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La Señal - por Julio César

LA SEÑAL

Me gusta la gran ciudad. La provincia y los suburbios me oprimen, me gusta la multitud de la misma manera que me gusta el mar, dócil en apariencia, a su ritmo, hasta que la corriente rompe y se desmorona. Casi todas las ideas se me ocurren en la calle, al final Fred tendría razón, desde luego ella era una de las razones de mi partida hace ya trece años. El destino optó por que emigrara de aquel lugar, aunque la verdadera razón seria su hermano. Ella lo sabía.
Desde que me casé las mujeres me parecen todas iguales, ya no consigo clasificarlas, el ejercicio de seguridad lo tengo aún, a fuerza de convencerme ahora veo los criterios que antes apoyaban mi juicio para dejar atrás lo que en consideración pensaba que me atraía.
En mi bolsillo todavía tengo la carta de Fred, con una fría redacción me dice que su hermano me sería de gran ayuda, pese a saberlo desconoce que yo lo sepa y actúa, actúa muy bien.
Estoy sentado en la terraza de un café, el plato de fiambres permanece prácticamente entero, y decido por enésima vez ir al baño.
Vuelvo a leer la carta, ¿Cómo es posible que este aquí? -Me pregunto- y sobretodo, ¿Por qué acepte verle? Las calles empiezan a ser invadidas de jóvenes, y tengo que ver al escritor.
Siguiendo las indicaciones que me había dado llego a un edificio en obras, esperando que alguien salga para poder entrar veo que la puerta tiene un candado, lo examino y me doy cuenta que no está cerrado, seguramente algún viejo maniático espera que alguien lo ajuste, espero unos segundos pero nadie aparece, imagino a Fred en este momento, de seguro ella lo cerraría, pero ¿y su hermano? Lo imagino poniéndolo en la puerta y oculto tras de mí.
Me abre la puerta un hombre mayor, su voz parecía más joven por teléfono, de hecho ya lo conocía, de nombre claro, y había leído algunas cosas suyas.
Después de una tímida bienvenida y de conducirme al salón me obliga a sentarme en un sillón tal vez de su época; La luz tenue y distribuida de forma uniforme me permite hacer un primer reconocimiento del lugar, casi sin darme cuenta está leyendo mi historia, intento no observar con detalle a mi alrededor, no sabría que decirle, el continua en pie, pese a su edad camina de un lado a otro, eso sí a penas mueve las piernas, podría afirmar que flota.
Después de unos minutos me devuelve el bloque de hojas, al mismo tiempo que enciende un tabaco,
-¿Usted qué opina? –
-Creo que tiene posibilidades- digo –
– Me refiero a todo lo que ve a su alrededor- me mira con detenimiento – ¿ sabía que llevo años coleccionando este tipo de cosas?, y me mantienen seguro, no me ha ido mal ¿no lo cree?
– Creo que cada uno es libre de comprar lo que quiera-
Haciendo un gesto de aprobación me toma del brazo y me lleva lentamente a la puerta – Su historia no me gusta, demasiado sentimental, prefiero lo impredecible- ¿sabe algo acerca de la magia negra?
-No le sabría responder-digo con un pie y medio fuera de su casa
-Cuando este seguro de saberlo vuelva, buenas tardes-
Al salir el candado continua ahí, lo cierro pensando en ¿Por qué tendría que saber de magia negra? Y ¿Por qué dije que no lo sabría? es verdad que no se nada acerca de ese tema, pero también es verdad que tengo que escribir otra historia; me paro frente a un escaparate de una camisería, después de unos minutos dentro reanudo mi camino, a unos cuantos metros le veo, en mi cabeza está todavía la imagen del viejo, la imagen de su magia y recuerdo las palabras de Fred, seguro él me podría ayudar, como cuando éramos niños, siempre protegiéndome, puede ser el comienzo de una nueva historia, como la suya, como la nuestra.
Fin.

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