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Encuentro imprevisible - por Jose Antonio Garcia

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas del mediodía en el reloj de la cercana iglesia cuando entraba al vestíbulo de la estación de ferrocarril de Bergen. A Arthur le horrorizaba que el Marqués pudiese llegar antes y hacer algo imprevisto comprometiendo su ya maltrecho honor. Mientras se sacudía la nieve de sus pies, un mozo de maletas le informó que el tren llegaría en hora a pesar de la fuerte nevada. Se acurrucó en un banco a esperar cerca de una de las estufas de la sala y sobrellevar esa fría Navidad de 1967.

El último telegrama del Marqués desconcertó incluso al propio Arthur resignado a sus rocambolescas excentricidades. Sólo la honrosa memoria de su difunto padre le retenía al servicio de la casa, aunque con cada nueva extravagancia, Arthur reabría su maleta y guardaba la ropa interior listo para escapar. El Marqués no tenía ocupación alguna y aunque el trabajo no mata a nadie, él prefería no arriesgarse. La señora madre del Marqués, pensó Arthur, se había marchado a París probablemente huyendo alarmada por las últimas estadísticas sobre el repunte de crímenes familiares durante las cenas de Navidad. En cuanto al hermano, Oscar, era un habitual del casino y de las casas de apuestas legales e ilegales. Disponía por orden del Marqués de crédito ilimitado en su creencia de que se puede matar un cerdo a base de engorde. Aseguraba tener la conciencia limpia aunque para Arthur eso sólo significaba mala memoria, pues no se cansaba de derrochar en la ruleta y en los caballos, siempre acompañado de su coqueta esposa inglesa, que insistía continuamente ser prima ilegítima de la reina de Inglaterra.

El calor de la estufa apenas calentaba el aire y Arthur encendió un cigarrillo mientras paseaba por el edificio para entrar un poco en calor. Compró el periódico pasando las hojas con los dedos entumecidos y la noticia de que el señor Knut Lykke, amigo personal del Marqués, había sido nombrado embajador en España, hizo meditar a Arthur si el puesto podría haber sido del propio Marqués si durante la última recepción con el primer ministro Borten, no hubiera sostenido que la dictadura en España era muy sana y positiva para fomentar el ingenio entre los españoles, pues según él, la falta de libertad de expresión era un estímulo para la imaginación y la perspicacia. Sin embargo, renegaba de aplicarse a si mismo tal teoría, pues según él, nacer noruego era una cosa dificilísima de conseguir y no tenía sentido que después de lograrlo tuviese limitada su libertad de expresión igual que los españoles, así que se permitía decir y hacer lo que le venía en gana en cualquier momento.
Alguien anunció que el tren procedente de Oslo iba a entrar por la vía dos. Arthur guardó el periódico en su abrigo y leyó una vez mas el telegrama: “Llegaré con la Marquesa. Prohibido recibimiento popular”. Desde luego podría haberse casado en secreto, él mismo había asegurado muchas veces que cualquier día presentaría a su prometida. Sin embargo lo raro era la prohibición al recibimiento, le encantaban los agasajos y bienvenidas, hasta el punto que Arthur solía contratar algunas personas entre las tabernas cercanas para aplaudir al Marqués a su llegada. Pero esta vez se lo había impedido y eso era extraño en él.

Salió del vestíbulo y se acercó hasta la cabecera del andén mientras la ruidosa locomotora diesel recorría los últimos metros. Se ajustó sus guantes negros preparado para cargar con la maleta del Marqués. En unos momentos, el andén se llenó de gente con caras de cansancio después de pasar toda la noche en el tren. Puesto de puntillas buscaba con la mirada entre gorros de piel y sombreros. Cuando el tumulto se fue disipando, una sensual mujer vivamente maquillada se detuvo frente a él:
—¡Arthur!,
—¿Señora?
—¿No me conoces?.
—Pues no, lo lamento.
—¡Pues deberías!.

Se quedó mirando fijamente esos profundos ojos grises y sintió un mareo mientras ella comenzaba a reírse con un tono de voz demasiado grave.
—¡Válgame el cielo!, pero señor Marqués, ¿qué hace vestido así?
—¡Arthur un respeto!, soy la Marquesa… pero… ¡ven aquí!, ¿adónde vas?.
—Lo siento señor, o señora, o como quiera usted, pero tengo que terminar mi maleta.

Para el bueno de Arthur aquello superaba todo lo demás. Se dirigió a las taquillas para comprar billete en el siguiente tren y huir de aquel encuentro imprevisible mientras pensaba que todo tiempo pasado sólo fue anterior.

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3 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    Vas hilando una historia, dando pequeñas pinceladas de sus protagonistas y el giro final.. simplemente de 10. Muy logrado, fluido. Te engancha de principio a fin.

    Felicidades

    Escrito el 28 enero 2014 a las 22:33
  2. 2. tarodsim dice:

    Hola, ya te comenté el relato, muy bien, aunque como te comenté yo veía un final alternativo.

    Felicidades de nuevo!
    Saludos!

    Escrito el 29 enero 2014 a las 15:12
  3. 3. MrBrightside dice:

    Una escritura bastante decente 🙂

    ¡Felicidades!

    Escrito el 29 enero 2014 a las 19:12

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