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Un hombre supersticioso - por Abelino

Se despierta nuestro protagonista J.A. en una pequeña casa de piedra en la periferia de la ciudad. Completamente solo, como siempre. Mira su rostro en el espejo al lavarse y se maldice una y otra vez por aquel que rompió en un accidente al afeitarse, hace casi cinco años. Acaba de vestirse y se queda unos instantes parado frente a la puerta que da a la calle. Comienza sus oraciones, se encomienda al señor, a Allah, a Javeh y a Buda. Se pone su gran abrigo negro, su bufanda de la buena suerte y, finalmente, se atreve a salir a la calle.

Atravesando la ciudad con paso dubitativo, halla su camino bloqueado por una escalera, cuya sombra se proyecta encima de la acera. Al otro lado de esta, un pequeño hombre con ojos muy vivos y mejillas hundidas, reconoce a J.A. y se aproxima corriendo pasando por debajo de la escalera. Esto provoca la exacerbación en J.A., el tambaleo de su mundo. Le falta la respiración, se le quedan los ojos en blanco y tiene que inclinarse ligeramente para que la sangre le llegue nuevamente a la cabeza. Escucha una voz lejana que exclama. "Muy buen artículo sobre el pospositivismo. He conseguido abrir el candado cuya puerta me dirige a comprender la visión actual a la hora de plantearse la epistemología en el marco teórico práctico de las ciencias sociales". Da la casualidad de que nuestro protagonista resulta ser escritor en sus ratos libres, consiguiendo un gran reconocimiento dentro de su pequeño círculo intelectual en el que se mueve.

Al despedirse cortésmente del hombre y cuando se disponía a proseguir su marcha, se le cruza frente a él un gato negro. Maldice por ello a dioses y espíritus dado que ahora se verá obligado a dar un rodeo y le retrasará considerablemente. No puede llegar tarde. Especialmente porque no debe volver tarde. Al día siguiente es viernes trece y ha de prepararse concienzudamente para ello. Por su mente transcurre incluso la idea de faltar a su cita y volver a su domicilio cuanto antes, pero decide continuar su marcha. Todavía tiene tiempo suficiente.

Conforme va llegando a su destino empieza a haber más gente en las calles. Gente que se alegra de verle, que le saluda y le da la mano. A cada paso hay más y más gente, todos sonrientes, mostrándole afecto y respeto. Hasta que llega a un edificio majestuoso, cuyo interior alberga un gran salón de actos. Todo transcurre muy deprisa, la alfombra roja, el de seguridad que le deja pasar, su asiento de honor y cómo, en el punto álgido de la ceremonia, mencionan su nombre. Se levanta de su asiento, sube hasta el escenario y se sitúa frente al público. Miles de personas le miran con candidez, con una amplia sonrisa en sus labios, expectantes de su discurso. Le acaban de conceder el Premio Nobel por su contribución a la física en su trabajo sobre la desintegración doble beta sin neutrinos. Mira a su público con lástima. Vacila, exhala un suspiro, coge aire y, finalmente, decide empezar su discurso.

Y así él, erudito de nuestra época, pleno siglo XXI, respetado y respaldado por la sociedad. Considerado como una de las mentes más privilegiadas del mundo. Aquel a quien todos escuchan cuando hablan, para muchos el pilar central sobre el que sustentan sus vidas, resulta estar viviendo una mentira, no creer nada de lo que hace. Mientras experimenta en secreto otro estilo de vida, del que nunca se atreverá tan siquiera a pronunciar palabra.

"Trabajamos para fortalecer los pilares de la ciencia, porque hasta donde podemos discernir, el sentido de la vida es iluminar con la luz de la razón las tinieblas de la existencia. Muchas gracias." Acaba su discurso y el público estalla en aplausos. Ya puede empezar a prepararse para el día de mañana.

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1 comentario

  1. 1. Emmeline Punkhurst dice:

    Me encanta la doble cara del protagonista. ¡Muy bien!

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 16:27

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