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Nochevieja en alta mar - por Begoña Llorente

Web: http://mielipiderevista.blogspot.com

El autor/a de este texto es menor de edad

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas por la radio. Su familia se abrazaba y se felicitaba. Aun pasó un minuto hasta que su mujer debió de darse cuenta de que él no estaba frente a la pantalla. Andaba lo más rápido posible por la cubierta procurando no resbalarse con los empapados cabos. Iba de aquí para allá intentando ver dónde se estaba la vela que intentaba izar. Las olas que la proa rompía caían sobre su espalda haciéndole perder el equilibrio. Su mujer le llamaba alarmada. "Ahora no, cielo" pensó. Seguía sin ver lo que impedía a la vela izarse. "Aquí hace horas que es uno de enero" se dijo, "¿qué más dará? Es una estúpida fiesta." Estaba furioso, tendría que subir al palo.

Pensó en dejar la maldita vela y seguir tranquilamente, si se puede llamar tranquilo a fuerza cuatro, olas de casi veinte metros, lluvia y frío. Pero perdería puestos. Leblanc no tenía mujer ni hijos y por lo que él sabía no veía a su familia desde que se fue de casa a los dieciocho. No, no celebraría la Nochevieja. Si no le alcanzaba ahora no podría remontar hasta Buena Esperanza y no optaría a un buen puesto en la clasificación. Respiró hondo, bajó al camarote a tranquilizar a su mujer. Estaba bien. Le dijo que la quería y que pasasen una buena noche. No le dijo que iba a subir al palo, por supuesto.

Se amarró bien el arnés y abrió un poco la ceñida, lo último que quería era comerse la vela en una trasluchada. Despacio fue subiendo, agarrándose al palo cada vez que una tromba de agua caía sobre él. Notaba el corazón latiéndole a toda velocidad y recordó cuando era solo un adolescente atrevido que quería subir al palo siempre que se presentaba la ocasión. Inocente. Pero al fin y al cabo fue esa valentía la que le había traído hasta allí. Llegó a donde la vela se había atascado. No había nada, la vela se había arrugado al entrar en el carril. Tiró de ella hacia abajo. No se movió. Se arrepintió de haber competido en solitario. Se había dejado la driza cazada. No iba a volver a bajar y subir de nuevo, ni pensarlo. Aprovechó el movimiento del barco y tiró de ella en el momento en que más floja está. El barco se estremeció. Conservó el aliento. No había trasluchado. Respiró. La vela había bajado cinco centímetros, suficiente. La metió cuidadosamente en el carril y bajó a cubierta. Allí izó del todo la vela y ciñó un poco más. Perfecto.

Volvió a bajar al camarote. Vio en la pantalla a su mujer. Estaba preciosa, como siempre. Sus ojos verdes se achinaban y le salían unos hoyuelos al sonreír. Sus balizas, las que le llevarían siempre a buen puerto. Ella le sorprendió mirándole. No dijo nada, le miró con aquella mirada de admiración, amor y nostalgia. Sabía lo que estaba pensando. Él no quería decir nada, decir que la quería era mucho menos de lo que sus ojos decían. Una alarma le llamaba a volver a cubierta, rutina.

Iba pensando en aquella especie de telepatía cuando al pisar el primer escalón notó que el barco no se inclinaba hacia donde debía. Estaba pasando lo que más temía desde que se subió por primera vez a aquel cascarón de nuez que llamaban Optimist, a los ocho años. Saltó los escalones que le quedaban y agachó la cabeza. Se lanzó a por el timón que ya se iba hacia la vela. La botavara pasó a toda velocidad casi rozándole la cabeza. Tiró con fuerza del timón. Sentía las toneladas de barco que se inclinaban hacia la vela en contra de él. Era inútil, estaba decidido. Corrió al camarote, cerró la puerta hermética y se fue a la popa gateando mientras el barco daba media vuelta. El recuerdo de su mujer invadió su mente. Estaba solo en medio del mar con la imagen de la mujer más bonita del mundo en su mente. Era un buen final.

Minutos después un golpe seco en el casco le despertó. ¿Se lo habría imaginado? Abrió la escotilla y vio a Leblanc gritando su nombre. Se acercó y le largó un cabo. Se convirtió en su mejor amigo. Un americano y un francés, ¡quién lo diría! No ganó, ni consiguió un buen puesto en la clasificación pero días después, encontró sus balizas, las que le llevaron a buen puerto.

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1 comentario

  1. 1. Emmeline Punkhurst dice:

    Hola Begoña: me ha gustado mucho tu relato y me extraña que no tenga algún comentario más. Está muy bien escrito y con un vocabulario que da a entender que dominas la rama naútica. Lo único que echo de menos es que acentúes un poquito más la sensación de soledad del protagonista pero por lo demás sólo me queda felicitarte.

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 20:45

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