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Renacuajos - por tarodsim

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas.
El río se interponía en mi camino. Por suerte estaba el puente que yo mismo había inaugurado. Aunque en mi caso eso no podía llamarse suerte precisamente. Tengo una pequeña fobia inconfesable.

Dudé un momento. La humedad del río arrastraba renacuajos hasta la altura de mis ojos. Me miraban en su agonía. Sus pequeñas branquias no servían de nada aquí arriba. Uno a uno fueron muriendo… algunos con dignidad. Otros, desatando sus instintos caníbales, se perseguían en un festín
erótico-anaeróbico. Sólo uno insistió hasta el final en arrancar cada gota de aire del agua del aire. Y empezó a llover.

Cuando acabé de cruzar, en la otra orilla, sudoroso, empapado y temblando, volví la vista atrás. El último renacuajo parecía darme su bendición. Retomé el camino, que ahora serpenteaba hacia la colina, sin tener muy claro si había vencido mis miedos o había renunciado a mis principios. En cualquier caso, cuando llegara al hotel, aquel esbozo de batracio cuya aprobación levantó mi ánimo, estaría tan muerto como todos los demás.

Corría sin saber muy bien si quería llegar a tiempo. Había reunión de concejales y constructores en el Hotel Chance, el único cinco estrellas plus de Navahondilla y de muchos kilómetros a la redonda. En cierto sentido podía decirse que habíamos hecho bien las cosas. Pero reuniones clandestinas como la de esta noche me lo hacían pensar.

— ¿Dónde vas a estas horas Jorgie? — mierda, era la señora Ruth en su paseo nocturno.
—Buenas noches Ruth… tomando el aire, ¿cómo está la familia?
— ¿Cómo está la familia? Están todos muertos Jorgie, si tu padre levantara la cabeza…
—Pero Ruth, su hija estará preocupada…y está lloviendo, se va a resfriar… — la pobre señora ya no regía muy bien.
—Yo no tengo hijas Jorgie, creo que en las próximas elecciones voy a pensarme a quién voto, no pareces muy inteligente.
—Eso siempre es bueno Ruth — le dije con sinceridad mientras marcaba el número de su hija.
—Si te viera tu padre Jorgie, si te viera tu padre.
Guardé el móvil mojado mientras me maldecía por no haber dicho no.
—Vamos a esperar aquí a que venga Raquel.
— ¿Quién es Raquel, Jorgie, es tu novia?
—No señora Ruth, es su hija.
— ¿Mi hija es tu novia? Esta Raquel nunca me cuenta nada.
Encendí un cigarrillo. Sonó el móvil. Miré el reloj. Mierda. Escuché la reprimenda.
—No, no voy a ir.
— ¿Con quién hablas Jorgie, con tu padre?
—Mi padre está muerto Ruth… ¿qué?, no, no hablaba contigo Luís, te digo que no voy a ir. Estoy fuera de esto. Quedaos con mi parte.
—Yo también digo que Raquel está muerta cuando me enfado con ella…pero sabes — me guiña un ojo que se esconde entre sus arrugas-sé que está bien viva la muy neurótica.
—Sí, me atengo a las consecuencias.
Cuelgo el teléfono. Se acerca un coche.
—Buenas Raquel.
—Hola Jorge, muchísimas gracias. Esta vieja arpía siempre dando problemas
— ¿Has preparado mi caldo de pollo hijita? — la vieja Ruth cambiando de estrategia.
— ¿Quieres que te acerquemos a tu casa? — se ofrece Raquel ignorando a su madre.
—No gracias, voy a dar un paseo.
—Si te viera tu padre Jorgie — ríe Ruth — has hecho muy bien, no te mezcles con esos indeseables. —.la vieja Ruth lista como una ardilla me sonríe mientras se monta en el coche.

Desando el camino sin prisa, cuesta abajo. Respiro el aire de monte que tiene los días contados. La macrourbanización llegará, con o sin mi firma. El águila imperial va a desaparecer de los cielos abulenses. A no ser que…
Sin darme cuenta llego al puente.
Comienzo a cruzarlo satisfecho. Cuando llego a la mitad me encuentro con el renacuajo recalcitrante. La fina lluvia que persiste le mantiene con vida. Busca el aire en cada gota de agua, en cada lágrima. Lo recojo del suelo y lo lanzo hacia el río. Al menos él tendrá una oportunidad. Al otro lado del puente un coche me espera.
Esta vez sabré decir que no.

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