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Año Nuevo - por Tania

Año Nuevo

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Hasta el último momento había estado indecisa. Se debatía entre lo que deseaba y lo que sentía. El mundo se había derrumbado una noche de otoño. Dos años atrás, ellos constituían una pareja estable y feliz. La vida les había sonreído. Tenían estudios, un buen trabajo. Vivían en un amplio y confortable piso de una urbanización ajardinada en una bonita ciudad. Habían sabido ahorrar y disponían de una situación económica holgada, además de otras posesiones por herencia. Sus dos jóvenes hijos eran buenos estudiantes y prometían un futuro inmejorable. Su marido y ella estaban en esa edad en que ya se ha aprendido a relativizar y a convivir con el otro, pasando por alto los pequeños defectos y las controversias de la vida cotidiana.

Un análisis de control rutinario supuso el diagnóstico demoledor. Durante dos años interminables y a la vez muy cortos, lucharon con denuedo contra la leucemia de Marcos. Cada bajada de plaquetas suponía un nuevo ingreso hospitalario. Al principio se recuperaba y a la par aumentaba la esperanza. Un día no fue suficiente y pronto se sucedieron crisis de las que era cada vez más complicado salir. Consultaron a otros hospitales pioneros. Al fin se decidió un auto trasplante de médula. Al mes, parecía que había dado resultado, en cambio el tratamiento lo había dejado exangüe, con las defensas mínimas. A los tres meses hubo que volver a ingresar. No quiso confesar la inquietud y el mal presagio que ya le acosaban.Intentaba dar ánimos y convencer a la familia diciéndole que allí disponían de todos los medios y que era donde mejor se recuperaría. No quería perder el humor y fantaseaba con salir pronto y volver la rutina de la comodidad del hogar, a los largos paseos, a las conversaciones y buenos ratos con los amigos.

Sin embargo, una pulmonía imprevista y traicionera lo despojó de los sueños. Una madrugada de principios de octubre el hálito lo abandonó.

Al principio, fue para Asunción, como si él se hubiese ido unos días de visita o de vacaciones. Cuando la tristeza era más insoportable abría el armario, y aspiraba su olor que aún perseveraban las vestimentas y por unos instantes se engañaba como si todo hubiese sido un mal sueño,deseando que en cualquier momento estuviese de nuevo allí y la abrazase. Durante meses miró con verdadero hostilidad al cepillo de dientes , a la máquina de afeitar y a tantos objetos personales que permanecían incólumes ajenos al destino de su dueño. A la fuerza tuvo que admitir que él ya solo existía en el recuerdo. Se sentaba a ver la tele y el sillón solitario le gritaba la muda ausencia. Entonces caía en la cuenta de esas pequeñas cosas sin importancia de las que está hecha la felicidad, valoradas solo cuando se ha perdido.

Los hijos le decían:”mamá tienes que salir, distraerte”, pero acabado ellos eran los que salían porque estaban en edad de hacerlo.
El trabajo inmediato después de los preceptivos y escasos días de duelo, era el único tiempo en el que lograba desconectar. Los compañeros ocasionalmente la animaban para luego olvidarse, porque cada uno tenía sus propias preocupaciones.

Era la noche la que se le antojaba eterna en aquella cama tan grande. En el lado vacío aún entreveía el cuerpo viril que tantas veces la había tomado con pasión y que luego durante la enfermedad la buscaba para ser el cobijo y la fuerza que necesitaba.

Hoy no quiere aniquilar el sentimiento, pero si domeñarlo, guardarlo en su corazón como un tesoro de vivencias que forman parte de la historia de su vida.
Esta noche empieza un Año Nuevo. Para convencerse se repite que no es una mujer frívola, solo que no quiere lástima ni conmiseración por ser viuda.

Por fin se ha decidido.Como si estuviese cometiendo una falta, abre la puerta de la cafetería. El vaho tibio del local le da en la cara y la calidez de los saludos de los amigos le afirman en su conducta. Alguien le quita el abrigo y. Le dice:”Cuánto me alegro de que hayas venido”

Siente que la vida continúa y la arrastra con ella.

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