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Una opción - por Tania

Yo era un escritor novel. Acababa de terminar hacía unos meses mi primera novela. Todavía no había obtenido respuesta de ningún editor y mis ahorros estaban a punto de terminarse.

Ester, aparte de un buen físico, era de ese tipo de personas con las que no te aburres nunca. Además sabía camelarte para que hicieses lo que te proponía. Yo me estaba quedando seco como una mojama y si mi manuscrito no interesaba pronto, tendría que ponerme a trabajar en lo que fuera. La verdad es que me daba pereza salir de mi guarida al mundo inhóspito.

En su casa , las cartas, los Tarot, las bolas de cristal, los gatos negros y la magia blanca eran lo normal. Su padre había sido un gran ilusionista y una de sus hermanas una afamada pitonisa. Ella, sin dedicarse a ello profesionalmente, tenía ciertas dotes adivinatorias. El editor no se presentaba. Así que cuando me dijo que mi horóscopo confirmaba su presentimiento:” La suerte está de su parte, tiéntela en algún juego de azar y seguro que aciertas”, me hice ilusiones. Ella me recordó una verdad de perogrullo: que a nadie le toca la lotería, si no echa.

Decidimos diversificar y jugar pequeñas cantidades en los Ciegos, la Lotería Nacional, La Quiniela, la Primitiva, la Bonoloto etc.

Y sí, pronto tuvimos la recompensa de unos miles de euros que nos sacaron del apuro durante unos meses. Luego cada semana fuimos jugando en un juego distinto, pues de nuevo estábamos quedándonos pelaos. Mientras, yo seguía escribiendo a la espera de una oportunidad que no llegaba.

Aquel viernes era un buen presagio, trece del doce del dos mil trece. Solo le faltó que el año hubiese tenido 13 meses para ser una fecha redonda.
¡Con ese pronóstico y esa fecha quién habría sido capaz de resistirse!

Pensamos probar en el Casino. Una amiga de Ester había ganado una suma considerable y le explicó la estrategia.

Mi novia se empeñó en que antes teníamos que ir al puente situado en el centro de la ciudad. Allí siguiendo la moda, los enamorados colgaban un candado que engarzaba sus nombres. Yo lo encontraba una cursilería, pero por no llevarle la contraria. Rodeó nuestros nombres con una guirnalda de corazones rosas traspasados por la flecha de Cupido y para inmortalizarlo hizo varias fotografías
―Cariño, ¿nos vamos ya?―le pregunté con cara de póker.―Me estoy helando de frío―dije mientras me soplaba en las manos.
―Vaya tienes prisa por ser rico!―me contestó riéndose.

Los llamativos letreros de neón se veían a gran distancia. Un portero uniformado con levita y guantes como si fuese de boda, nos recibió y nos derivó a un empleado para hacernos un carnet especial. Al entrar me deslumbró la decoración barroca y el derroche de luces, tan de decorado de película.
Rompimos mano empezando por el Desert Treausure, una versión de las máquinas tragaperras. Tiramos tres veces y ganamos dos, no estaba mal. Luego hicimos dos partidas a los dados , ahí creo que me engañaron. El Keno, un juego chino, resultó divertido con un saldo positivo de cien. Pasamos a la Ruleta Americana, cambiamos mil euros y apostamos a números diversos. Pronto, Ester perdió sus quinientos. Yo con el cinco, el penúltimo número, gané tres mil euros.

¡Bueno aquello fue un subidón! ¡Nueva apuesta y nueva ganancia!Mi novia me dijo que se iba a explorar otras mesas. Yo seguí jugando. ¡Mala suerte! Casi sin darme cuenta perdí una suma considerable.
Me acerqué donde estaba Ester y noté que se ruborizaba. Ella lo achacó a que hacía demasiado calor en aquel lugar y me convenció de que el Black Jack resultaba demasiado arriesgado.

Nos detuvimos en el Silver Bullet, apostamos quinientos y ganamos, pero a la tercera mano la ganancia se esfumó. Volví a la Ruleta aposté otros quinientos y cruce los dedos. Gané dos veces seguidas. Parecía que estaba en racha, así que continúe. Ofrecí otros mil al nueve y no acerté. Me quedaban solo mil trescientos. Opté por apostar por último, quinientos al trece: Doblé. Envalentonado jugué dos mil más. Giró la ruleta, cerré los ojos. De pronto, la voz “ pleno al 6 rojo” nos sacó del sueño. Nos miramos atónitos, nos quedaban solo cuatrocientos euros y teníamos que pagar aún el taxi de regreso.

Nos enzarzamos en una tremenda pelea en la que cada uno echaba la culpa al otro sacando reproches recónditos . Ester ya no quiso volver a casa conmigo. Hoy he sabido que está liada con el cuprier.

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1 comentario

  1. 1. Diego Djabwa dice:

    Buen argumento. Puede dar mucho juego para el comienzo de una novela, no creéis?

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 20:26

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