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Raúl el supersticioso - por aida

Raúl el supersticioso

Soy escritor y trabajo en una editorial desde muy joven. Tengo 30 años y alguna vez estuve casado. No tengo hijos. Cuando ingresé a la editorial el encargado,me dio un candado, para guardar mis cosas y me deseo suerte. Al rato me dirigí a su oficina a pedirle, que me cambiara de lugar.El armario asignado era el numero trece, eso me traería mala suerte. Esbozó una sonrisa, me cambio de lugar y me deseo suerte con mayor énfasis que al principio. Mis compañeros me apodaron “Raúl el supersticioso”. Conozco sobre ese tema,pues me pasan todo tipo de accidentes. Hace 6 años rompí un espejo, o sea que me falta un año para terminar el ciclo de desgracias. Trato de conjurarlas llevando en el bolsillo una pata de conejo y una cinta roja atada a mi muñeca.Con estos recaudos igual vivo en peligro constante. Los otros días,casi me aplasta un mueble que bajaban del segundo piso hacia la vereda. Seguro que me salvó la pata de conejo. Cuando me afeito, lo hago con sumo cuidado. Eso no impide que llegue a la oficina lleno de papelitos en la cara. Gracias al poder de la cinta roja, no me corte la yugular. Jamás paso por debajo de una escalera y si se cruza un gato negro frente a mí, me santiguo tres veces. Una vez de puro confiado pasé debajo de un andamio, justo cuando se cruzaba un gato negro, “toco madera” dije, y al tocar un tirante, un tablón cayó sobre mi cabeza. Desperté en el suelo, rodeado de gente que me abanicaban, para darme aire. Un señor,me sostuvo y me acompañó a la guardia del hospital. Me pusieron un apósito, y me vendaron la cabeza, parecía un turco. Al salir del hospital comenzó a llover. Decidí comprar un paraguas.La vendedora para mostrarme la eficiencia del automático lo abrió dentro del local. Allí mismo entré en pánico, salí corriendo, resbalé,y al caer me golpe la pierna y la espalda. Me incorporé y dolorido entré de nuevo a la guardia del hospital, de donde recién había salido.
— ¿ Usted otra vez? ¿Que le pasó ahora? – me dijo la enfermera, bastante molesta por mi presencia.
Por suerte el golpe fue leve y pude regresar a casa.
Cuando me casé, por supuesto, no fue en martes trece. Mi mujer al principio se reía de mis obsesivas supersticiones, luego comenzó a inquietarse y a dudar de mi cordura mental. Entonces fue cuando comenzaron las discusiones,distanciando los encuentros íntimos con mi mujer que me hicieron dudar de su fidelidad. Hasta que lo comprobé el día que vi las tijeras sobre la cómoda apuntando hacia mi persona. Ya no había duda, me era infiel. La acusé a gritos de su infidelidad.Como prueba le mostré la tijera y lo que significaba, pero esta cayó al suelo y continuó apuntándome. Eso era indicio de mayor desgracia. Entonces exploté:
—¡Ves! Además de serme infiel, me querés matar.—Le grité.
—¡Basta! No te soporto más.—dijo ella.
Dio un portazo, salió a la calle apresurada. Un camión de reparto le pasó por encima. Me asomé a la ventana y cuando la vi, allí, tirada, pensé que la tijera se equivocó, por que las puntas no estaban dirigidas a ella en señal de desgracia. Entonces recordé que días antes, durante el almuerzo, había volcado la sal y no me hizo caso cuando le dije que echara una pizca,por encima de su hombro izquierdo hacia atrás, para conjurar cualquier desgracia. Ahora vivo con mis padres, quienes me pidieron si puedo ir a vivir solo, pues no soportan más cambios en la casa. Quizás tengan razón. Cuando vine a vivir con ellos, vi que para subir a los dormitorios hay trece escalones, así que agregue uno más en el descanso. Mi madre vive temerosa de que papá pueda rodar por las escaleras algún día. Para evitar eso, le ofrecí mi pata de conejo. Ël enfurecido me dijo:
—¡Cruz diablo! jamás voy a llevar ese amuleto.
Para dejarlos tranquilos, voy a buscar una pensión. Lo haré cuando me den de alta del hospital, donde estoy enyesado, luego de haber rodado por las escaleras de casa. Al enfermero hace días que le reclamo, me cambie de cama, la que ocupo es la trece.Juro que cuando me vaya, les voy a tirar sal en la puerta de la enfermería.

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