Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La noche de las campanadas - por Rafael F. Lozano

—Apuré el paso al escuchar las doce campanadas, porque me di cuenta de que llegaba un poco tarde.
—¿Un poco tarde, hijo mío?
El hombre estaba ya entrando en la vejez. Le faltaban tres meses para morirse, pero estaba más que satisfecho con la excelente vida que había llevado. Lo había dado todo por su hijo, el mismo que le había fallado la noche anterior.
—No llegabas tarde, no. Simplemente, no llegaste. Siempre has llegado tarde, pero esta vez te cogieron los vigilantes.
—Ya está bien, padre. —El joven se levantó de la silla con un movimiento brusco—. Soy lo suficientemente grande como para hacerme responsable de mis actos.
—Sí —dijo con la voz quebrada—, pero tus tonterías marcarán a nuestra familia durante generaciones. —Tenía la cara descompuesta.
Salía ya de la habitación, cuando se dio la vuelta encolerizado.
—¿Cómo, padre? ¿Qué tonterías? —dijo a pocos centímetros del hombre, que parecía ahora más viejo.
—Ya sabes, tus tonterías de siempre. —Sabía que debía ser prudente, por muy mal que estuviera la situación en la familia, y por muy triste que estuviera por la pérdida de su hijo. —¿Qué será de la familia sin ti? ¿Qué voy a hacer sin ti?
—¡No! Acaba lo que has empezado, viejo. ¿Qué tonterías?
Entonces, su padre se encontró más vivo que nunca, y le contestó.
—Las tonterías con esa ramera con la que te ves —contestó mientras descargaba un sonoro azote en la cara de su hijo—, so zángano. Me quedan tres meses de trabajo. Luego, me moriré, y tú te dedicas a burlarte de la ley. Has olvidado a tu familia, Rami, pero vas a recibir tu merecido.
Rami no sentía la mitad de su cara, pero, en vez de avergonzarse, estaba más que dispuesto a vengarse del imbécil de su padre.
—¡Esa ramera es mi familia ahora! —Lanzó un puñetazo al cuello de su padre, pero se le escapó en el aire—. Y deja de llamarme…
Antes de que pudiera terminar la oración, una azotaina aún más sonora se estrelló contra la otra parte de la cara. Esta vez, Remi cayó al suelo, mareado.
—No debí haberle hecho caso a tu madre. La única manera de que aprendieras era a golpes —dijo mientras le propinaba una patada en la barriga—. Me jubilarán y sacrificarán en tres meses, y tú haces que te arresten la noche de las doce campanadas. Eres una vergüenza para esta familia.
A Remi le costaba hablar por el golpe, pero consiguió pronunciar algo.
—Puedo ahorrarte estos tres meses, padre. —Y una burlona mueca apareció muy fugaz en su maltratado rostro.
Aquello le costó otro puntapié en las costillas. Tendría ya algunas de ellas bailando en su barriga, pero unas costillas rotas no le importaban en ese momento. Todos sabían cuál era la pena por llegar tarde al evento de las doce campanadas. El próximo año, él mismo sería uno de los protagonistas del evento, uno de los doce ejecutados.
—Has destrozado mi familia, engendro inservible. Gracias a mi jubilación, solo tendré que mirarte a la cara tres meses más. Luego, tendrás nueve meses para despedirte de tu asquerosa ramera. —Otra patada sonó seca en el torso de Remi.
A pesar de estar destrozado, y, en contra de su cuerpo, consiguió incorporarse. Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sintió su frío tacto. Era el revólver que llevaba semanas escondiendo de su padre. El mismo que pretendía usar contra él, pero que nunca decidía a utilizar.
—No siempre hay finales felices, padre. —Consiguió decir—. Nuestra vida es un engaño. Toda tu vida trabajando, y la ley te lo paga asesinándote el día que te retiras. Y a mí me fusilarán la próxima noche de las campanadas por haber llegado tarde a ver las ejecuciones de la noche de las campanadas de este año. No tiene sentido. Está todo en la ley, y nadie hace nada.
—Yo sí que voy a hacer algo, pero voy a hacerlo contigo, vago. —Preparaba un poderoso puñetazo, cuando se detuvo paralizado.
El revólver seguía en la mano de Remi, pero había pasado del bolsillo a la sien de su padre.
—Hijo mío, ¿qué vas a hacer? —Sus pupilas se habían dilatado de repente.
Al principio, temblorosa, la mano del revólver fue cogiendo fuerza. Remi aguantaba la respiración.
—No les daremos la satisfacción de matarnos. Así, quizá, alguien haga algo contra ellos. Padre, este es el principio del cambio.
—Decidido, apretó el gatillo dos veces.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

3 comentarios

  1. 1. José Torma dice:

    Muy bien lograda. Me gustaria mucho saber el porque de la ley? y que va a pasar despues. Me engancho.

    Saludos

    Escrito el 28 enero 2014 a las 20:33
  2. 2. Rafael F. Lozano dice:

    Estimados críticos e interesados:

    1) Efectivamente, el último guión de diálogo está puesto por error. Disculpad.
    2) Los destinatarios de los disparos quedan entendidos con el “No LES daremos la satisfacción…”. Al menos, esa es la intención.
    3) No, no odio a mi padre ni me siento identificado con Remi. Es precisamente eso lo bonito de la escritura, que no escribes sobre ti. También, es posible que a veces no haya finales felices. Ya lo dice Remi.

    Espero que os guste la lectura, que es el principal objetivo.

    Saludos.

    Escrito el 28 enero 2014 a las 23:39
  3. 3. Wolfdux dice:

    Muy buena historia, me han encantado los diálogos, están llenos de sentimientos. ¡Felicidades!

    Escrito el 30 enero 2014 a las 00:00

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.