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Sorpresa de nochevieja - por Yorji

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. El suelo era resbaladizo y tenía los calcetines empapados a causa de la nieve. Después de un desagradable paseo por el descampado -un atajo- llegó a la calzada. Las calles de la ciudad, que suelen estar abarrotadas de gente, se encontraban prácticamente desiertas, y era un alivio volver a pisar suelo firme. Las luces de la capital eran autenticas pantallas psicodélicas: adornos de navidad, los faros de los coches, anuncios de neón… todo causaba una sensación estimulante, emanando la mágica alegría oculta en la selva de cemento que pocas personas son capaces de apreciar.
Después de un fugaz vistazo a este espectáculo de luces, cambió de posición la bolsa que había estado cargando desde hacía rato en la mano derecha, y se aseguró de sujetarla con fuerza en la izquierda antes de echar a correr por la calzada. El frío le recordó que no había tiempo que perder, el tiempo es oro. Más aun, el tiempo es vida.

El viento le golpeó con fuerza la cara, lo que intuitivamente le instó a ajustarse el gorro de lana. El enorme abrigo incordiaba constantemente su carrera, pero no podía más que dar gracias de poder contar con protección frente al temporal. Una vez recorrido un buen trecho del camino, no tuvo más remedio que aminorar la marcha y volver a cambiarse la bolsa de lado. Volvía a sentir los pies, inertes hasta hace poco a causa del frío y el agua, pero se sentía terriblemente agotado. No había comido nada en todo el día -lo que era cada vez más frecuente- y todos los años de inactividad le estaban pasando factura, pero en ningún momento paro, no podía permitirse el lujo de vacilar. Apenas quedaban cuatro manzanas para llegar a su destino cuando las luces que le habían estado acompañando durante el viaje comenzaron a ganar intensidad hasta el punto de cegarlo. No pudo ver ni oír nada, todo se volvió muy confuso a su alrededor y, después de un momento de inquietud, un pitido trono justo delante suya: el pitido de un coche y una voz gritando que se apartara de la carretera, seguida insultos y maldiciones. Tapando la cegadora luz de los focos del coche con la mano libre y a base de zancadas irregulares, alcanzo la acera de enfrente. Solo había sido un susto, no pasa nada.

El resto del viaje lo hizo a paso acelerado aunque sin correr, fijándose bien por donde pisaba. Por fin, y ya relajado después del mal rato de hace tan solo un momento, llego a su destino: un callejón justo en frente de una tienda de electrodomésticos. No podía evitar la sonrisa de emoción al pasar entre las estrechas paredes. Después de todo, había conseguido un regalo para su camarada: un abrigo completamente nuevo. Sin agujeros, limpio y caliente. Se acerco al bulto cubierto de cartones situado al lado de un enorme contenedor verde. Una vez enfrente suya, se inclino, acercando la cabeza a la de su compañero, y le empujó en el hombro suavemente. Hubo un tiempo en el que despertar a su amigo era una autentica odisea, pero ahora era distinto, ya no consumía nada y solía estar alerta en el callejón, más en épocas festivales. Sin perder más tiempo, agarro la cara de su amigo y la observo detenidamente. Era un rostro frío e inexpresivo. El terror ahogó todo el callejón. El cuerpo inerte ocultaba entre sus brazos dos botes de cristal con 12 uvas en cada uno. El hombre de la bolsa se hizo con uno de ellos, lo introdujo junto con la carga y se sentó pegado al cuerpo. Era una imagen tétrica, pero no sabía que otra cosa hacer. Hoy dormiría agarrado a la bolsa, confiando en que termine la noche lo antes posible. Mañana saldría a delante. Que otra cosa si podría hacer.

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2 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    Que fuerte. Me engancho porque no sabia para donde iba a parar la cosa. Mantienes el suspenso y aunque el final es muy triste, al menos para mi fue totalmente inesperado.

    Felicidades

    Escrito el 28 enero 2014 a las 19:21
  2. 2. Emmeline Punkhurst dice:

    Una historia ciertamente triste y muy ajustada al momento que estamos viviendo. Me ha dejado una sensación de incomodidad por el sentimiento de pura supervivencia del protagonista. ¡Qué difícil es provocar emociones y qué fácilmente lo has conseguido!

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 19:56

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