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La bóveda secreta de sueños secretos - por Ricardo Felipe Nieto Pavía

Una bóveda secreta, en un bosque secreto. Era el sueño recurrente de Federico Piel. Principalmente cuando se acercaba la luna llena. En él, de dirigía el bosque secreto, por un sendero pedregoso. Que conducía a un pantano, el cual debía cruzar (con el fango hasta el pecho) y soportar el olor nauseabundo de miles de animales muertos. En la otra orilla empezaba el bosque secreto. Oscuro, y secreto, donde los arboles nacen envejecidos, donde no existen flores, ni belleza. Donde el olor persigue a Piel incluso después de haber despertado. Matorrales espinosos zahieren su piel a cada paso que da. Pero tiene que encontrar la bóveda secreta.

El camino al trabajo siempre es demasiado complicado, Federico tiene que sortear todo tipo de supersticiones. Por poco pasa por debajo de una escalera. Y hoy es viernes 13, como siempre –piensa, mientras camina con rapidez sorteando todos sus miedos y culpas. Atraviesa la avenida y por un instante se siente satisfecho, hasta que un gato negro salta sobre él. Lanza un grito, más bien afeminado y deja caer el maletín. Con rapidez lo recoge y revisa el portátil. Está destruido. Maldice, y se retracta rápidamente, es de mala suerte maldecir, no, no –dice en voz baja, casi como un suspiro. Y entra rápidamente al edificio. Toma el ascensor, saluda a algunos conocidos y presiona el 12. Entra en el piso, no saluda a nadie y se sienta en su cubículo. Nervioso, revisa nuevamente el maletín.
–No puede ser –dice Federico golpeando el escritorio.
–¿Qué te sucede Federico Piel?
–Nada Rosa, nada, solo otro día de esos, un día como cuando el sol parece que está allí, pero tú sabes que no es el mismo sol, es otro sol.
–No te entiendo nada, pero sabes que el jefe necesita los informes.
–Y ese es el problema, los he perdido –dice Federico mostrando el portátil destruido.
–¡Estás en problemas! –Rosa sonreí y se va.

Federico se rasca la calva, tratando de encontrar una solución. Y lo tiene, recuerda haber dejado una copia de seguridad, algo desactualizada, de los informes en el ordenador del escritorio. Lo enciende, y es particularmente lento, debe ser por los granos de café en el fondo de la tasa de esta mañana –piensa, mientras taladra el piso con el pie izquierdo. Al fin accede a la carpeta donde se encuentra el archivo de los informes. Va a abrir el archivo cuando algo lo distrae por un momento, hay un archivo que él no creó, y se llama la bóveda secreta. Le sudan las manos y comienza a temblar, pero a pesar de todos sus temores y prejuicios, se anima a abrir el archivo.

«La bóveda secreta, de un bosque secreto, en un sueño secreto; por Federico Piel. He encontrado el orden, el orden del escritor. Pretendía esconder su banal sabiduría en las hojas de un bosque secreto, en la proporción infinita de un caracol. Ser áureo. Pero luego de construir un camino que me condujo por desiertos, por selvas, ¡lo encontré! Era en el bosque secreto, donde estaba la bóveda ancestral. En la entrada había una inscripción, palabras que precisaban el nombre de Dios. En ese instante empecé a nombrar todos los decimales de pi, he pronunciado un millón, y el candado aún no se ha abierto»

Federico imprime el escrito y sale de la oficina con rumbo a la biblioteca central. El no recuerda haber escrito eso. Investiga en libros de cábala, de matemáticas, de filosofía y alquimia. No encuentra algo claro, sólo oscuras conjeturas. Lee Feuerbach y lee a Santo Tomás, nada interesante. En algún momento se queda dormido. Sueña: Nada, el agua es dulce, de río, pero luego se convierte en salada, se sumerge y busca una luz que le llama la atención en la profundidad. Es una entrada a una cueva submarina. Al entrar se da cuenta que contiene el bosque secreto. Está mojado descalzo, semidesnudo y con frío. Camina lentamente hacia el sendero que conduce a la bóveda secreta. El camino es escarpado y espinoso. Le sangran los pies, el dolor es insoportable. Continúa, faltando unos cuantos metros para llegar a la gran puerta de madera, se encuentra con un gato negro de tamaño descomunal, parecía más bien una pantera. No se inmuta, toma algunas piedras, se las lanza y corre hacia el gato, que huye maullando ante el ímpetu de Federico. Casi no puede caminar, sus pies están destrozados, pero logra llegar a la bóveda. Se detiene ante la puerta y pronuncia fuertemente: «pi».

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1 comentario

  1. 1. José Torma dice:

    Interesante la manera que manejas los miedos y supersticiones del personaje. Me engancho.

    Felicidades.

    Escrito el 30 diciembre 2013 a las 23:12

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