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Intrusos en el Arrozal - por F.A.B.C.

En el mismo momento que el primer hombre pisaba la luna, el marine Edward Moss, pisaba el suelo fangoso de una tierra que no conocía, junto a sus compañeros de regimiento. Cuando todo el mundo vitoreaba al primero, al segundo nadie dio la bienvenida en aquella oscura península del sudeste asiático. La misión que traían era un secreto, pero el Sargento Rosco aseguraba en tono burlón, que sería algo así como: «llegar, tomar la fruta y salir corriendo».
Rápidamente, la veintena de hombres se encolumnó por el sendero que conducía a la jungla, llevando en sus mentes ansias de victoria, y, en sus mochilas: mortífero equipaje. En la espesura de la selva, el aire era pesado, áspero, sin vida. La tensión estaba centrada en el enemigo…que primero habría que divisar y luego eliminar; ambas cosas iguales de difíciles.
Al otro lado del enmarañado monte, el joven Tong Hua Minh esperaba acuclillado en el arrozal. Esperaba al extranjero invasor, esperaba la noche que era su aliada, esperaba la venganza para que su familia, destruida por el fuego que cayó del cielo, descansara en paz…esperaba, pacientemente esperaba. El uniforme de su ejército no era más que ropa de campesinos y sombreros de cono; el armamento: las herramientas de labranza y la estrategia: la más sigilosa espera. Sabía el joven Tong que no todo el pelotón que entró a la espesura, saldría de ella; por eso la espera.
La marcha por el sendero selvático era lenta y tediosa. A tropezones con la maraña vegetal y el barro pegajoso, el grupo de soldados perdía lentamente la calma y la cordura: no encontraban frente de batalla ni enemigos por ningún lado.
— ¿Dónde está el enemigo? —preguntó Edward al Sargento que marchaba delante de él.
—Justamente ¡ahí! —El sargento hizo una señal con el brazo en dirección a una fosa cubierta de ramas—. ¡De eso tenemos que cuidarnos, camaradas! —Su risotada socarrona intentaba animar a la tropa.
Los soldados se acercaron al borde del agujero con cierta incredulidad, pero lo que vieron los dejó perplejos: varios cuerpos de soldados compatriotas, ensartados en puntas hechas de caña de bambú. El mosquerío y otras alimañas disfrutaban del banquete de sangre reseca y viseras semipodridas. Edward se tragó un vómito que le llegó hasta la garganta: demostrar debilidad en aquellas circunstancias podría ser letal.
— ¡EL peligro está por todas partes! —vociferó el Sargento Rosco—. ¡Tenemos que salir de esta basura cuanto antes! No habían avanzado más de cincuenta metros cuando él retaguardia gritó:
— ¡Trampa! ¡Cuerpo a tierra!
Edward se zambulló en el barro como un batracio, al igual que algunos otros. Rosco, autoritario, giró sobre sí para ver de qué se trataba esta vez: una reja de bambú, con puntas filosas se descolgaba de entre los árboles, llevándose a su paso, atravesados mortalmente a dos soldados y al sargento. Cuando cesaron los alaridos de dolor, y se detuvo el macabro péndulo, Edward giró lentamente su cabeza, aún recostada al fango, para ver que el enrejado de cañas dividía el camino en dos partes, marcando con sangre, la línea entre el valor y la cobardía. Los de atrás, huyeron desquiciados…los del lado del valor, se recompusieron y siguieron adelante con Edward a la cabeza.
Unos pocos salieron del follaje cuando la noche caía…justo como lo calculó Tong. Los soldados abrieron fuego a discreción, cuando divisaron algunos sombreros con forma de cono: por fin un enemigo concreto. Volaron por el aire algunas espigas de arroz, junto con cascos enemigos. La tarea, al fin parecía fácil.
El joven Tong atravesó con su machete a un soldado que no lo vio salir de los canales de riego, pero su objetivo principal era el que mandaba. Edward, ya sin municiones, calzó su puñal en bayoneta, jugado a la lucha cuerpo a cuerpo. El asiático volvió a emerger del barrial y lanzó una cuchillada que cortó el bíceps derecho del extranjero, que alcanzó a tirar un envión con su bayoneta al cuerpo de Tong, que desapareció como un fantasma. Cuando tomó impulso para lanzar un segundo embate, sintió el frio del acero clavándose en su espalda, y cayó de bruces contra las plantas de arroz enrojeciendo el canal de riego.
No hubo vítores ni jolgorio, Tong Hua Minh desapareció en el oscuro verdor del arrozal…había cumplido con su familia.
En lo alto, la luna no podía iluminar la llanura, es que estaba toda embanderada.

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3 comentarios

  1. 1. Borja dice:

    Muy buen trabajo, disfruté comentándolo!!

    Un saludo y nos leemos.

    Escrito el 1 marzo 2014 a las 08:44
  2. 2. Miranda dice:

    Yo también comente tu relato, que me gustó como sabrás por la critica ya que está muy bien escrito.

    Creo que Borja también te ha comentado bien, espero que nuestras criticas te sigan animando a escribir.

    Si quieres criticarme o lo contrario pásate por el nº 73 QUENTIN-Paquito

    Escrito el 1 marzo 2014 a las 22:17
  3. 3. Aurora Losa dice:

    Estupendo relato, lo has ambientado de maravilla y mi párrafo favorito es cuando nos presentas a Tong, esperando. El comienzo, con la ubicación de dos momentos: la lleaga del hombre a la luna y de Edward y su compañía a la jungla, prometía y no me ha defraudado. Lo único que te diría es que tengas cuidado con los signos de puntuación, sobre todo con los dos puntos, a veces no les encuentro sentido. Por lo demás me ha encantado, enhorabuena.

    Escrito el 7 marzo 2014 a las 09:13

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