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Gregorio no puede dormir - por Matilda Wormwood

Gregorio se revolvía inquieto entre las sábanas. Incapaz de conciliar el sueño, no paraba de darle vueltas al mismo asunto: esa misma tarde Pelusa, el espantoso gato negro de su vecina, se le había cruzado en la acera, justo delante del portal. Por culpa de ese estúpido y maloliente gato no pudo reaccionar como debidamente llevaba haciendo el último mes, y tuvo que pasar accidentalmente debajo de la escalera (la puñetera escalera) que algún erudito había colocado al inicio de la acera. Malditas obras.
Gregorio se giró en la cama, dando una vuelta sobre sí mismo para lograr girar debidamente hacia el lado derecho – “Jamás gires hacia la izquierda Grego, ese camino sólo te llevará el infierno”; que solía decir su madre- agarró las gafas de la mesita de madera, posadas sobre un tapete amarillento, y enfocó la vista hacia el reloj despertador: las 3:13.
Trece. Lo que faltaba.
Aquello ya era el colmo. “Claramente me ha mirado un tuerto” pensó Gregorio, recordando la carta certificada que un cartero le había entregado esa misma mañana. Aquel hombre tenía un parche sospechoso. Se acabó, no recogería más cartas certificadas.
Se levantó rápidamente de la cama, lanzando la manta nórdica sobre la mesita, con tal mala suerte que ésta cayó sobre una foto enmarcada de sus padres sacada el día de la cabalgata del 64, que a su vez rebotó en el suelo dando tres saltitos. El tercer saltito fue decisivo: ¡CRASH! El cristal se había roto.
Dios santo.
Gregorio había roto un cristal.”¿Qué era malo? ¿Romper un cristal? ¿Un espejo? ¿Las dos cosas? Ay Dios mío”. Necesitaba claramente una estrategia de defensa. Sal, herraduras, perejil. Lo que hiciera falta. Mañana mismo le haría una visita a la Paqui. La Paqui era una mujer de etnia gitana, ataviada siempre con unos mantones de colores que la hacían parecer una carpa de circo en navidades. Tenía una tienda de santería en el centro de la ciudad, justo al lado de un Sex Shop. Gregorio iba a hacerle una visita de vez en cuando, según sus niveles de agobio o estados críticos. Aquel era, sin duda, un estado crítico de manual.
Con cuidado para no cortarse las plantas de los pies, atravesó la alfombra a los pies de la cama, llena de pedacitos pequeños de cristal. La fotografía de sus padres, ahí tirada, le recordó su niñez. Qué tiempos aquellos. Toda la familia reunida a la hora de comer, tirando sal a través del hombro. Las peleas con sus hermanos por ver quién la barría luego. Los chillidos de su hermana mayor, Carmen, cuando le barrían los pies. Al final murió soltera. Ya lo decía su madre, “hay cosas con las que no se juega”.
La madre de Gregorio había sido escritora. Sólo escribía los días pares. Si algún día estaba apurada con la entrega de algún texto, escribía aunque fuera impar, pero con las piernas cruzadas debajo de la mesa y una corona de perejil en la cabeza. “Más vale prevenir que curar, Grego, no me mires así” recordaba.
Gregorio se dirigió a la cocina a por un vaso de leche. Quizás eso le ayudara a conciliar el sueño, o al menos a relajarse. Deseaba tener el número de la Paqui para efectuar una rápida intervención de urgencia, pero dudaba de que tuviera móvil. No era amiga de las radiaciones. Paseó por la entrada de su casa, un vestíbulo lleno de fotos antiguas y retratos de gatos sobre cojines; la herencia de su tía abuela Concepción, una mujer muy rica pero un tanto extraña. Antes de morir lo dejó bien claro: para Gregorio “las fotos de los gatos”.
De repente escuchó un extraño sonido, como un zarpazo, a través de la puerta principal. Le había dado 6 vueltas al candado. Era imposible que nadie entrara. Gregorio se acercó tembloroso a la mirilla, la leche salpicando la madera vista del suelo del vestíbulo. Nada. No se veía nada, pero se escuchaba algo. Dios santo, no se había santigüado al acostarse. Era eso. Ahora por su falta de rigor habitual, pagaría las consecuencias.
“La Paqui. Me voy a ver a la Paqui.” Pensó Gregorio. Total, tenía una cama montada en la trastienda, no tendría pérdida. Corrió hacia su cuarto y abrió el armario con el objetivo de ponerse cualquier cosa rápidamente.
“Ñiiiiiii”
La ventana.
“Ñiiiiiiiiii”
El ruido venía de la ventana.
Se giró y ahí estaba. Con la mirada penetrante. Aquel oxidado cascabel tintineando contra su mugriento pelaje.
Puñetero gato.

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7 comentarios

  1. 1. Mar Mare Maris dice:

    Has hablado de muchas supersticiones, genial!… pero mi favorita ha sido la madre escribiendo con una corona de perejil en la cabeza…

    Escrito el 28 diciembre 2013 a las 20:45
  2. 2. José Torma dice:

    Hola, quiero reiterarte que me gusto mucho tu relato ya que tuve el placer de comentarlo. Me encanto que aunque rondamos por la misma idea, tenemos relatos que pudieran ser primos hermanos, lo suficientemente parecidos pero al dinal diferentes.

    Una vez mas muchas felicidades y te invito a comentar mi texto “Una vez es casualidad”

    Saludos y feliz año!

    Escrito el 28 diciembre 2013 a las 23:35
  3. 3. Aurora dice:

    Hola, el texto me ha gustado mucho, cómo vas hilando diferentes supersticiones pero sin que quede forzado. Lo único que te diría es que tengas cuidado con repetir palabras en la misma frase, o muy de seguido, al leerlo quedan raras. Por lo demás me encanta el final, PUÑETERO GATO. ji ji.

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 11:32
  4. 4. Tilly dice:

    Me ha divertido tu relato , mantiene la tensión hasta el final y hasta te da pena el pobre Gregorio. Si quieres leerte el mio es el candado. Enhorabuena

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 14:20
  5. Un relato muy entretenido. Haces que le tenga hasta simpatía a Grego, como le llama su madre. Es una lectura muy amena. Coincido con lo que te dicen de las reiteraciones en algunas palabras, por lo demás, me ha gustado mucho, recopilas un buen número de supersticiones. Felicidades!!

    Escrito el 30 diciembre 2013 a las 10:04
  6. 6. Forvetor dice:

    Me sumo a las felicitaciones. Muy conseguido el tono coloquial (tacos incluidos) y con ello consigues que el prota caiga bien. Estupendo el título y la frase final. Sigue así y que yo lo lea.

    Escrito el 31 diciembre 2013 a las 10:27
  7. 7. Patricia dice:

    ¡Hola Matilda!

    Me ha llamado mucho la atención todo lo que se parecen nuestros personajes en este relato. Salvando las distancias, ambos están obsesionadísimos con todo tipo de supersticiones de manual. Tú has recopilado unas cuantas pero echa un vistazo a las mías (El pelirrojo del viernes trece), ¡hemos juntado un buen puñado!

    Escrito el 2 enero 2014 a las 14:09

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