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Maldita herencia - por David Moñino

Web: http://www.damobe.com

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Sin correr. Sólo apuró el paso, pero de esa manera en que la tensión acaba causándote dolor en los gemelos, y aún así mantienes la velocidad, e incluso la aceleras.
La calle estaba vacía, y el apenas perceptible sabor de la humedad en el ambiente se metía en la boca de Alberto con cada inspiración. El pecho aún no le dolía, pero sabía que no tardaría en dolerle. Notaba el aire gélido traspasando el hilo fino de su chaqueta. Alzó la vista un momento, sin dejar el paso rápido, viendo la luz amarillenta y mortecina de una farola a través de algún jirón de niebla perdida.
Sólo escuchaba sus pasos y su aliento, y el eco desvaneciéndose, fantasmagórico, de aquellas campanadas. La iglesia ya no quedaba lejos.
Pensó en la última vez que se paró a escuchar campanadas, la última nochevieja en Madrid. Toda aquella gente, los gorritos de cartón, las serpentinas… Casi pudo saborear el champán en su boca, recuerdo de días más felices.
Dobló a la derecha en la esquina de la casa tapiada y se encontró de bruces ante la plaza de Pozo Viejo. Al fondo la verja de las Carmelitas, desvencijada, como invitándole a entrar. Veía los viejos olmos perfilándose en el camino que llevaba a la vieja capilla, la que hacía las veces de iglesia en un pueblo donde sabía que no debería estar.
"Maldita carta", pensó Alberto, "y maldita herencia".
Se plantó delante de la verja. En ese momento se dio cuenta del sudor que empapaba su frente, del dolor de sus gemelos y de su respiración agitada, no sólo por la carrera, sino por el miedo que intentaba mantener a raya en su interior.
Miró al frente. Le pareció ver una luz ténue titilando al final del olmedo. Casi pudo escuchar su corazón, comprimiéndose y estirándose en cada latido. Pero las instrucciones eran claras, y le conminaban a seguir adelante.
"…y a ti, Alberto, te dejo mi más preciado tesoro. La caja que contiene la llave de una gran riqueza. Reúne valor, pues lo vas a necesitar. La caja está bajo el altar de la iglesia de Pozo Viejo. Ten cuidado allí. El pueblo no se vació porque sí, ni por el devenir de los tiempos, sino por el mal que lo habita."
Esas fueron las palabras escritas, con la letra temblorosa de un anciano moribundo. Del loco de tío Andrés. El aventurero, le llamaban en la familia, y el zumbado, según su padre.
Pensó que no debería haber dejado el coche tan lejos, pero no recordaba el pueblo. No debería haber ido solo. De hecho no debería ni siquiera haber ido, pero las palabras de su tío, la herencia, las ganas de poseer esa riqueza que ni siquiera sabía en qué consistía, podían más que su raciocinio.
Se adentró entre los viejos árboles, deshaciendo los jirones de niebla con las manos, y al llegar frente a la puerta de madera esta se abrió sola, con un chirrido extraño, como en las películas, como quejándose de abrirse después de mucho tiempo cerrada.
Trataba de mirar el interior, buscando ver en la oscuridad, y entonces vio cómo las llamas trémulas de cientos de velas se encendían al unísono en el interior. Había recuperado el aliento, pero notó el corazón palpitarle en el pecho con fuerza. El miedo le hizo dar un paso atrás, pero de pronto notó algo que le empujaba con fuerza desde atrás. Pudo girarse mientras trastabillaba al cruzar la puerta, para no ver nada, justo antes de que la puerta se cerrara con fuerza.
Se giró hacia el interior iluminado con las velas y entonces lo vio. Allí estaba el ser, en medio del pasillo que hacían los bancos. A mitad de camino entre él y un altar destrozado, con un cristo de madera desvencijado, caído, de mirada triste. Tenía algo en las manos, o en aquello que parecían manos, o más bien garras; una caja metálica con muchos labrados.
-¿Es esto lo que has venido a buscar? -dijo el ser con una voz que reverberó ecos por toda la capilla.
Jamás recordó cómo llegó a salir de allí, pero sí supo que jamás volvería a aceptar ninguna herencia. No eran lo suyo.

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1 comentario

  1. 1. tarodsim dice:

    Sí, las herencias…
    Para mí el relato podría empezar más o menos a partir de “Miró al frente. Le pareció ver “. A partir de ese punto crea bastante suspense.
    El principio lo veo un poco flojo. Por ejemplo:
    “El pecho aún no le dolía, pero sabía que no tardaría en dolerle. ”
    La repetición dolía/dolerle no queda bien.

    El final no me convence. Me gusta lo de que jamás volvería a aceptar ninguna herencia, pero no que no recuerde cómo salió de allí. Parece un atajo.

    Resumiendo, la historia puede ganar mucho acortando el principio y explotando un poco más el encuentro real o imaginario con el ser…y concretando cómo sale de allí, resolviendo la situación. Por ejemplo se me ocurre que queme la carta, o que recuerde algo sobre su tío,…

    Lo mejor la sensación de inquietud que genera desde la mitad al final.

    Un saludo.

    Escrito el 30 enero 2014 a las 11:54

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