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El sentido de competir - por M.A.S

Cuando sonó la campana que marcaba el inicio del combate, Keith Myers sintió como se venía abajo toda la determinación que tanto le había costado atesorar hasta llegar a ese cuadrilátero. La gente pensaba que la lucha por el título Mundial de los Pesados era una especie de frontón en el que todo consistía en devolver los sucesivos golpes que uno iba recibiendo, sin pararse a pensar que lo más duro eran la tensión diaria, los nervios por no alcanzar el éxito, la presión de sentir que quizá el duro entrenamiento no sirviese para nada.

A Keith le había costado casi seis meses de psicólogos intercalados con episodios de insomnio y tratamientos de acupuntura mentalizarse de que tendría que enfrentarse al alemán Niklaus Neisser y otros tantos conseguir creer que podría tumbar al espigado púgil de dos metros, que llevaba invicto y defendiendo su título casi tres años.

Tras el arduo trabajo de las sesiones a las que iba justo después de entrenar, compaginando así trabajo físico y mental para el combate más importante de su vida, había llegado a convencerse de que podía hacerlo, de que merecía ese trofeo. Lo creía unos segundos antes de empezar el combate, aun viendo justo en la otra esquina del ring como se tensaban los blanquiñosos músculos de Neisser mientras apuraba su preparación contra las cuerdas.

Pero en el momento que sonó la campana, Keith se descubrió avanzando en medio de un pánico atroz. Su cuerpo, que parecía moverse gracias a las cuerdas invisibles de algún titiritero poco escrupuloso, llegó hasta el centro del cuadrilátero, donde el combatiente alemán no perdía el tiempo y soltaba los primeros golpes. Jab-Cross-Hook-Cross. El americano esquivaba los puños de su rival por pura inercia, mientras trataba de recomponer su cabeza. Jab-Jab-Cross. Guardia alta. Al fin y al cabo ¿Por qué había tanta diferencia entre ese combate y cualquiera de los anteriormente disputados? Había empezado a golpear el saco como un medio de descargar su exceso de energía y había acabado amando la estrategia del ring, los bailes cuya finalidad era que el otro cayese rendido. Right cross – Left hook – Right Cross. Guardia Francesa. El público empezaba a abuchear, pues el reñido combate que se les había prometido estaba resultando una tormenta de golpes dirigidos por el campeón contra un tipo que parecía tener demasiado miedo a perder.

De repente, los largos brazos de Neuler consiguieron abrir un hueco en la guardia de Myers. Un gancho de derecha y un directo de izquierda impactaron con fuerza en la cabeza del segundo que sintió un dolor atroz. Hacía mucho que nadie conseguía golpearle con tanta fuerza. Bajó la guardia, y ese instante de desconcentración sirvió para que el alemán conectase una nueva serie de puñetazos. Myers se tambaleó descolocado, y cuando creía que había llegado su fin, demasiado temprano, y su rival preparaba una nueva ráfaga con la que batirle, la campana que le había desestabilizado sonó de nuevo para salvarle al anunciar el fin del primer asalto.

El público silbaba sonoramente al que, para ellos, era la gran decepción de la noche mientras volvía a su esquina. Myers sintió como limpiaban su sangre y su entrenador, con el que llevaba seis años trabajando un día tras otro, le decía:

-Chico ¿Qué te pasa? No puedes salir a defender con Neuler. Esa no es la estrategia de la que habíamos hablado.
-Pero entrenador – Keith miraba con unos ojos tan luminosos como preocupados – ¿Y si…Y si pierdo tras todo este tiempo de preparación?
-Pues perderás, Keith. Toda competición conlleva que alguien pierda. Tienes que salir a ganar, pero ganar no es lo que le da sentido a competir.

Keith parecía desconcertado. Sean Flannagan, su entrenador, nunca se había mostrado como un tipo filosófico. Con su barba blanca y su voz áspera era, más bien, como un hooligan borracho.

-¿Y cual es el sentido?
-El sentido es luchar con todo lo que tengas y pelear una victoria. Y a partir de ahí, si pierdes has perdido. Si el otro hace lo mismo, será una hermosa competición ¿Crees que te abuchean por perder? No te abuchearían si lo dieses todo.

Keith meditó para acabar asintiendo.

Cuando comenzó el segundo asalto, Keith se permitió mirar un segundo los ojos de Neulers, que manifestaban una determinación tan grande como la suya.

Años después, los espectadores de aquel combate que ganó el alemán a puntos todavía derramarían lágrimas de emoción al recordar el maravilloso espectáculo de aquella noche.

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1 comentario

  1. 1. Aurora Losa dice:

    Tuve la fortuna de comentar tu texto y me sigue encantando, no sólo por el modo en que has intercalado la batalla interna del protagonista con la pelea en el ring, sino también por cómo has ido colando los golpes. Como te dije entonces sólo veo que flojea en el final, que queda como descolgado del resto del relato. Pero me parece un buen trabajo, enhorabuena.

    Escrito el 5 marzo 2014 a las 16:04

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