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el candado - por tilly

El Candado

¿Será genética la superstición? ¿Y la forma de ver la vida a través de ella?

Mi abuela era supersticiosa, mi tía Emilia no llegó a casarse porqué su novio se mudó a un piso de la calle 13. Mi padre perdió un trabajo por haber visto un gato negro antes de cruzar la calle, esperó un largo rato para que otro pudiera pasar antes que él y llegó tarde a la entrevista. A mi madre se le rompió un espejo, contó los trozos, eran cinco, cinco años de calamidades, así le había trasmitido su abuela. Mi padre se murió durante el quinquenio y esto la reforzó en sus creencias, hasta que conoció a un escritor famoso tan cuerdo como ella.
La llevó a la casa de una curandera brasileña para quitarle el mal de ojo.
Me contó entusiasmada que les hizo comprar un candado, lo puso en un barreño lleno de aceite y lo hirvió con albahaca .Les explicó que como el olor de la albahaca aleja los mosquitos, así cocinada con aceite y un candado alejaría los malos espíritus y los encerraría para siempre.
Con estos antecedentes yo no podía ser normal, crecí entre miedos y autoprohibiciones. No cruzaba debajo de una escalera, si derramaba sal luego tenia que echar un poco por el lado izquierdo de mi hombro, si pasaba un jorobado aquel día tendría suerte, pero si era mujer no paraba hasta alcanzarla y tocarle el bulto.
La superstición se había adueñado de mí, había perdido la libertad.
Sin sol no podía salir a la calle, siempre tenía que cruzar la puerta con el pie derecho, echar la llave tres veces, ir con algo azul en mi bolso.
Un día de sol al salir a la calle vi una ferretería, siempre había estado allí pero con mis ansias nunca había reparado en ella .Entré y compré un candado, en la frutería de al lado unas hojas de albahaca, volví a casa y subí las escaleras llena de dudas. ¿Y si conmigo no funcionaba? Por las prisas el aceite se volcó en el suelo, otro signo de mala suerte, quedó un culín, lo puse en una cazuelita con el candado y el albahaca. Hirvió, inhalé su olor calido, las fosas nasales se impregnaron y distribuyeron el aroma entre las neuronas, poco a poco me serené.
Me desperté rodeada de blanco, atada con vendas blanca, solo una parte de mis ojos conseguían entrever un gotero. En seguida caí en la cuenta, nos habíamos quemado la casa y yo. Claro, la culpa era del aceite derramado.

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