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Un año más - por Aina Pons Triay

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Tenía que salir de allí, rápido, antes de que se dieran cuenta. No podía volver a pasarme, no ahora. Debía marcharme, escapar, cuanto más lejos mejor.
Mis pasos me llevaron a la estación. El próximo salía a las 00:15h. Quedaban aun cinco minutos. Compré el ticket, me senté en uno de los bancos y encendí un cigarrillo. No podía quitarme la idea de la cabeza. ¿Por qué otra vez? ¿Cómo era posible que me ocurriera de nuevo? Nos conocimos hace un año, ¿cómo no lo vi venir?
Era probable que los demás aún no se hubieran dado cuenta de mi apresurada marcha, pero no tardarían demasiado. Había salido corriendo, abriéndome paso entre la gente que abarrotaba la plaza, todos alegres, animados por el champán, esperando las campanadas. Ivan se había quedado allí, sólo, en medio de la multitud, con la mano tendida y el corazón destrozado. Una punzada me hizo toser y tirar el cigarrillo. Cerré los ojos y traté de calmarme. “No puedo dejar que se enamore de mí, no soy la persona adecuada. No le puedo dar lo que necesita. Ni él a mí tampoco.” Abrí los ojos y me concentré en las vías. “Es mejor así, cualquier explicación sobra. No quiero despedidas ni lágrimas. Estoy haciendo lo que me gusta, lo que tanto he luchado por conseguir. No voy a abandonarlo sin más por un simple flechazo.” Habían sido años duros, de inseguridad, de incertidumbre, incluso de hambre, pero había valido la pena. Si me quedaba, todo volvería a ser como antes: una vida monótona y aburrida, llena de quehaceres que aplacarían mi cerebro y borrarían del horizonte los atardeceres que me quedaban por vivir. Mi mundo se escurriría entre ropa sucia y cacerolas, y nunca más vería salir el sol más allá de la colina.
Las pisadas de alguien corriendo me sacaron de la ensoñación. El tren se estaba acercando, pero él llegaría antes. Me abroché fuerte la gabardina y me levanté. Iván apareció enseguida entre las columnas. Me había seguido. Le había dejado allí, entre la multitud y creía que allí se quedaría. Nunca pensé que tras abandonarlo me seguiría. Pero allí estaba. El tren tardaba demasiado y ya no podía evitarlo. Tendría que despedirme.
Sus palabras fueron simples.
– Sólo quería darte esto.
No le contesté. Iván seguía con el pequeño estuche en la mano. Se acercó y me lo tendió por segunda vez en esa noche.
– Te lo ruego, no me lo pongas más difícil. Me voy – susurré.
– Espera un segundo – dijo – sólo uno… – y con esto último abrió la cajita.
En su interior, una pequeña llave con un llavero en forma de cisne. Le miré. Una sonrisa empezaba a asomar en las comisuras de su boca.
– Sé que te ha costado llegar a dónde estás, que disfrutas de tu libertad, que no piensas atarte, que tu vida es sólo tuya y, sobre todo, sé que no quieres casarte. Te conozco, Carla. – Ahora su sonrisa era evidente.- No se me ocurriría pedirte algo así.
Aun con los labios entreabiertos me costaba respirar. Mis ojos alternaban entre la llave y los dos océanos que atravesaban mi alma.
– Sólo quiero que tengas esto – continuó – es la llave de la casa de verano de mis padres, junto al lago. Me dijiste que era un buen lugar para inspirarte. Quiero que vayas tantas veces como quieras, sola o conmigo. Por favor, acéptala.
El pesado y lento avance del tren, aproximándose por mi espalda, me hizo reaccionar. El reloj de la estación marcaba las doce y cuarto. No tenía mucho tiempo.
– No puedo quedarme, Iván, te haría daño. Lo siento – dije tratando de girarme, pero me lo impidió.
– Prométeme al menos que lo pensaras.
Cogió mi mano helada. La suya estaba cálida. Depositó la llave entre mis dedos y los cerró sobre sí. No podía dejar de mirar sus enormes ojos. El tren silbó y reaccioné. Sin despedirme, di media vuelta y subí al tren.
Me senté junto a la ventana. La luna iluminaba el paso del ferrocarril. Miré, sin verlas, las luces de las casas que celebraban este día en familia. Estarían todos frente al fuego, cantando villancicos y abrazándose unos a otros. Suspiré. Abrí la ventana y dejé que el aire fresco del nuevo año bailara entre mis dedos. Era hora de volver a empezar. Cerré los ojos y dejé caer la llave.

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6 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    En mi pais decimos.. “a fuerza ni los zapatos entran” hay que saber reconocer que hay espiritus libres que no pueden ser controlados ni amarrados.

    Muy bueno, me engancho.

    Saludos

    Escrito el 28 enero 2014 a las 23:06
  2. 2. Wolfdux dice:

    Un relato muy bonito, bien redactado. La historia me ha enganchado rápidamente. Una pena que se deshiciera de la llave, me sorprendió. Pero como ha dicho Jose, los espíritus libres son y siempre serán así. ¡Enhorabuena!

    Escrito el 29 enero 2014 a las 23:47
  3. 3. Gandalf dice:

    Una historia triste pero muy bien contada. Me hace pensar si a veces el afán por vivir la vida hace que en realidad no la aproveches (pero supongo que desde cada lado se ve mejor al otro).

    Escrito el 1 febrero 2014 a las 08:28
  4. Gracias por tu comentario Gandalf. Creo que tengo debilidad por las historias tristes y que intentan llegar a tocar algo, aunque sea sólo un roce, en lo más profundo del lector. Me alegro de que te haya hecho reflexionar.

    Escrito el 1 febrero 2014 a las 14:29
  5. 5. Emmeline Punkhurst dice:

    Renunciar al amor por el sueño de tu vida… una acertada elección como argumento de tu relato. Me ha enganchado y envuelto desde el principio.

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 20:29
  6. Muchas gracias Emmeline. Me alegro mucho de que te haya gustado.
    Jose Torma y Wolfdux, muchas gracias a vosotros también por vuestros comentarios.

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 21:38

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