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Nochevieja en la estación - por Eguzki

El autor/a de este texto es menor de edad

Apuré el pasó al escuchar las doce campanadas. Con las manos metidas en el bolsillo andaba a toda prisa por las calles desiertas, yendo ahora casi a la carrera hacia la vieja estación. De repente, escuche a alguien que cerraba una puerta. Sin darme cuenta, me escondí en el primer portal. No quería que nadie me viera yendo en dirección a la estación, tenía una reputación que mantener.
Cuando llegué a la estación, estaba sudando jadeando, pero con la última campanada que marcaba el inicio del año nuevo, abrí la puerta. Es curioso, la puerta estaba abierta. La estación estaba oscura, llena de polvo y telarañas, solo se veía un banco tapado con una manta en una esquina, junto a una mesa de café que parecía sacada de un salón de los años 20. Me quedé de pie mirando a través de las ventanas a la antigua vía del tren. Había sido una verdadera estupidez venir a la estación, a más sería perfecto para mis enemigos: el cazador de magos, el más escéptico de los miembros del claustro de la Universidad esperando a que apareciera el Tren de Nochevieja. Estaba convencido, había sido una estupidez ir a ver si el mítico tren perdido de la Primera Guerra Mundial pasaba realmente por esa estación todas las Nocheviejas como decían los lugareños. Estaba claro que esas majaderías eran cuentos para engañar a los crédulos. Ya me había dado la vuelta cuando, de repente, una luz recortó mi silueta contra la puerta. Me volví para ver de dónde venía la luz, pero era tan intensa que no pude ver nada. En lo que duró un segundo la luz ya había desaparecido. Sorprendido, asustado y emocionado me lancé contra las ventanas del edificio para ver si podía ver el tren. Tenía el pulso acelerado, podría ser que… No, mejor pensado, debía haber sido un coche que pasaba por la carretera o cualquier cosa que se pudiera explicar racionalmente. Los trenes con pasajeros fantasma no existían…
Volví a mi hotel de nuevo, la fiesta ya hacía tiempo que había terminado, y nadie se había dado cuenta de mi ausencia. Subía en el ascensor, cuando metí la mano en el bolsillo. Saqué la cartera y la llave de la habitación, cuando algo cayó en el suelo. Eran dos billetes de tren. El tren de las 12 destino Paris. Había un año escrito en el reverso. 1915. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, estaba sonriendo. Estaba seguro de dos cosas. Primero, los fantasmas no son cosas seres de un mundo racional y cuerdo. Segundo, este no es un mundo racional ni cuerdo, hay cosas que van más allá.

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