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1981 - por R. Mac

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Me di cuenta en ese momento de que era demasiado tarde, ya no había vuelta atrás. Aun así continué caminando con la vana esperanza de que el reloj del pueblo estuviese averiado.

Pese a que era Noche Vieja, la ciudad estaba completamente vacía, la humedad y el frío propio del invierno no invitaban a salir a la calle a celebrar el Año Nuevo. Aun así supuse que los más jóvenes empezarían a tomar el pueblo en tan solo media hora, lo cual me dejaba con menos tiempo del que ya contaba.

Crucé la plaza principal con paso rápido y llegué hasta un oscuro callejón, allí no llegaba la luz de las farolas por lo que apenas estaba iluminado por el resplandor de la luna llena. Inspiré hondo. Me cuesta admitirlo, pero estaba muerto de miedo. Miré mi reloj, comprobando con cierto agobio que eran las doce pasadas. Ya era uno de enero.

Las instrucciones eran claras, tenía que estar allí antes de media noche y no lo había conseguido. Aun así avancé por el callejón sin salida, buscando algo que me diera la esperanza de que, pese a mi retraso, ella estaba esperándome. Pero allí no había nadie. Maldije por lo bajo y me pregunté qué sería de mí.

Había conocido a Raquel hacia tan solo un año. Resulta que tenía poderes. No me toméis por un loco, yo tampoco me lo creí al principio, pero era cierto. Ella tenía la habilidad de viajar a cualquier parte del mundo y lo más asombroso es que también podía ir a cualquier época. Al más puro estilo de Doctor Who, pero sin la máquina del tiempo. Y sin la pajarita. Creo que lo más acertado es decir que se teletransportaba.

Empezamos a viajar por distintos lugares desde el momento en el que la conocí. El primero fue Noruega, evidentemente fue idea mía, yo siempre había querido visitar los países nórdicos. También estuvimos en Roma, éste lo eligió ella, en Edimburgo, Japón y otros pueblos de los que jamás había oído hablar. Solo había una norma: no podíamos quedarnos más de un mes en un mismo país. Me pareció una norma estúpida, pero ella me estaba brindando una oportunidad única y no quería desaprovecharla. Así que nunca pregunté el por qué. Aunque siempre he sospechado que tenía miedo de algo, como si alguien la persiguiese.

Llegamos a aquel pueblo hace un mes, las normas estaban claras y aquel era nuestro punto de encuentro. Pero ella ya no estaba allí. No debí culparla porque el error había sido mío, pero tan solo habían pasado unos minutos y ni si quiera me esperó. Sentí como la rabia se apoderaba de mí, para después dejar paso al agobio.

No era normal que nos separásemos, siempre recorríamos la ciudad juntos, la visitábamos, encontrábamos rincones antiguos, zonas inexploradas e imaginábamos que éramos las primeras personas que veían aquello en cientos de años. En ocasiones me dejaba solo durante unas cuantas horas, como mucho un día, pero siempre volvía. Nunca era yo el que se marchaba. Cuando le dije que tenía un asunto que tratar ni si quiera se inmutó, simplemente me recordó dónde debíamos encontrarnos. Ahora mi decisión me pasaba factura.

Era 1981 y no tenía forma de volver a casa.

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3 comentarios

  1. 1. Seshat dice:

    He disfrutado mucho leyendo y comentando tu relato
    Un saludo!

    Escrito el 28 enero 2014 a las 18:36
  2. 2. lunaclara dice:

    Vaya, qué angustia!! Eso de quedarte atrapado en el tiempo me da cosilla. ¿Y por qué ella tenía poderes? Esa posibilidad tiene mucha fuerza y pienso que podrías explotarla más.
    Felicidades!

    Escrito el 31 enero 2014 a las 13:30
  3. 3. R. Mac dice:

    Seshat, como ya te dije, muchas gracias por el comentario y por haber comentado mi relato.

    lunaclara, muchas gracias por leerlo y comentar. La idea surgió de un momento a otro y tampoco he pensado mucho en el por qué de sus poderes, aunque sí que tengo ideas. Después de los comentarios de las personas que han comentado mi texto y de algunos amigos sí he pensado en continuar el relato. De nuevo, muchas gracias 🙂

    Un saludo!

    Escrito el 31 enero 2014 a las 15:17

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