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Atrás - por Melissa R.

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El autor/a de este texto es menor de edad

Apuró el paso al oír las doce campanadas. Era peligroso transitar a esas horas allí.
Dobló un callejón, subió una escalera para incendios hasta una. Ella lo esperaba parada en el borde del edificio, tranquila como si no corriese un enorme peligro.
No se volteó, escuchaba sus pasos.
-Has llegado tarde.
Miro su reloj.
-Solo han sido un par de minutos.
-Siete.
Se preguntó como sabía los minutos si no llevaba reloj. Adivinó su pensamiento.
-Conté los segundos desde las campanadas -dijo sentándose en el borde del edificio.
-Que cursi, cuentas los segundos para verme.
Ella emitió lo que pudo ser una risita o un gemido.
-¿Vienes?
-Claro.
Avanzó entre cristales rotos hasta llegar cerca. El vértigo lo perturbó unos segundos, logró sobreponerse, y se sentó a su lado. Sus pies quedaron colgando unos quince centímetros más abajo de los de ella.
Comenzaron a hablar lento y en susurros.
-Deberías sacarte las zapatillas, -observó -solo hacen peso hacia abajo.
-Estoy bien así.
Ella suspiró, mirando las luces de la ciudad. Había una plaza grande y verde, con banquetas que a esta hora albergaban a vagabundos casi durmiendo o a grupos de borrachos. Podían ver varias calles, lugares aun abiertos, y edificios con las luces de las ventanas desapareciendo. Se escuchaban los bajos de canciones a lo lejos, mezclándose con el pasar de los autos, del viento y el rasgueo de una guitarra perdida.
-¿Por qué aquí?
-Aquí vivo.
-¿Vives en esta azotea? -preguntó horrorizado.
-¡No! -rió ella -Aquí, -indicó mirando hacia abajo y dando golpecitos con el pie en el edificio -cuarto piso.
-Podríamos habernos juntado allí, sin parecer un par de suicidas en las alturas.
-Es que quería mostrarte esto -indicó perdiendo su mirada en el paisaje.
-¿Siempre es así?
-Más los viernes y sábados, pero siempre hay movimiento.
-Ya veo -dijo él pensando en ruidos y luces a los que no estaba acostumbrado.
-¿No te gusta?
Pensó unos instantes.
-La verdad, por ahora me extraña.
-Siempre es así al principio.
"Principio". Esa palabra indicaba que algo seguía. Pero él no se quedaría, solo venía a verla. Sin embargo ella ya estaba formando su historia, pasando por el "principio" y siguiendo adelante.
-Entonces… ¿no piensas volver?
Negó con la cabeza.
-No lo creo, esto me gusta.
Él miro arriba. A pesar de ser noche despejada, las brillantes luces solo dejaban ver una más brillante luna.
-¿No extrañas ver las estrellas?
Ella no miró arriba.
-Hay otro tipo de estrellas que seguir.
Se volteó hacia ella.
-Ya veo…
Miraron al frente, deseando perder la vista en el infinito.
-No te gusta, ¿cierto?
-No me acostumbraría.
Ella balanceó los pies como si fuese a saltar.
-¿A qué has venido?
-A verte, estábamos preocupados por ti.
-Pensaban que no podría cuidarme sola.
-No es eso. Es que ya sabes… venirte sola a Amsterdam – él comenzó a balancear los pies ahora-apenas terminaste la escuela… papá y mamá siempre están preguntándose como estás. Asustados cada que en las noticias anuncian algo que ha pasado aquí, que alguien menciona a Amsterdan como "la ciudad del pecado", cosas así.
-¿Y tú? -se decidió a preguntar tras un silencio.
-También me preocupó.
-Diles que les escribiré. -Él le dirigió una mirada acusadora -Ahora si lo haré. Cuéntales que arriendo un lindo piso trabajo en una pastelería, tengo amigos decentes. Estoy bien, los iré a ver comenzando el verano.
-¿Solo eso?
Ella suspiró.
-Y que los quiero.
Él sonrió.
-Les diré.
Se puso de pie y caminó descalza entre los cristales, él la siguió torpemente, reprimiéndose de decirle que tuviera cuidado al ver que caminaba ligera y precisa sin lastimarse.
-¿Te quedas a dormir?
Él no respondió. Sentía que invadía.
-Tus otras opciones son regresar al hotel a esta hora o dormir en la azotea.
Soltó una risa.
-Me quedo contigo, entonces.
Siguió observándola mientras la seguía. No sabía que cosas había vivido ella, pero la habían cambiado. Era segura y más fuerte. Ahora ella iba adelante. Habían invertido los roles. Se sentía pequeño a pesar de ser el hermano mayor. Era otra, había crecido en muchos sentidos y avanzaba sin temores. Lo estaba dejando atrás. Casi una desconocida que lo conocía demasiado. Caminaba con porte imponente. Entonces tuvo miedo, pensó en huir, tirarse por el borde del edificio o volver corriendo a casa.
Ella se volteó y le sonrió antes de comenzar a bajar. Lo tranquilizó. En cierta forma, era la misma, esos ojos le aseguraban que nunca lo dejaría atrás por completo.

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