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Una decisión difícil - por Leosinprisa

“No, no, no…” pensó angustiado al ver lo que tenía ante sí. Los portalones de las trece desventuras se presentaban ante él y debía atravesarlos todos, uno por uno sin cuestionarlo siquiera.

El pensaba en aquel momento solo era un vulgar hombre sin interés alguno para nadie, pero si debía salvar a su amada de la terrible maldición, tendría que tomar la decisión más difícil de su vida: arrancar sus arraigadas manías.

Cuando se levantaba por la mañana, siempre abría primero su ojo derecho, pues el izquierdo lo llevaba sujeto por una tira adhesiva para evitar hacerlo por error. Ponía los pies en el suelo con el talón delante y con cuidado extremo levantaba el resto de su cuerpo, recitando un mantra con el cual daría lugar a un favorable inicio del día. Siempre evitaba tocar las junturas de las baldosas, los límites de las alfombras, los bordillos de escalones, los pasamanos de las escaleras…

La ropa siempre debía de ser de colores oscuros y nunca predominar en ellos un solo color, la proporción era exacta y determinada: un veinticinco por ciento; como su alimento, siempre debía tener una peculiar formación en su plato, las legumbres al lado izquierdo, la carne al derecho. Si el huevo era duro, debía permanecer tieso rodeado de una cuantas aceitunas negras y si este volcaba, era de inmediato desechado. Si la carne era roja, el pescado debía ser azul… azul de color, condimentaba con unos tintes comestibles que también adornaban el resto de su sustento, haciéndola en verdad variopinto.

En la mesa recto en ángulo de noventa grados, con los cubiertos a una establecida medida, sin variar su posición cuando dejaba de usarlos, en un perfecto orden. Si el día era despejado, comida suave a base de sopas y caldos; si estaba nublado, alimentos duros que requiriesen ser cortados.

Cuando salía a la calle, vestido con su peculiar sombrero con una estrafalaria pluma de cisne que siempre debía formar un arco perfecto, cada vez que llegaba a una esquina miraba a ambos lados. Decía había que ser precavido y los gatos negros, las escaleras abiertas y otras lindezas, ocultaban seres maliciosos esperando relajase sus costumbres para amargarle su vida. Y estas obsesiones eran tan solo una pequeña muestra de todas sus extravagancias, capaces de llenar todo un grueso volumen.

Había heredado una considerable fortuna y su habilidad con las cuentas, la hicieron aún mayor. Siempre había querido ser escritor, pero no disponía de tiempo suficiente para ello y su prometida, la joven Cortefiel, apenas podía verle para animarle en aquel entretenimiento en el cual olvidaba todas sus manías. Ella lo quería, pues al contrario del resto de la gente sabia del origen de su enredada vida. Se había interesado en ahondar en su infancia y al descubrir que había carecido de ella, quiso ayudarle a poner fin a tanto dilema.

Un día se hizo con un talismán, el cual le aseguraron rompería esa tónica diaria y le devolverían a un estado de tranquilidad y cordura. Lo que no sabía era que aquel artefacto era un instrumento del Señor de los Caminos, hombre vil de entre los habitantes de ese mundo maravilloso, aficionado a sembrar la desdicha y el pesar sin importar los medios para ello. Señor de asesinos y ladrones, de todo villano que se preciase, logro maldecir a la muchacha quien por error utilizó aquel objeto en vez de su último destinatario. Ahora estaba presa, rodeada por aquellos espantos y seres de locura que tanto habían querido evitar.

No todo iba a ser desdicha. Alguien estaba dispuesto a ayudarle, alguien poderoso y decidido, aunque de un carácter endiabladamente difícil. La archimaga de Tamtasia tenía cuentas pendientes y esperaba enfrentarse a ese rufián, cara a cara. Ella le habló de los trece portales que debían ser abiertos por la persona apropiada. No importaba a que se enfrentase, de seguro sus miedos estarían allí expuestos y su única labor, su única y decidida misión, debía ser romper el férreo candado que le impediría pasar a la siguiente sala. No podría acompañarle, pero estaría junto a su lado, en todo momento y lugar, aunque no lograba comprender como le seguiría a aquel sitio de horror, si no estaba presente de forma física.

“No, no, no…” volvió a pensar indeciso, cuando una fuerte mano, invisible a toda mirada e imposible adivinar su procedencia, le empujó hacia el primer portal, abriéndolo misteriosamente.

“Si, si, si… “escuchó la voz de la Archimaga, enérgica y dispuesta, como su fuerte carácter.

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