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Loca, loca o solo loca - por Leosinprisa

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas, mis pisadas golpeaban los charcos enviando salpicaduras en todas las direcciones, me había comprometido a llegar a tiempo y era una persona de palabra. Salté uno más grande incapaz de repetir la hazaña que habían convertido mis piernas en unas columnas de barro viviente, resueltas a cumplir el cometido de llevar a su dueña al lugar acordado.

La gente se apartaba asustada a mi paso, pues debía parecerles la cólera desatada. Una diosa furiosa con los cabellos sueltos al compas del viento que mi carrera acometía, a quien nadie ni nada podría parar. Mis ojos vibraban con la fuerza de quien jamás se rinde, infundiendo un temor que a todos intimidaba, tal era el vigor de mi empuje y el deseo del corazón de no fracasar en esta hazaña.

Me habían desafiado, un acto provocador dirigido a intimidarme y hacerme bajar la cabeza. Pero no me conocían, no lo suficiente.

Mi compañera había reído divertida por tal logro y estaba segura no obtendría por su parte la más mínima ayuda. Ella era así, misterio e inteligencia en justa proporción y por eso la apreciaba con todo mi corazón, aunque le retorcería el pescuezo con gusto.

Todos miraban extrañados, preguntándose la urgencia que me movía en aquella locura. Algo grave debía de pasar para que yo, en un principio nada dispuesta a esos avatares, tuviera ahora necesidad de correr desenfrenada por las calles de Nueva Capital. Alarmados, la turba me seguía con la seguridad de que necesitaría su ayuda en el acontecimiento que fuese a enfrentar. Los oficiales y soldados, unidos a mercenarios y gentes de toda condición se esforzaban por alcanzarme, pero parecía que el propio viento animaba mi carrera y les resultaba imposible.

“Se van a enterar de una vez por todas que a Testadurra Durradeverras, no se la desafía” pensé antes de darme cuenta que el puente levadizo por donde debía pasar, se estaba empezando a levantar.

Las dos partes se elevaban como si fuera un gigante desperezándose de una larga siesta. Tomé impulso, la gente gritó advirtiéndome era una insensatez y que esperase el puente tornase a su estado natural. Vi de reojo como una gran embarcación se preparaba a surcar las aguas del Miajomoja, uno de los más grandes ríos del imperio, ella había sido la culpable de entorpecer mi camino. Ardí en deseos de volarla por los aires y tomarme venganza por su interrupción, pero había prometido no usar magia alguna y retuve al instinto airado.

Mi juventud jugaba a favor y en la inclinada cuesta salté ligera, el cuerpo se vio liberado de la atadura de la tierra, libre como un pájaro sentí la sensación del espacio envolviéndome sin nada que me impidiese llegar al otro lado, salvo la distancia. La fuerza de la gravedad empezó a hacer efecto y mi peso a cuestionarme si estaba realmente cuerda al precipitarme de aquella manera.

Caía. Me vi golpeando contra el duro tablazón del navío mercante, mis huesos se romperían en mil pedazos. Solo usando la magia nada me pasaría pero la promesa me ataba y no quería darles esa satisfacción, antes muerta que ceder.

Por suerte la propia caída me llevó hasta el extremo del otro tramo del puente, deslicé por el duro suelo y rodé cuesta abajo, intentando evitar males mayores. Me había golpeado en decenas de sitios, rozaduras y cortes cubrían mi piel, pero aún así me levanté y continué sin detenerme.

Mi meta estaba cercana, unos cientos de metros y haría callar su maldita bocaza. Esa pelirroja, por muy Reina Roja de Tantotongo que fuese, nunca ganaría la apuesta. Nadie desafía a la Archimaga y queda impune.

Solo una decena más y acabaría, mi pie derecho resbaló en un charco aún helado haciéndome caer al suelo de espaldas y deslomándome. La última campanada resonó y con ello mi posibilidad de victoria se esfumaba. Había sido vencida.

-Ha sido divertido verte correr y he de decir me ha impresionado tu salto, estas verdaderamente ida –dijo la pelirroja Maljeta, quien me provocó para demostrarle si mi tono muscular se encontraba en forma. Castalinda, la enorme clérigo se acercó con rapidez para auxiliarme y curar mis posibles secuelas.

Mi mejor amiga y compañera, Hurtadillas, a quien todos conocían como la Dama Verde, sonreía con picardía- no habrás ganado, pero nadie dudara nunca después de verte correr así, merecer con justicia el título de la más loca de la ciudad -concluyó, complacida por aquel derecho tan justamente ganado.

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