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El destino - por Fany Lucas

EL DESTINO
Cerré la puerta dando tres vueltas de llave, empuje tres veces la puerta hacia dentro para comprobar que estaba cerrada y di tres veces al interruptor de la luz del descansillo como hacía cada mañana al salir de mi casa. Mi madre me decía que era demasiado supersticioso pero yo lo hacía sin pensar, para mí era más como una tradición, algo que debía hacer, como vestirme o lavarme los dientes antes de salir.
Caminé por la calle casi por inercia. Cuando llegue a la biblioteca, lugar al que me dirigía no recordaba muy bien como había llegado, a veces me pasa cuando voy pensando en mis cosas.
Salude a Rosario la bibliotecaria y me senté en la mesa del fondo. Siempre me gusta sentarme allí porque no te molesta la gente al pasearse por la sala leyendo los lomos de los libros.
Cogí varios libros sobre la historia de los romanos en España, tema sobre el cual estaba escribiendo desde hacía meses y pensé "este libro será el que me catapulte en mi carrera como escritor". Al coger el último vi un libro que estaba colocado detrás y que no podía verse a simple vista. Al cogerlo se me cayó al suelo y se abrió en una página con un papel donde podía leerse “abre la taquilla número 13 y descubrirás la verdad”.
Salí a la sala principal donde Rosario tenía su mesa de trabajo y a la cual solo se le veían sus ojos a través de unas gafas enormes de pasta y su pelo recogido en un moño. El resto de ella se hallaba escondido tras una montaña de libros que esperaban ser catalogados y colocados en sus estanterías. Le pregunte casi en susurros que si la biblioteca tenía taquillas para guardar los objetos personales de los usuarios y me dijo que en la actualidad no se utilizaban pero que sí que existían. Estaban en el piso de abajo, en una especie de entrada antigua del edificio. Le pedí permiso a Rosario para ir a verlas y ella sin preguntarme nada, me dio la llave que daba acceso a esa entrada.
Aunque me moría de ganas por llegar a ver las taquillas baje las escaleras como siempre hacía. Pisaba con los dos pies cada escalón y golpeaba tres veces la barandilla al comenzar a bajar las escaleras y otras tres veces al terminar.
Abrí la puerta y allí se encontraba una estancia con una puerta enorme justo enfrente con una gran cristalera y a ambos lados dos hileras de taquillas que iban desde el suelo hasta el techo. Estaban llenas de polvo y los números casi nos se veían así que fui limpiando con la manga de mi camisa cada una de ellas hasta que por fin, frente a mis ojos apareció la taquilla número trece. Mi emoción se apagó de repente al ver que la taquilla tenía un candado en el que había que introducir una serie numérica. Revisé el libro donde encontré la nota de arriba abajo y entonces de repente lo supe. Marque los números correspondientes a la fecha que aparecía en la página donde encontré la nota. Y funcionó.
Cogí el agarrador de la puerta y tire de ella hacia mí. Allí encima sólo encontré una fotografía antigua de un niño pequeño jugando con una pelota en un parque. Di la vuelta a la foto, y allí, escrito a mano pude leer, “Querido Manuel, me persiguen para matarme, espero que puedas ver mi nota y que des con esta foto si por cosas de la vida yo ya no me encuentro entre vosotros. El niño de la foto se llama Pedrito y es hijo tuyo. Ojalá os encontréis y seáis muy felices. Siempre te he querido y siempre te querré. Tuya siempre. Valentina.”
Aquellas palabras me llegaron al corazón, tenía que saber que le había deparado el destino a Valentina y a Manuel.
Después de largos meses investigando descubrí lo que sucedió.
Valentina fue apresada y a los pocos meses murió en la cárcel debido al trato inhumano que recibió en ella. Manuel nunca supo de la existencia de su hijo Pedrito y esto lo que se, porque mi abuelo Pedro nunca conoció a sus padres.

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