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Inocentes - por Daniel Santos Oliván

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Esa era la señal. Aunque aún estaba lejos de la plaza, pude oír la algarabía que llegaba desde allí. Miles de personas celebraban el inicio del nuevo año, o puede que el final del viejo, nunca lo tuve claro. La gente reía y se abrazaba. ¿Tanto tenían que celebrar? ¿Pensaban que el año próximo sería mejor? Ilusos. La vida nunca te da la felicidad, sólo te la pone tan cerca que cuando te la quita duele mil veces más. Llevo dos años saboreando ese sentimiento y ya era hora de que todos vosotros sintieseis lo mismo.

Noté la bomba en mi pecho. Casi podía percibir su tic-tac aunque estuviese fabricada con un temporizador digital. Busqué con la mirada a los otros, no los había visto jamás pero sabía que había cuatro personas más, todas ellas con bombas idénticas a las mías distribuidas por toda la plaza. Fue inútil, por supuesto. La plaza era muy grande y todos estábamos estratégicamente distribuidos pero aún así me pregunté si sería capaz de reconocerlos, si alguien podría. Nuestra cara tenía que mostrarlo de alguna manera. No puedes estar a punto de asesinar a cientos de personas y que tu expresión no muestre ninguna tara. Tiene que haber alguna muestra de todo el dolor, del sufrimiento y de la desesperación que nos conducen a hacer algo tan horrible. Miré sus caras, vi tanta alegría y tanta felicidad, casi podía ver una suplica muda para que no acabara con ellas. Se creían con derecho a rogarme pero no lo tenían. No eran inocentes. ¿Donde estaban cuando el banco me echó de mi casa? Estarían viéndolo por la televisión en algún bar mientras tomaban unas cañas y se reían de los pobres desgraciados que salían arrastrándose de su hogar. ¿Qué hicieron cuando mi mujer perdió el hijo que esperaba por el trauma? ¿Y cuándo se suicidó por ello? Puede que lanzaran una mirada de pena condescendiente al televisor, algunos incluso una sonrisa sarcástica. No, estaba claro que inocentes no eran, todos ellos eran responsables de la situación en la que me encontraba y sin embargo no podía apretar el botón. Escuché la primera detonación. Tras ella, los gritos de la gente que comenzaba a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a la vez que otras dos detonaciones.

La estampida me despertó de mis pensamientos cuando me tiró al suelo. Una joven cayó encima de mí clavando sus ojos en los míos. Yo agarré con fuerza el detonador. Era el momento, tenía que hacerlo. Ella me siguió mirando, desesperada. En ese momento, vi a sus padres que la esperaban nerviosos de que algo le pasara. Vi a sus amigos, familiares y a todas esas personas cuya vida yo podía destrozar en aquel preciso instante. Comprendí entonces que si detonaba la bomba no sería diferente de aquellos banqueros que, apáticamente, habían pedido la orden de desahucio. De esos policías que la ejecutaron sin pensarlo. No quería ser igual que la gente que me lo arrebató todo. No podía hacerlo.

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2 comentarios

  1. 1. Kangreja dice:

    Es un tema muy delicado, porque la gente es muy sensible a estas temáticas; me parece muy valiente de tu parte querer retratarlo. Encuentro el texto cargado de emociones, se ve que el protagonista esta confuso, dañado, dolido, triste, y me parece interesante que esa realidad social quede reflejada. El final me gusta porque no lo esperaba, sin embargo modificaría las dos ultimas frases, porque no son muy equilibradas con el texto. Saludos, nos leemos.

    Escrito el 30 enero 2014 a las 02:47
  2. 2. Forvetor dice:

    un texto bastante “potente”. me ha gustado mucho la reflexión, pero yo hubiera escondido sus intenciones hasta que empezaran las explosiones. es más difícil empatizar con asesino manifiesto con un pasado trágico, que con un hombre demolido que está decidido a compartir su dolor.

    pero en cualquier caso, felicidades, es un buen texto 😉

    Escrito el 30 enero 2014 a las 15:38

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