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El Conjuro - por Saray Pérez

Web: http://quelocuenterita.com/

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas, con la vaga idea de que al retumbar la última de ellas, recuperaría algo del tiempo perdido. Sin embargo, según se adentraba en el antiguo barrio de Os Montes, bajo las piedras de sus mordidas cornisas y entre la luz titilante de sus farolas, se daba cuenta sin remedio que llegaba tarde a su cita con el viejo hechicero.
Entre las húmedas callejuelas, sentía como nunca el bochorno nocturno y su piel rezumaba como la panza de un jarro de aceite. Los diarios habían anunciado que aquella noche sería la más calurosa del año, y por eso la mayoría de las ventanas permanecían abiertas de par en par. En algunas de ellas, rancias cortinas sobresalían del alfeizar serpenteando hacia el exterior como olas fantasmagóricas mecidas por una invisible brisa. Cuando dobló la esquina, decidió cruzar la angosta avenida tan deprisa, que apenas advirtió que una jauría de perros perseguía un gato, o una rata, sea lo que fuera, no pudo averiguarlo.
Pasadas las dos, alcanzó por fin la verja del caserón donde, según sus cálculos, vivía el hechicero.
No pudo evitar sentir cierto alivio. Se detuvo unos segundos mientras alzaba su vista hacia la imponente fachada, respiró profundamente y golpeó el llamador de hierro fundido con determinación.
Enseguida oyó como desde el interior salía un penetrante chirrido.

– Qué demonios quiere usted a estas horas – rezongó el portero mientras se acercaba a la verja con un candil en la mano.
– Vengo a verle a él- respondió el recién llegado.
– Él no recibe muchas visitas.
– Él me espera – respondió el joven con sequedad – Le ruego que le avise de mi llegada y disculpe mi retraso – y se quedó firme como una atalaya.

El portero alzó su candil hasta la altura de su propia cara, recortando sus facciones en un extraño claroscuro. Miró al joven con suspicacia, como si dudara entre dejarle entrar o echarle a palos de allí. Finalmente, retiró el candado de la verja y masculló con desgana:

– Pase.

En el rincón más alejado de la Gran Estancia, el joven se acurrucó para ocupar el mínimo espacio. Se sentó con delicadeza en el suelo, cruzó las piernas y en silencio, esperó a que comenzara la ceremonia.
El viejo hechicero se movía con presteza entre ungüentos, ídolos y velas. Siseaba antiguas oraciones, como profundos murmullos venidos de las raíces de las estrellas. Mientras tanto, lanzaba pequeñas caracolas y piedras redondeadas, las recogía entre sus dedos largos y huesudos para a continuación, esparcirlas de nuevo con un dominio que parecía sobrehumano.
– La naturaleza nos ve nacer y morir – dijo con voz grave- Ella ordena que lo que nace con vida, debe permanecer vivo. Lo que nace muerto, debe permanecer muerto – de espaldas al joven continuó – Pero tu deseo es fuerte. Tu ansia mortal persigue otorgar vida a una figura de tierra inerte. Eso requerirá grandes sacrificios. Y una gran deuda…

“…una gran deuda con los moradores de un mundo que existe antes del hombre y más allá del hombre. Triunfadores sobre la muerte, veladores del sueño y de la sangre, a ellos a quienes suplicamos escucha. Herederos de una realeza extinta, venid, ante vuestro poder nos postramos. Porque no somos más que el polvo que pisáis y retiráis con vuestra mano. A vosotros, encomendamos este conjuro”

De pronto, el hechicero se desmoronó en medio de la Gran Estancia e hincó las rodillas en el suelo con un golpe seco. Después de unos segundos, sentenció:

-Puedes irte – apenas tenía aire en sus pulmones y su respiración era agitada – ella ya está aquí, la vida la recibe. Corre.

El camino de regreso a casa fue una carrera angustiosa y desenfrenada hacia su destino, aquel que había perseguido sin descanso. Aquella figura de mujer, aquella naturaleza muerta femenina a la que se había dedicado con minuciosidad científica, le mostraría ahora su primer hálito.
Abrió la puerta de su casa sigilosamente y avanzó por el corredor. Llegó a la habitación donde la figura yacía encima de una estructura desvencijada de madera. Nada se agitaba, todo era polvo húmedo, sin movimiento. El joven no pudo reprimir su decepción:
– ¡Malditos dioses, hijos de vuestra madre, me habéis engañado!
De repente, se oyó un crujido. La estructura de madera había notado el peso mórbido de algo que temblaba. El joven se volvió espantado.
Una mujer de piel trémula levantaba su mano y le decía:

– Ven a buscarme. Ayúdame a levantarme, cariño.

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3 comentarios

  1. 1. MrBrightside dice:

    Hola Saray,

    Antes de nada, decirte que me parece increíble que yo sea la única persona que comenta tu relato.

    Dominas la redacción con soltura, ausencia total de faltas de ortografía y una temática que personalmente me encanta 🙂

    Es cierto que el tipo de relatos que requiere el taller son escuetos y claro, no es fácil desarrollar una historia con un argumento potente en tan pocas palabras, pero no miento cuando digo que es el relato de mayor calidad que he leído hasta ahora.

    ¡Mi más sincera enhorabuena!

    Escrito el 30 enero 2014 a las 14:55
  2. 2. lunaclara dice:

    Hola Saray: A mí tu relato también me parece de calidad, está muy bien escrito, redactas con soltura situando al lector corriendo junto al joven y después también asomandose a la olla del mago. Echo en falta poner al lector en situación: ¿por qué? ¿por qué corre? ¿qué quiere conseguir? ¿quién es esa mujer que pretende resucitar? ¿quién es el misterioso mago?…
    A parte de eso, me encanta la recreación.
    Felicidades!!

    Escrito el 31 enero 2014 a las 12:51
  3. 3. Emmeline Punkhurst dice:

    Hola Saray: tanto en tu anterior relato como en éste me encandiló tu manera de crear atmósfera. Desde luego, es tu punto fuerte.
    Me gusta mucho tu manera de escribir y espero seguir leyéndote por aquí.

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 20:37

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