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Cuestión de honor - por Constanza

Cuestión de honor

El claro de luna disipaba las tinieblas que debían cubrir el hayedo. El trote de un caballo rompió la quietud de la noche. Eran el lugar y la hora convenidos. El jinete descabalgó sobre el tapiz de hojarasca que se extendía bajo sus botas.

Sombrero negro y capa negra con embozo para evitar ser reconocido. Manuel de la Vela, hombre de tan alta cuna como bajo proceder, villano y pendenciero, que por azares de la vida casó con Catalina del Valle, joven hermosa, exquisita y enamorada… de otro.

Escuchó un galope tendido a lo lejos y supo que su adversario acudía a la cita.

Cristóbal San Martín, bravo, apuesto, amigo y compañero de juegos, estudios y correrías, y amante secreto de Catalina.

—Os retrasáis, don Cristóbal.

—Disculpad, don Manuel. Un asunto de cierta importancia requirió de mi presencia en el momento de partir.

—Disculpado quedáis. Y ahora…, ¿estáis dispuesto a batiros? Podría ser este vuestro último lance.

—¿Veis acaso en mi semblante alguna sombra de duda? ¡Vive Dios que no os temo! ¡Que hablen las espadas!

—Solo uno de los dos ha de volver cabalgando.

—Mi caballo tiene instrucciones precisas, descuidad.

—Podéis pagar cara vuestra chanza, caballero don Cristóbal.

—No me subestiméis, don Manuel. Ya no somos niños. Resolvamos cuanto antes, pues me esperan.

—¿A estas horas? ¿Quién, si no ofende la duda?

—Bien lo sabéis.

—¡Basta! ¡Acabemos de una vez! ¡A muerte! ¡Desnudad vuestro acero, que a los Infiernos he de enviaros!

—¡Lo veremos! ¡En guardia!

Desenvainaron las espadas y, con pose y mirada desafiante, emprendieron la contienda.

Don Manuel ejecutó sus primeros movimientos de ataque embistiendo con fiereza, con la intención de romper cualquier táctica de su adversario. Don Cristóbal bloqueaba con su hoja cada acometida, y respondía rápidamente con réplicas, ágiles passata di sotto y eficaces estocadas, evidenciando que no era un contrincante fácil. Manuel de la Vela se mostró sorprendido por la destreza de su rival:

—Vaya, San Martín, habéis progresado mucho en los últimos tiempos —dijo en tono burlesco.

—Os lo agradezco. Viniendo de vos es todo un cumplido —contestó sonriendo al tiempo que le lanzaba un coupé que a punto estuvo de alcanzarle en el cuello.

Don Manuel cambió de estrategia ejecutando movimientos de distracción en dirección opuesta al ataque. Hizo retroceder a don Cristóbal, que, en uno de los impetuosos golpes que detuvo, perdió la espada. Don Manuel le permitió recogerla y en un segundo asalto, le hirió en el hombro izquierdo con un estoque certero y veloz como un rayo. La camisa blanca de San Martín se tiñó de rojo. Este, agarrando con fuerza el acero, realizó un ataque a la carrera que don Manuel no pudo esquivar y también resultó herido en el abdomen. Sujetándose la herida con la siniestra, comprobó que era superficial y atacó sin piedad al enemigo hasta hacerle caer en un brusco asalto que le produjo otro corte, más profundo que el anterior, en el costado derecho. Don Cristóbal cayó al suelo, debilitado por la pérdida de sangre.

De la Vela se acercó en un arranque de compasión hacia quien otrora fuese amigo. Le ofreció la mano al tiempo que le decía:

—Cristóbal San Martín, renunciad a Catalina. Estoy dispuesto a perdonaros.

—¡Jamás! —contestó Don Cristóbal.

—Levantaos pues y luchad por vuestra vida. ¡Maldito seáis!

El último ataque resultó feroz y despiadado, sembrado de espadas que se cruzaban chispeando fuego entre saltos, forcejeos, miradas retadoras, fuerza y furia a cada movimiento. El combate estaba igualado hasta que don Cristóbal tropezó de espaldas contra un árbol y se encontró con el acero de don Manuel en su mejilla y acto seguido en su gaznate. Reaccionó dando una brutal patada en el estómago a su rival, apartando así a este y a su temible filo. Don Manuel se levantó de un salto y acosó a don Cristóbal con un remesón, hasta que este dio un paso en falso y… le atravesó el corazón.

Don Cristóbal cayó herido de muerte y él se aproximó arrojando la espada al suelo. Sujetó su cabeza y buscó tal vez una mirada de perdón:

—Os lo advertí, querido amigo.

—Cuidad de mi hijo, solo eso os pido a cambio de mi vida —dijo don Cristóbal.

—¿Un hijo? ¿Tenéis un hijo? Perded cuidado que nada le ha de faltar. ¿Donde le encontraré? Decidme, presto.

—Vuestra esposa lo alumbrará a la llegada de la primavera.

Fueron sus últimas palabras, palabras que cubrieron de negro para siempre el pensamiento de Manuel de la Vela.

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3 comentarios

  1. 1. Aurora Losa dice:

    No me ha gustado, me ha encantado.
    Te felicito especialmente por la elección del vocabulario, muy acorde a la época que describes, incluso mientras narras.
    Los diálogos son creíbles y la presentación de los tres personajes tiene un toque cómico que engancha.
    La pelea es dinámica y se ve que controlas el tema de los lances de espadas o te has documentado muy bien. Además el final tiene el punto trágico que termina de equilibrarlo todo. Enhorabuena.

    Escrito el 8 marzo 2014 a las 16:56
  2. 2. Constanza dice:

    Muchas gracias, Aurora, por tu amable comentario (y más estando tan abajo en la lista). Me alegra que te haya gustado. La verdad es que nunca había descrito una escena con lucha, así que me ha costado un poquito de trabajo. Vamos a ver si aprendemos cosas interesantes entre todos los que nos movemos por aquí. Un cordial saludo.

    Escrito el 9 marzo 2014 a las 22:12
  3. 3. Aurora Losa dice:

    He de decirte que intento leer todos los textos y que siempre me alegro de hacer el esfuerzo porque se descubren cosas tan buenas como esta.
    Creo que lo de la “aversión” a las escenas de lucha es un sentimiento muy generalizado (a juzgar por comentarios que he ido leyendo). Pero lo mismo, al final, con este e¡taller nos van a costar un poquito menos. Siempre es bueno salirnos de nuestras zonas de comfort y tú lo has hecho de maravilla.

    Escrito el 10 marzo 2014 a las 15:47

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