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12 CAMPANADAS - por Nuria

Web: http://www.nuriacmallart.wordpress.com

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Esa era la señal para reunirse con Frederick la noche planeada para su huida.
Elena consiguió salir de su casa a escondidas. Esperó a que todos estuvieran dormidos para saltar desde su ventana al jardín. La escalinata principal era un riesgo pues su gato maullaba si captaba algún movimiento entre las sombras y, además, los escalones crujían. Su padrastro tenía un sueño demasiado ligero, tan ligero como su mano.
El corazón parecía salirle del pecho, respiraba agitada tratando de trepar la verja. Miró hacia atrás por última vez y tragó saliva, su único pensamiento fue Mateo, su hermano pequeño.
Cerró los ojos y apretó los dientes como queriendo aguantar el llanto y la rabia, amaba a Frederick pero nunca soñó estar con él de aquella manera. Escapaba de una vida que la había endurecido, sólo tenía 21 años pero en su alma se escribían casi cien, estaba cansada y albergaba demasiadas heridas para tan corta edad.
Llegó a la plaza y vio a Frederick sentado en un banco con la cabeza baja y frotándose las manos. Era diciembre.
Elena se abotonó bien el abrigo y avanzó unos pasos. Una parte de ella estallaba de felicidad al ver a su amor allí, esperándola, la otra le hacía sentir que caminaba hacia la guillotina.
-¡Elena! ¡¡¡Mi amor!!!- gritó Frederick corriendo hacia ella.
Elena dejó caer su pequeña maleta. Se tapó los ojos y empezó a llorar. Se quedó inmóvil en medio de la plazuela.
Frederick la abrazó. Besó sus cabellos y susurró:
-Está bien cariño, llora, saca todo lo que lleves dentro-.
Elena apartó su cabeza y miró a Frederick:
-Lo siento tanto, no quiero sentirme así… yo te amo-.
Frederick la atrajo hacia él de nuevo.
-Está bien, no tienes que pedir perdón. Sé que no es fácil pero ya estás aquí-.
La abrazó por el hombro y recogió su maleta del suelo.
-Vámonos, hace mucho frío aquí cariño. En la estación compraré algo caliente-.
Elena asintió secándose las lágrimas.
Caminaron abrazados. Elena recordó la primera vez que vio a Frederick. Fue 6 meses atrás durante una merienda en el lago. Elena había estado jugando con Mateo cerca de la orilla y el pequeño, de 3 años, le mojó el vestido jugando. Frederick se acercó y le ofreció una toalla. Siempre supo protegerla, amarla.
A lo lejos se escuchó el silbido del tren. Los dos se miraron.
“Estimados viajeros el tren con destino a París partirá en breves instantes” anunciaron por el altavoz.
-París… – dijo ella suspirando.
Elena vivió toda su vida en un pequeño pueblo de Innsbruck y siempre quiso conocer cómo era la vida más allá de la campiña, soñaba con estudiar una carrera. Quería ser pediatra, le encantaban los niños. “Mateo…” pensó, él nunca entendería por qué pero Elena volvería algún día con las manos llenas para él.
-Sube mi amor- dijo Frederick- el tren está a punto de partir-.
-¿Cuándo llegaremos a Paris?- preguntó Elena.
-En pocas horas y de allá iremos a Londres-.
Tras los cristales Elena contempló una pequeña multitud despidiendo a familiares, amigos, amantes… no había nadie allá para ella pero no lo lamentó. Sabía que era mejor así. Su madre leería la carta que le dejó en la cocina y aunque estaría triste un tiempo lo acabaría entendiendo. Elena buscaría la manera de decirle que estaba bien y que tuviera paciencia.
Desde que su padre murió la vida fue un infierno. La herencia fue una montaña de deudas y un padrastro que la obligó a dejar los estudios para ayudar a su madre en casa. Le prohibió frecuentar amistades y llegó a pegarla por contestarle mal o salir con Frederick. Ese hombre representaba el sustento para su madre que estaba enferma. La mujer vivía aterrada pero al menos no moría de hambre.
-¿Estás bien?- preguntó tomándola de la mano- pareces ausente-.
Elena le sonrió y apoyó la cabeza en su hombro.
Llegaron a Londres una gris y ventosa tarde. Allá les recibieron unos tíos de Frederick. El muchacho continuaría sus estudios de Economía y Finanzas y ayudaría a sus tíos en el negocio familiar, una cooperativa dedicada al comercio de lanas y pieles.
Subieron al coche rumbo al calor de una chimenea y una cena familiar. En la televisión una elegante pareja preparaba a los espectadores a para recibir el año nuevo. Las doce campanadas iniciaron con un largo beso y muchos, muchos sueños.

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2 comentarios

  1. 1. Sergio dice:

    Me gusto la tematica del cuento y el modo de relatarlo, va generando un clima intrigante ante la posibilidad de ser descubiertos y perseguidos por la policia o el padrastro.
    Creo que el remate o punto culminente se diluye linealmente, restandole akgunas emociones, que se encuentran flotando dentro de la historia

    Escrito el 28 enero 2014 a las 23:15
  2. 2. David Rubio dice:

    Es un relato bien hecho y bien escrito. A nivel de trama creo que se queda corto. De entrada ella huye y ya nos dice que eso le produce pesar pero es lo que siente que debe hacer. Eso se explica de buen inicio. En el resto del relato no aparece ninguna alteración de ese estado inicial, simplemente se recrea en esas dudas hasta que se van. Habría que meterle algún conflicto, alguna vuelta de tuerca. Saludos

    Escrito el 1 febrero 2014 a las 01:41

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