto y a fuerza de vivir con su mujer había adquirido algunas de ellas. Por ejemplo, nunca bajaba las escaleras del sótano comenzando con el pie izquierdo, siempre entraba pisando con el pie derecho para que la inspiración no se volatilizara. También se había convertido en una persona muy maniática y celosa con su trabajo por lo que había instalado un candado en la puerta del sótano y solo él tenía llave.
Un lunes de Abril, lluvioso como casi todos en ese mes, Amalia recibió la llamada de su padre que le pidió que pasase un tiempo con ellos puesto que veía a su madre muy enferma. Ella no viajaba nunca en martes, fuera 13 o no, así que preparó el viaje para el miércoles. Andrés la tranquilizó invitándola a que pasase en casa de sus padres un mes o el tiempo que hiciera falta hasta que su madre se recuperara. No tuvo problemas en el Ministerio para coger vacaciones.

Amalia se levantó de la cama más temprano de lo normal ese miércoles. Andrés se desveló dándole vueltas a una escena que no terminaba de redondear. Pensando que tenía la solución bajó al sótano excitado como un niño. La precipitación hizo que estuviera a punto de entrar con el pie izquierdo, intentó cambiar rápidamente el paso, tropezó y cayó escaleras abajo. Quedó tendido en el suelo rodeado por un charco de sangre que brotaba de su ceja derecha. Intentaba moverse y no podía, no sentía sus extremidades. Sus ojos se cerraban. Estaba aturdido por la fuerza del choque de su cabeza contra el suelo. Perdió el conocimiento.

Amalia terminó de ducharse y se cambió en el baño. No quería despertar a Andrés, se había llevado la ropa al aseo y dejó preparado el desayuno de su marido en el microondas. Salió apresurada de la casa, vio la puerta del sótano abierta y se extrañó. Se asomó pero no vio nada extraño y Andrés estaba en la cama. Aunque no era normal, no le dio mayor importancia, además tenía prisa. Cerró la puerta, puso el candado y se marchó.

Amalia llamó por la tarde a su esposo. No lo cogía. O ha salido a pasear o está inspirado comentaba a sus padres. Llamó un par de días más pero Andrés no lo cogía. Estaba molesta con él al principio y preocupada después. Salió apresurada hacia su coche para volver a la casa a ver que pasaba. Un gato negro se cruzó en su camino, trató de evitarlo y … mala suerte.

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