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El fraile - por Aída

El fraile
Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Brincando subió los escalones que lo llevaban al comedor. El aroma de la olla humeante, que el hermano Miguel traía de la cocina, le dolió el estómago.Eludió la mirada inquisidora del hermano Rafael, a cargo de las actividades. Sabía que por llegar tarde a almorzar lo castigaría con un trabajo extra.Se deslizó sobre el largo banco,y encogiéndose de hombros, ocupó su lugar.Su plato ya estaba servido.Una nueva mirada del hermano Rafael detuvo el gesto de tomar la cuchara.Primero debían rezar agradeciendo los alimentos. En el almuerzo, al silencio rotundo se contraponía el sonido del sorbido de la sopa y el tintineo de las cucharas. En ese silencio, revoloteaban como moscas zumbonas, los pensamientos de cada comensal, vaya a sabre sobre que cosas, mientras mantenían la mirada fija en el plato. Ignacio no podía dejar de pensar,al oír el sonido de las campanas del convento,en aquellas que hacía dos meses
sonaron anunciando un nuevo año y él en ese instante apuñalaba a Amalia.Antes de discutir violentamente, habían hecho el amor y habían brindado por estar juntos un año más, luego los gritos, los golpes, que esta vez ella no estaba dispuesta a soportar. Fue cuando Amalia dijo que había decidido abandonarlo, que Ignació la mató repitiendo puñaladas por todo el cuerpo.Ahogado en llanto, temblando, solo atinó a huir, tropezando, sin rumbo, en medio del ruido estrepitoso de cohetes y luces de bengala.Recordó a su amigo el fraile Sebastian, quizás lo ayudaría.Agitado aún de correr a la deriva, jadeando detuvo un taxi y se dirigió al convento.
Ignacio se sorprendió cuando el hermano Rafael, le dijo que continuara abriendo surcos, sin castigarlo.A cada golpe de azada, le parecía que también abría surcos en su pasada vida.Deseaba que al igual que lo granos de tierra que se esparcían desmenuzado, también sus acciones pasadas se desmnuzaran en el tiempo del olvido. Sin embargo estaban presentes ante cada campanada y el cuerpo inerte de Amalia era un grano de tierra, como roca viva, atenaceando su conciencia.La campanas llamando a ejercicios espirituales, le recordó las palabras de su amigo:
— Acá encontrarás la paz y dentro de poco te entregaras, para exculpar tu pecado ante los hombres. Los hermanos rezamos para que eso suceda.
Al amanecer, los primeros rayos del sol, acompañaban su tarea en el campo. Enfrascado en sus pensamientos,no escuchó el motor de la camioneta en la entrada.Dos hombres uniformados se dirigían hacia él.
—Ignacio Torres, estás detenido por el asesinato de la Dra. Amalia Arguelles.
Entonces abandonó la herramienta que al caer busco refugio en el surco, se dio vuelta mansamente, extendió sus manos y esposado, levantó la vista hacia la ventana, donde su amigo lo miraba con el rostro iluminado por tierna sonrisa de aprobación. Luego se dejó llevar por los hombres.Sabía que volvería a ese lugar años después.

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