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Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

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12+1 - por Mario DG

Apuró el paso al escuchar las doce campanadas. Trabó la puerta de la iglesia para retrasar su llegada; la policía no tardaría en irrumpir allí en su búsqueda. Sus zapatos reverberaban en el santuario; andaba con paso ligero y firme, sin atisbo de nerviosismo, en aquel silencio casi celestial.

Ante el altar, bajo un techo abovedado con la omnipresente imagen del Cristo redentor, un tapiz de seda con motivos bordados en oro cubría parte del suelo. El cura se agachó y lo retiró para descubrir la portezuela de madera que daba acceso a la cripta a través de unas escaleras talladas en la roca. Abajo le esperaban todos; le había costado todo un año reunirlos.
Las catacumbas, iluminadas por antorchas, eran un lugar olvidado por todos menos por él, «pronto todo el mundo sabría de su existencia».
El párroco recorrió el breve pasillo que precedía a la sala principal, una capilla de generosas dimensiones presidida por un modesto altar sobre el que pendía una gran cruz de madera.

Frente al altar doce sillas estaban dispuestas, todas ocupadas salvo una y todos quietos como… como cadáveres. Eran Simón, Andrés, Felipe, Juan, Bartolomé, Mateo, Tomás, dos Santiagos y dos Judas; éstos últimos los cambió por un Teodoro (por Judas Tadeo) y un Matías (sucesor de Judas Iscariote). Le había costado reunirlos pero allí estaban, eran sus doce apóstoles.

Desde pequeño siempre quiso servir a la Iglesia, pero se sabía llamado a algo más importante, lo llevaba en su ser, en su nombre. Su madre, fanática religiosa tuvo a bien llamarlo Jesús Cristóbal aunque siempre lo llamaron Jesucristo. Si, eso era, estaba destinado a ser un nuevo salvador, un enviado de Dios, sólo le faltaba valor para asumirlo.

La sala hedía a podredumbre, algunos de aquellos apóstoles llevaban allí muertos meses, ocultos de la luz de un sol que jamás volverían a ver. Jesús no hizo aprecio del enrarecido ambiente y con urgencia se dirigió al altar desde el que se dispuso a ofrecer una breve última cena bajo la atenta mirada de los ojos blancos, henchidos de muerte, de sus apóstoles.

Las sirenas parecían ya próximas en la superficie cuando Jesús acabó la liturgia; se persignó y acto seguido se desprendió de su sotana, dejándose por única prenda un lienzo ceñido a la cintura.

Entonces, cómo un fantasma, apareció de entre las sombras una escuálida figura con el rostro oculto bajo la capucha de su hábito. Aquel ser, que hasta entonces había permanecido expectante, andó ceremoniosamente hasta situarse bajo la cruz y tiró de la cuerda que la mantenía en el aire hasta postrarla en el suelo. Jesús, que aguardaba, se dio la vuelta y miró fijamente la enorme cruz en la que sería crucificado.

Arriba la puerta al fin cedió; la policía ya estaba dentro, Jesús se tumbaba y el extraño hombre comenzaba a trabajar. Cada golpe de martillo era contestado por otro desde arriba, la búsqueda era implacable. Los clavos se abrían paso en la carne del nuevo Mesías cuando éste giró su cabeza para ver a su “verdugo” y le dijo:

– ¿Y quién decís que soy yo?
– Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. – Respondió su doceavo apóstol.
– Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia. – La voz de Jesús exhalaba dolor.

Cuando todos los clavos estuvieron ya en su ser fue coronado por mil espinas y alzado a los aires. Tras acabar el trabajo Pedro fue a ocupar su sitio con el resto de apóstoles, a su espalda quedaba una perturbadora mezcla de sonidos entre el repiqueteo de la sangre chocando contra el suelo y los lamentos del cuerpo mortificado.

Al fin una brecha de luz irrumpió al fondo y las voces comenzaron a descender escaleras. En cuestión de segundos la estancia se llenó de gente armada contemplando la grotesca escena. Todas las linternas apuntaban al hombre crucificado, éste les devolvía una mirada piadosa y, en un esfuerzo por hacerse oír, dijo:

– Consummatum est, está hecho – Y dejó de respirar.

Sólo se encontró un superviviente, un tal Pedro, el primero de los doce desaparecidos. Se esfumó el mismo día lluvioso en el que lo hizo el cura adscrito al psiquiátrico en el que Pedro estaba ingresado, el mismo que ahora yacía crucificado. Siempre supieron que el cura, sabiendo de los delirios de aquel paciente, lo arrastró a aquella vorágine de violencia. Lo que nunca nadie sabría es que fue al revés…

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7 comentarios

  1. 1. Fernando Falcoff dice:

    Excelente!!!

    Escrito el 28 enero 2014 a las 15:54
  2. 2. Mario DG dice:

    Gracias por comentar, !saludos!

    Escrito el 28 enero 2014 a las 23:00
  3. 3. Forvetor dice:

    buen cuento. puede que con algo más de espacio le sacaras más partido, para que el final no quedase tan forzado (como me ha parecido a mi al menos). pero la idea me ha gustado mucho. a seguir así.

    Escrito el 30 enero 2014 a las 15:47
  4. 4. Eloyzinho dice:

    Me ha gustado el tema de recrear a los apóstoles para finalmente ser crucificado, aunque coincido con Forvetor en que la resolución es algo precipitada y deja la conclusión un poco interrumpida (sobre todo las dos últimas oraciones), ya que la idea de que un loco manipule al cura de su centro para llevar a cabo tal horror, pierde algo de su fuerza.

    En cuanto a la forma, me gustaría hacerte notar una serie de cosas que opino puedes mejorar sin demasiado esfuerzo, ya que casi solo con revisar con más atención, las evitarás sin mayor problema:

    He apreciado alguna redundancia mal empleada, como por ejemplo, “paso”, que aparece dos veces en el primer párrafo; “le había costado […] reunirlos”; etc.

    Me ha llamado la atención una oración en concreto, que me parece sobrerecargada de adjetivos explicativos (“…recorrió el breve pasillo que precedía a la sala principal, una capilla de generosas dimensiones presidida por un modesto altar sobre el que pendía una gran cruz de madera”, donde figuran los epítetos “breve”, “generosas”, “modesto” y “gran”), dándole un ritmo un poco torpe.

    También alguna falta de ortografía (“éstos últimos” debería ser “estos últimos”; “si” afirmativo es “sí”; “cómo un fantasma” sería “como un fantasma”; “doceavo” sería “duodécimo” o “decimosegundo”), así como algún fallo menor en las comas (en algunos casos por ausencia, y en otros por presencia).

    Como último consejo, te recomiendo que revises el uso de los guiones en los diálogos.

    Como opinión final, decirte que pienso has escrito un relato interesante a partir de una muy buena idea, que es lo importante, porque lo otro, lo de la forma, se puede aprender a base de práctica. Buen trabajo 🙂

    Escrito el 30 enero 2014 a las 17:18
  5. 5. DavidRubio dice:

    Veo que tu relato está muy bien comentado. Poco más que añadir. Tienes una historia muy potente entre manos no la desaproveches

    Escrito el 30 enero 2014 a las 23:51
  6. 6. Mario DG dice:

    Vaya rapapolvo Eloyzinho 🙂

    No, es broma. Agradezco mucho todos los comentarios y estas “críticas” constructivas (aunque lo veo más como consejos) no vienen nada mal. La verdad es que cuando empiezo a escribir los relatos pienso que me sobrará espacio, pero al final me voy a las 1.000 palabras y tengo que meter tijera aquí y allá. Por eso al querer darle un giro al final queda la sensación de ser un poco precipitado y brusco.

    Por lo demás, nada que objetar. Intentaremos revisar esos fallos y mejorar, que para éso estamos. También aprovecharé la historia del relato para escribir uno un poco más largo o una novela corta.

    Por último, ¿podías aclararme a que te refieres con el uso de los guiones?, ¿a que ponga los guiones largos?. Si es por los guiones largos, no se como hacerlo 🙁 pero investigaré.

    Un saludo y muchas gracias a todos por vuestros comentarios, que no hacen mas que animarme a seguir escribiendo.

    Escrito el 31 enero 2014 a las 13:03
  7. 7. Eloyzinho dice:

    Jeje, disculpa mi comentario pero no te preocupes por mis palabras, que siempre critico igual (incluso conmigo mismo, ya que soy muy exigente y quiero aprender todo lo que pueda). De todos modos te digo que aunque creo que es más importante el contenido que la forma, le doy mayor peso a la forma, ya que creo que uno de los mayores beneficios de este taller radica en la capacidad de que todos aprendamos los unos de los otros, cosa que en cuanto a contenido es más difícil de conseguir. Por eso te decía lo de que el tema es bueno, y que la forma es secundaria.

    Lo de los guiones puedes aprender su uso fijándote en los diálogos de cualquier novela. A mí es una de las cosas que primero me llamó la atención cuando empecé en el taller hace un año, porque a pesar de haber leído montones de novelas (incluyendo muchos clásicos) , nunca había sido consciente de cuál era la forma correcta de usar los guiones. Por eso cuando escribí mi primer relato, los usé mal.

    Aquí van unas breves normas:
    1) Detrás del guión nunca va espacio, sino que va pegada la palabra. Por ejemplo: –¿Y quién decís que soy yo?
    2) El punto y seguido detrás de una frase, va detrás del guión si éste interrumpe la frase. Por ejemplo: –Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente –respondió su doceavo apóstol.

    Aparte de fijarte en los de las novelas, hay artículos por ahí donde se explica cómo deben usarse. A base de práctica, se le pilla el punto 😉

    Y como curiosidad te diré que usándolos bien, te ahorras palabras. Haz la prueba: tu relato actual tiene 750 palabras, pero si lo haces bien, verás que te salen 743 😉

    Felicidades de nuevo 🙂

    Escrito el 31 enero 2014 a las 13:34

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