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Dos años, dos malditos años - por Keeper Tom

Se enciende la cámara y un borrón blanco ocupa todo el plano. Se aleja, el autoajuste de la lente funciona a la perfección, y revela la figura de un hombre delgado, de abundante pelo canoso y gafas, vestido con una bata. Sonríe a la cámara, comienza a hablar:

-Esta grabación corresponde a la sesión número trece del paciente cuatrocientos quince. Varón de cuarentaicinco años, escritor, con un cuadro obsesiv…

Una llamada de teléfono lo interrumpe. Desaparece del plano, la sala se aprecia con más detalle: de estilo clásico, dos cómodos sillones de elegante cuero marrón enfrentados, nada entre ellos, suelo de madera y chimenea -de piedra y ladrillo- en la pared del fondo. Despacho de colores cálidos, acogedores. Contesta la llamada.

-¿Cómo lo has visto?… Muy mal, ¿eh?… No ocurre nada, será otra de sus crisis, hazlo pasar, pero antes dale la medicación. Gracias.

Reaparece en escena el doctor, se sitúa frente a su sillón, con una libreta en las manos. Tose un par de veces y adopta una expresión muy profesional. Llaman a la puerta, toma asiento y dice:

-Adelante, Carlos.

Un par de segundos más tarde hace su aparición un hombre tembloroso, despeinado, de enormes ojos saltones y abultadas bolsas amoratadas bajo estos. Anda ligeramente encorvado, mirando en todas direcciones con desconfianza, con miedo. Fija sus temerosos ojos en el terapeuta. No se mueve, aunque todo su cuerpo tiembla; se lame los labios.

-Por favor, siéntate.

El doctor señala el asiento libre. El hombre asiente lentamente, obedece.

-Carlos, aquí puedes tranquilizarte, ¿recuerdas? Este es tu santuario, aquí la mala suerte no puede entrar. De todas formas, ya te has tomado fuera la medicación, así que pronto te relajaras.

El paciente vuelve a asentir, clava los dedos en sus rodillas, se le ve incómodo y, aunque está sentado, su postura corporal indica que está preparado para la huida. El doctor se ajusta las gafas, apunta algo en su cuaderno y dice:

-Bien, cuéntame -levanta la cabeza, seriedad.

El paciente mira a ambos lados, traga saliva antes de fijar su vista, desencajada, en el doctor. Llora:

-Aye… ayer… fue ayer -habla con esfuerzo-… ayer. Un gato, ¡GATO! –grita, da un respingo, recupera su posición-, un gato negro, muy negro, se cru… cru… cruzó en mi ca… camino, camino. -Mira incómodo en todas direcciones, se gira dando un saltito en el asiento, se abraza-. Y, y cas… casi me caigo, casi, sí, pero… -se queda petrificado, no respira, hasta que grita-: ¡MORADO!
El terapeuta se sobresalta.

-Morado, una… una… una mu… mujer, mujer de morado. La to… to… toqué. Morado malo, morado malo -se balancea en la silla, frota frenéticamente sus rodillas, angustiado, llorando-. Mala suerte, muuuuuy maaaaala suerte –dice con voz temblorosa-, yo… yo… -los párpados se le juntan- yo… -los separa de golpe- ¡YO! -grita antes de caer hacia delante.

El terapeuta se apresura a cogerlo, caen de rodillas. Sienta a su paciente, con esfuerzo, en su sillón. Está completamente dormido. El doctor resopla, se pasa una mano por la frente, sonríe. Sale de plano y tan pronto le da la espalda, su paciente abre los ojos, pero no hay locura en su rostro, sólo calma, cordura.

-María -pronuncia el doctor, aparentemente al teléfono, el paciente se pone en pie, mira hacia donde se encuentra el doctor y se peina el pelo con las manos. El terapeuta no recibe respuesta, el paciente se acerca a la chimenea-. ¿María? ¿María?
-el paciente coge el atizador-. ¿Carlos? -se extraña el doctor.

-Puedes colgar -Carlos sonríe maliciosamente-. No te va a contestar. Tranquilo, no la he matado.

-Pero, el medica… se supone que tú -dice atónito, sin comprender la situación.

-Obviamente no me la he tomado. Ahora -señala a un punto fuera de ángulo-, ve al archivador y dame el informe de mi hermana.

-¿Cómo dices?

-¡Ya me has escuchado!

-Carlos, tu hermana se suicidio, yo…

-Dame. Su. Informe.

-Yo…

-¡Qué lo saques, ya!

El doctor no replica, se escucha un crujido. Un instante después el terapeuta aparece en escena y le entrega una carpeta. Carlos comienza a leer el contenido, niega, aprieta los labios y le tiembla el mentón. Levanta la cabeza, descubriendo una expresión furiosa, casi animal.

-¿Suicidio? Dos años fingiendo, dos putos años aguantándote, sabiendo que tú la habías empujado a acabar con su vida. Dos jodidos años mirando ese archivador, sabiendo que en él, bajo candado, estaba la verdad. Y ahora que está en mi mano, se acabó, se acabó.

Levanta el atizador, el doctor se intenta proteger…

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2 comentarios

  1. 1. Forvetor dice:

    La resolución me resulta un poco forzada y creo que le podías haber sacado más partido al recurso de la “cámara testigo”. Pero me ha gustado mucho el texto. Felicidades 😉

    Escrito el 30 diciembre 2013 a las 15:23
  2. 2. Servio Flores dice:

    Me ha gustado, aunque tuve la sensación de leer un guion. Seguro puede pulirse. Felicidades

    Escrito el 16 enero 2014 a las 11:13

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