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El pelirrojo del viernes trece - por Patricia López Garrido

Web: http://relatame.tumblr.com/

Angie estaba convencida de que el simple hecho de abrir los ojos un viernes trece significaba tentar a la mala suerte. Por eso, había creado su propio ritual para esta fecha en cuestión, que consistía básicamente en no moverse de la cama excepto para ir al baño.

Cada jueves doce preparaba cuidadosamente en su mesita de noche todos los aparejos que podría necesitar al día siguiente: algo de comida, una botella de agua, unos libros y el teléfono cargado. El resto de integrantes eran amuletos de lo más variopintos. Presidía, impresionante, un lapislázuli como recién pulido. A su alrededor, una pata de conejo, una herradura, un ojo turco, una cruz de Caravaca, un pedazo de madera y una cabeza de ajo.

Sin embargo, ese viernes trece de diciembre se levantó, muy a su pesar, para cubrir el turno de su compañera Sivil, encamada con cuarenta de fiebre. Pisó el suelo primero con el pie derecho y, tras unos segundos, con el izquierdo. Se vistió de blanco impoluto, y después, asignó sitio a sus amuletos. En la solapa de la chaqueta, la pata de conejo; en el bolsillo derecho, el lapislázuli y, en el izquierdo, el trozo de madera; se colgó al cuello la cruz de Caravaca y el ojo de turco; y, por último, guardó la herradura y la cabeza de ajo en el bolso.

Aún con todo, la mañana no iba a transcurrir tranquila. Nada más salir de casa vio marchar el autobús delante de sus narices. Llovía a mares, y encontrar un taxi en esas condiciones y en plena hora punta fue una odisea. Consiguió subirse a uno media hora después tras quedar totalmente empapada, haber manchado sus impecables pantalones de barro y ser casi atropellada.

Cuando logró llegar a su librería, cerró rápidamente la puerta y resopló con alivio. Acto seguido, desplegó su arsenal de amuletos bajo el mostrador y se mostró dispuesta a moverse más bien poco en lo que quedaba de día.

Pero, al mediodía, se presentó su verdadero desafío en forma de apuesto caballero con gabardina y sombrero, esos que sólo aparecen en las novelas románticas. Entró en la tienda y comenzó a husmear entre los libros de segunda mano. Debió de ser que no encontró lo que buscaba porque se acercó hasta Angie y, tras dejar al descubierto su cabello ¡pelirrojo!, le preguntó por un ejemplar antiquísimo sobre talismanes.

Angie miró hacia el cielo, implorando comprensión. El hombre ¡pelirrojo! había sacudido su corazón pero sabía que, en los estatutos de los supersticiosos, los ¡pelirrojos! están completamente vetados. En un acto reflejo de manual, se tocó un botón.

Volvió en sí para buscar el libro de talismanes en el ordenador. Estaba guardado en el almacén, un pequeño cuarto situado bajo el hueco de la escalera al que, por supuesto, nunca entraba, así que para evitar males mayores fingió no haberlo localizado.

Pero el sensual hombre ¡pelirrojo! insistió tanto que Angie, movida por una fuerza interior extraña, simuló en ese momento haber encontrado casualmente el último ejemplar. Cogió la llave del candado que cerraba la puerta del almacén y entró con los dedos cruzados, por supuesto. Alcanzó el libro, que estaba colocado en la estantería más alta, y, a la vez, cayeron otros tantos formando un estruendo espantoso. Se fijó en uno: Fórmula para fulminar a la mala suerte en viernes trece. Se lo guardó, concluyó, apenada y aliviada al mismo tiempo, la venta con su atractivo cliente, y se puso a ojear el texto que se había llevado con ella.

Realizar el conjuro fue fácil aunque no surtió efecto hasta la hora de comer. Fue entonces cuando apareció Sivil, visiblemente mejorada, para continuar con su turno. Angie no dudó un momento, recogió sus bártulos y se fue.

Fuera había salido el sol y, justo en ese momento, su autobús se aproximaba a la parada. ¡No lo podía creer! El seductor ¡pelirrojo! estaba allí, de nuevo, y la invitó a sentarse a su lado. Durante el viaje, no dejó de tocar botones, obviamente, pero disfrutó bastante de la conversación con aquel hombre que, en su tarjeta de visita, figuraba como escritor.

Bajó en la parada más cercana a su casa, confusa. Era como si la mala suerte se hubiera diluido. ¿El conjuro tal vez? Dudó cinco segundos y, después, como alma que lleva el diablo, subió las escaleras hacia su piso. Puso en marcha su ritual del viernes trece y se metió en la cama para el resto del día. Quizá mañana llamaría al pelirrojo.

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2 comentarios

  1. 1. lunaclara dice:

    Hola! Feliz Año Nuevo! Tu relato está muy bien escrito, me ha gustado mucho. Perfectamente estructurado, las descripciones ayudan un montón a meterse en las escenas y sentir lo que sentía la prota. Ese toque romántico es muy bueno, seguramente se podría haber explotado más. Todo lo cura el amor! Felicidades!

    Escrito el 2 enero 2014 a las 13:20
  2. 2. Patricia dice:

    Gracias lunaclara! Lo que no haga el amor en nosotros no lo consigue nada en el mundo, jejeje.

    Por cierto, he leído tu relato y me encanta el giro del punto de vista de tu personaje al final del relato.

    Mi Angie también quiere pensar que quizá su suerte ha cambiado pero… ¡se resite!

    ¡Nos leemos!

    Escrito el 2 enero 2014 a las 14:16

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