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Llegó la hora - por MiRecreo

Web: http://www.elrecreoderafa.wordpress.com

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas, pero sus recuerdos le alcanzaron antes de que el reloj marcara el final de aquel día y su noche.
Desde jovencito fue el primero de todos sus hermanos que no se quiso dedicar al oficio familiar. Su bisabuelo lo fue, su abuelo también, su padre y cómo no, sus cuatro hermanos y sus respectivos hijos, también lo fueron. Él siempre quiso volar más alto, conocer mundo, vivir al día… pero su padre le obligó a estudiar hasta que tuviera edad para trabajar o al menos, decidir qué demonios iba a hacer con su vida.
Por las mañanas tenía, como todos, clases de matemáticas y lengua. Pero por las tardes sus padres le habían prohibido cualquier actividad extraescolar que supiera asumir un riesgo innecesario. “Hay que tener cuidado con él, que el niño es muy torpe”, decía su madre en un afán protector desmedido. “Además, ¡qué mejor que ir a clases de canto, estudiar solfeo y música clásica!”.
Con el paso del tiempo, aquel joven se convirtió en todo un hombrecito. Sus profesores habían hecho de él una persona sensata, civilizada y habían apagado en cierta medida sus irrefrenables deseos de aventurero, habían aplacado y asesinado a esas absurdas ideas de su cabeza. Como bien decían ellos orgullosos, ahora “no tenía pájaros en la cabeza”.
Al finalizar la educación obligatoria y tras un verano de hastío y calor, su padre se reunió con él muy seriamente y le realizó la misma pregunta que años atrás habían ido contestando, uno por uno, el resto de sus hermanos: “¿Vas a estudiar o a trabajar? Piénsatelo bien lo que vas a contestar ahora mismo, porque luego no habrá marcha atrás”, aseveró su padre, mientras su madre engrasaba los engranajes del reloj. El hijo, por su lado, respiró con profunda resignación porque sus hermanos ya habían abandonado el nido, y en el mismo instante que se disponía a pronunciar la respuesta que era de esperar, en ese segundo que iba a repetir las mismas palabras y sílabas que sus hermanos, un extraño hormigueo le corrió por todo su cuerpo, un pensamiento fatuo le hizo cambiar de opinión “en realidad nadie me ha prohibido nunca nada”, pensó. “Nadie me ha cortado aún las alas”, continuó pensando.
“¿Por qué sonríes hijo y no contestas? ¡Qué es para hoy!”, arengó el padre sacando al muchacho del trance.
“Te contestaré pasado mañana”, le replicó marchándose a su cuarto sin más.
Durante el día siguiente no hizo más ni otra cosa que dar vueltas y vueltas a la cabeza como una noria da vueltas en el sentido del reloj. Por un lado sus profesores de canto le habían animado a que se presentara a diversos certámenes y concursos convencidos de que se podría ganar la vida con su voz. Él, por otro lado, se veía como un barítono con mucha pluma. Seguir estudiando le resultaba una opción complicada. Estaba harto de que los números sólo llegaran hasta el doce, y más harto aún de que todo el mundo lo diera por sentado sin llegar a cuestionarse por qué de manera inmutable aquellos números no iban más allá. Los estudios quedaban descartados, pero trabajar como relojero era renunciar a una parte de él mismo a la que no quería abandonar.
La noche se agotaba y llegó a la conclusión de que no debía culpar a nadie, ni a su padre, ni a su madre, ni a sus profesores, ni siquiera a las costumbres ancestrales de los relojes de cuco, porque lo que en realidad había ocurrido es que simplemente no había tenido el tesón y la valentía suficiente, había dejado apagar su espíritu viajero y emprendedor. “¿Dónde quedó aquella decisión tan absurda como precipitada, tan romántica como peliculera, en la que prometió detener el tiempo?”, se perturbaba él solo.
Aprovechó la última campanada, desplegó sus atrofiadas alas y antes de que la puerta diera por finalizado el día, trató de dejar todo aquello atrás. Abandonar su vida. Huir, y huir tan fuerte como le fuera posible. Tan fuerte que sus hijos no tuvieran que estar encerrados en otro reloj de pared. Y tanto empeño puso en su huida, y tan acostumbrado a desaparecer para no reconocerse, que terminó por evaporarse en uno de sus propios recuerdos, recuerdos que le alcanzaron antes de que el reloj marcara el final de aquel día y su noche, los mismos que sólo le dejaron abrir el pico para repetir doce veces, como un auténtico autómata: “cucú”.
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2 comentarios

  1. 1. Eloyzinho dice:

    Hola, MiRecreo 🙂

    Me animo a comentar tu relato por dos motivos: uno es porque veo que me has agregado a tu blog (muchísimas gracias :-D), y el segundo es porque no tienes ningún comentario. Esto último me extraña un montón, porque tu relato es muy bueno, aparte de uno de los más originales del mes, enhorabuena 🙂

    El contenido está genial, y me gusta especialmente esa serie de indicios, a modo de pistas, para que el lector atento averigüe la sorpresa que se oculta en la narración, y el no tan atento las pueda disfrutar en una segunda lectura: términos como “nido”, “volar”, “cantar”, “pájaros en la cabeza”, “cortar las alas”, “reloj”, “pluma”, etc. Todo muy bien planeado, funciona casi como un reloj 😉 Quizás lo único que no me cuadró del todo fue al referirte al personaje principal como “persona” y “hombrecito”, que aunque soy consciente de que puede emplearse en sentido figurado, me parece algo tramposo (reconozco que otras personas no le darán importancia a ese detalle, pero a mí sí que me llamó la atención). Tal vez la palabra “adulto”, o alguna referencia a “salir del cascarón” encajasen mejor.

    Formalmente te comento alguna cosa: creo que la palabra “supiera” sería “pudiera” (me refiero a la frase “cualquier actividad extraescolar que supiera asumir un riesgo innecesario”). Otro detalle en “qué es para hoy”, debería ser “que es para hoy”. Y échale un vistazo a la frase “piénsatelo bien lo que vas a contestar”, por si hubiera una errata al duplicar el “lo” (que a lo mejor está bien así, revelando un defecto en el habla del padre, pero te lo comento por si acaso). Nda más que añadir ni en cuanto a ortografía, ni redundancias, que está perfecto (tu texto es otro caso ejemplar en cuanto a evitar su uso innecesario).

    Un último apunte. Yo también usaba comillas al describir pensamientos o algunos diálogos, pero en el relato del mes pasado un comentarista me dijo que no estaba del todo bien usarlas en esos casos, ya que la RAE recomendaba usar estas otras comillas: «…». COnsulte varias fuentes y parece que esta última tipografía es la correcta, así que te lo comento también por si prefieres cambiarla 🙂

    Bueno, nada más que añadir. Que sepas que me ha parecido un gran relato 😀 Buen trabajo.

    Escrito el 3 febrero 2014 a las 17:40
  2. 2. Emmeline Punkhurst dice:

    Como dice el compañero, es un relato genial. En todo momento te sientes identificado con el protagonista, cómo le cortan las alas, cómo le constriñen en esquemas preconcebidos del típico niño bueno que debe hacer esto y no lo otro…
    Yo personalmente no cambiaría ni una coma.

    Escrito el 5 febrero 2014 a las 20:49

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