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Pelirroja - por Isabella

Nunca había tenido mucha suerte a lo largo de su vida, pero el último año había sido catastrófico. Demasiadas cosas le habían salido mal como para ser fruto de la casualidad, algo había detrás, de eso estaba segura. Tan convencida estaba de ello que estaba empezando a volverse paranoica, o eso decían sus amigas, pero ella prefería llamarlo precaución. Siempre evitaba la ropa amarilla y los gatos negros porque no podía evitar el hecho de que era pelirroja, y ya se sabe que las pelirrojas traen mala suerte. No podía hacer nada para cambiar las cosas que le habían ocurrido, pero estaba dispuesta a borrarlas de su futuro. Se levantó de la cama con decisión y se vistió con lo primero que vio sin mirar si las diferentes prendas combinaban entre sí. Estaba demasiado triste como para preocuparse por su apariencia o por cualquier otra cosa. Cogió un par de alfileres, un abrigo y salió de casa.

El aire gélido de la calle le golpeó implacable en la cara, aunque ella lo agradeció. Llevaba demasiados días encerrada en casa lamentándose, asfixiándose en su propia vida, y ya era hora de retomar las riendas de su futuro. Se dirigió con decisión hacia el puente por el que había pensado tirarse en más de una ocasión, evitando pensar en nada más que aquello que iba a hacer a continuación. Cuando por fin vio el puente, tomó aire y avanzó hasta él con paso firme. Era un puente sencillo, sin ninguna decoración que lo hiciera destacar por encima de los demás. A cada lado tenía tres barandillas negras a modo de seguridad, aunque de aquello poco quedaba. Estaban repletas de candados que parejas enamoradas habían ido cerrando en ellas para sellar su amor, como hacía no tanto había hecho ella. Ella que creía que lo suyo iba a ser para siempre… Y al final resultó ser otro desalmado más. Jamás volvería a confiar en un escritor. Lo único que de él quedaba era aquél dichoso candado que habían colocado trece meses atrás.

Laura tuvo que recorrer un par de veces el puente hasta que lo encontró, con sus nombres grabados, burlándose de ella. Sacó los alfileres de su bolsillo y los introdujo por el hueco para la llave que en su día habían tirado al río. Lo intentó una y otra vez, y siempre sin éxito. Media hora después, Laura tenía las manos rojas y entumecidas por el frío y los ojos llorosos de impotencia mientras el candado la miraba intacto. Resopló con ira, pensando en que jamás lograría quitarlo de ahí, y con rabia le pegó la patada más fuerte que pudo. Justo en ese momento, vio pasar un gato negro, el anuncio viviente de que algo malo iba a pasar.

-Señorita, ¿sabe que está prohibido poner candados en los puentes? –oyó detrás de ella, mientras maldecía al gato y a sí misma.
-Lo sé, agente, yo sólo… Sólo quería… No estaba… En verdad, yo… -y rompió a llorar. Eran demasiados sentimientos en un cuerpo tan pequeño. Más de lo que podía soportar.
-¿Se encuentra bien? No se ponga así que no voy a detenerla, sólo quería avisarla.
-Tengo tan mala suerte… Todo me sale mal. Sólo quería quitarlo. El cabrón de mi novio… Digo de mi ex novio… Lo único que quiero es que esto desaparezca de aquí y no lo consigo. Soy incapaz de abrirlo. ¿Ve? -dijo Laura mostrándole los alfileres.
-Tranquila, te creo. A ver, déjame que pruebe. –Laura se los entregó rápidamente para ver cómo en segundos conseguía lo que para ella había resultado imposible- Aquí tienes, pero no llores más. –dijo dedicándole una bonita sonrisa. Con el agobio, Laura no había tenido tiempo de fijarse en que era un hombre joven, con las facciones bien marcadas y unos profundos ojos castaños.
-Gracias… –contestó tímidamente. No pudo evitar sonrojarse pensando que estaba hecha un desastre delante de un hombre tan atractivo.- Siento haberle molestado, iré a quemar esto y a ver si encuentro algún sitio por el que tirarme.
-Hombre, preferiría que no te tiraras, la verdad –dijo soltando una pequeña carcajada -, y como policía es mi deber asegurarme de ello. Mmm… Está bien, quedamos aquí mismo esta tarde a las 19h. Para comprobar que sigues viva, claro.

Y sin darle tiempo a responder, le guiñó un ojo y se dio la vuelta con un “¡Hasta luego, pelirroja!”. Y en ese momento, Laura pensó que era hora de soltarse la melena.

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2 comentarios

  1. 1. Servio Flores dice:

    un relato que va llevando de una forma liviana y agradable. me ha gustado.
    felicidades.

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 08:56
  2. 2. Mar Mare Maris dice:

    De agradable lectura y me gusta la frase final. Demuestra que cada uno ve las cosas de forma diferente, mientras que para ella es mala suerte a él le gusta. Enhorabuena.

    Escrito el 7 enero 2014 a las 18:37

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