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Noche de recuerdos - por Iris Herrera de Milano

Web: http://www.gotiasanet.com

Era la medianoche. Héctor se levantó a orinar, como era su costumbre. La noche estaba clara, tanto que prefirió dejar las luces apagadas. Salió de la casa y caminó hasta lo que se habían acostumbrado a ldenominar el “cuarto de pensar”, que no era otra cosa que el sanitario. Vió el candado que desde siempre había servido para cerrar el cuarto y buscó la llave. Allí permanecía: atada a una cuerda colgada de un clavo, ubicado en un sitio alto por la parte de afuera de la puerta del mismo cuarto, para evitar que alguien la perdiera o se la llevara por descuido.
Abrió la puerta del cuarto de pensar, cerró por dentro con el pestillo de madera, se abrió la bragueta y se paró frente a la poceta para orinar. Como siempre lo había hecho, empezó a contar y esta vez llegó al número trece cueando salieron las primeras gotas..
Terminó, se lavó las manos y cerró el cuarto.

Ahora se daba cuenta de que su madre había sido una mujer un tanto excéntrica , a quien no le gustaba tener el excusado, como ella lo llamaba, dentro de la casa porque entonces todos iban a respirar las partículas de excrementos que de allí salían.
Así que había mandado a construir ese cuarto en el amplio patio trasero, para alojar exclusivamente la taza del sanitario y un lavamanos, lo que, además de garantizar la higiene, le daba oportunidad al ocupante de estar un rato consigo mismo y de pensar. De ahí su nombre.

A su madre, Doña Victorina, tampoco le gustaba que se utilizaran cloro ni vinagre dentro de la casa, porque no sólo eliminaban la suciedad del lugar, sino que se llevaban la buena suerte de los que vivían en ella.
Para evitar que el infortunio llegara por cualquier otra vía a los habitantes de la casa, la doña rociaba todo con agua bendita. Se la compraba al sacristán de la iglesia del pueblo, quien lo único que hacía era rellenarle el frasco con agua corriente del chorro, echarle unas pocas gotas de esencia de azahares, y cobrarle a la señora Victorina a precio de bendiciones celestiales.
Esto, además, lo acompañaba de prácticas más sencillas como: tapar con trapos los espejos de la casa cuando comenzaba a llover fuerte, para evitar que un posible rayo persiguiera la imagen de la gente; o cruzar los dedos índice y medio de la mano izquierda cuando tocaban a la puerta, previendo que pudiera ser un emisario de malas noticias.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Héctor había venido a la vieja casa. Tenía que pasar a revisarla de vez en cuando, para evitar que se deteriorara por la falta de cuidados debido a que, aun cuando había alguien contratado para su limpieza semanal, nadie la habitaba.
La conservaba porque, siendo escritor, le gustaba pasar breves temporadas en ella, Le servía para organizar sus pensamientos, para estimular ideas para nuevas obras, y para descansar.

Iba solo porque vivía solo. Le gustaban las mujeres y disfrutaba su compañía. De vez en cuando tenía alguna pareja pero no lograba congeniar con ninguna y no estaba dispuesto a ceder, por nadie, lo que él llamaba su total libertad. Ya tenía 45 años y no tenía planes de cambiar su vida.
En ese aprecio por la vida independiente se parecía a su madre, quien había preferido divorciarse en una época en que eso era mal visto y que su esposo se fuera a vivir con la querida, antes que estar sujeta a los desplantes de un hombre que, era evidente, no la amaba a plenitud.

Héctor se acordó de cómo era Doña Victorina cuando él todavía era un adolescente. Era una mujer muy bonita y decidida. Evocó una imagen color sepia en la que a ella le gustaba pasear a la luz de la luna por ese patio, mientras se deleitaba fumando un cigarillo y tarareando alguna canción de moda.. Se sentaba y miraba cuidadosamente a su alrededor como memorizando cada rincón del lugar.

Mientras disfrutaba los recuerdos, a Héctor le pareció oir que alguien cantaba en voz muy baja una de esas canciones y claramente sintió el olor del humo de un cigarrillo. Miró hacia el final del patio y adivinó una silueta muy querida…

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1 comentario

  1. 1. Luis Angel Sáenz dice:

    Hola Iris. Me gustó mucho tu historia. Es un relato que permite ir recreando todos los acontecimientos de dicha historia. Enhorabuena, lo lograste y con creces.

    Saludos desde Mexicali, B. C. México.

    Escrito el 1 enero 2014 a las 22:30

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