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Traumas - por Mario DG

Blanco, blanco, negro, ya faltaba menos, blanco, blanco, negro. Andaba repitiendo aquella serie de pasos a través de las baldosas de la acera. Una última vez y en casa; blanco, blanco, negro. Sacó las llaves de su bolsillo derecho, siempre el derecho, y las metió y sacó de la cerradura tres veces antes de abrir.

Hacía mucho tiempo que aquellas manías se le metían en la cabeza y no le daban respiro, temía que algo malo pasaría si las desoía. Al principio fueron pequeñas supersticiones, el número trece, gatos negros, escaleras… pero acabó derivando en aquel estilo de vida milimétricamente estudiado.

Cerró la puerta y echó el cerrojo. Lo repitió tres más dos veces, no cinco, debían ser tres más dos. Su casa austera y desordenada apenas tenía mobiliario alguno; poco más que un sofá en el salón y una mesa para comer en la cocina. Pero el televisor parecía ocupar un lugar especial en aquel desconcierto, era el mismo en el que de niño disfrutaba de sus programas favoritos junto a sus padres.

Una vez en el refugio de su hogar, Lucas encaminó sus pasos hacia la cocina. En su programada vida ahora tocaba limpiarse las manos, había que eliminar cualquier resto de gérmenes del exterior. Cuando terminó se secó con papel de cocina que desechó inmediatamente. Su próxima parada era la nevera; retiró el candado que mantenía la puerta cerrada y tras él le aguardaba un sandwich y una lata de cerveza, a decir verdad no era gran cosa pero bastaba.

Ya lo tenía todo listo para seguir con su rutina y se dispuso a volver al salón, ante su adorada televisión. Andó hacia el sofá contando los pasos, debían ser los que debían ser, ni más ni menos, aunque el suelo ya le mostraba el camino. La tarima presentaba un acentuado desgaste en algunas zonas, marcando carriles de los que nunca se salía.

Quince pasos después tomó asiento, pulsó el botón de reproducción y la pantalla cobró vida.
Negro. Más bien gris. La imagen estaba velada por el paso de los años y los constantes visionados; era una cinta VHS de diez minutos exactos.
Tras unos segundos de oscuridad un pequeño haz de luz comenzó a filtrarse, alguien grababa escondido desde el interior de un armario.

Los altavoces incrementaban el volumen al tiempo que los gritos de una mujer iban llenando la estancia. Lucas, desde su sofá, observaba la escena en completo silencio. Un hombre entró en escena arrastrando a una mujer de los pelos, la tiró contra en el suelo y comenzó a propinarle una brutal paliza. La mujer suplicaba, pero sabía que no serviría de nada.

Lucas mordisqueaba su sandwich mientras veía como su padre, un escritor venido a menos, golpeaba a su madre en una de sus múltiples borracheras. Los golpes llovían y la mujer, su madre, consciente de que él estaba en el armario, dirigió una mirada fija a la cámara, invitándole a permanecer oculto; pronto pasará, una vez más.

El marcador del vídeo se llenaba de minutos y los golpes no paraban de caer. De pronto ella dejó de ofrecer resistencia, sus gritos cesaron, pero su cuerpo inerte seguía recibiendo el despreciable castigo. Lucas se fijó en que los ojos de su madre le miraban de un modo distinto… carentes de vida.

Dando un pequeño trago a su cerveza Lucas comenzó a sonreír, ahora venía su parte favorita. La escena se sacudió con un movimiento violento, la cámara había caído, y pudo verse a sí mismo, con nueve años y un cuchillo en la mano abalanzándose sobre su padre. Éste, de espaldas, no lo vio venir y sólo pudo recibir todas aquellas puñaladas llenas de rabia.

Tras unos segundos su padre dejó de luchar y cayó abatido a pocos pasos de la que fue su mujer. Lucas, salpicado de un cálido color rojo, dejó el caer el cuchillo y corrió junto a su madre. Intentaba despertarla, le decía que ya podía ponerse en pie, que todo había acabado, que le había salvado al fin de aquel tirano, pero ella parecía no hacerle caso. Entonces Lucas lo comprendió, y con la certeza de que allí ya nadie podía escucharle, se abrazó a su madre y lloró.

Estuvo en esa pose durante dos largos minutos, después el destino quiso que la cinta se acabara exactamente en el minuto diez y todo volvió a ser oscuridad. En el fondo Lucas siempre supo fue aquel el día en el que comenzó su locura.

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4 comentarios

  1. 1. Emmeline Punkhurst dice:

    Escalofriante…
    😮

    Escrito el 29 diciembre 2013 a las 00:13
  2. 2. Mario dice:

    Muchas gracias por el comentario. Veo que he conseguido producir las sensaciones que quería,jeje.

    A ver si alguien más se anima. Saludos

    PD: Me he dado cuenta que en la última frase falta un “que” en: En el fondo Lucas siempre supo que fue aquel el día en el que comenzó su locura.

    Escrito el 30 diciembre 2013 a las 12:13
  3. 3. José Torma dice:

    Mi madre! que feo!!

    El relato fluye con una facilidad que oculta lo escalofriante del tema… no se si me gusto o no?

    Te felicito igual, tienes una manera muy clara y preciza de escribir…

    Escrito el 7 enero 2014 a las 23:09
  4. 4. Mario dice:

    Gracias por el comentario, tanto si al final te ha gustado, como si no ha sido así,jeje.
    En serio, valoro todas las opiniones tanto positivas como negativas, no podemos pretender gustar a todo el mundo y toda crítica es buena.

    Por otro lado reconozco que el tema es un poco “crudo” y me pensé si quería seguir con él o no precisamente por eso, pero al final decidí apostar por él.

    Un saludo y muchas gracias por leerme.

    Escrito el 20 enero 2014 a las 13:26

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