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Secuelas de la guerra - por Patricia López Garrido

Web: http://relatame.tumblr.com/

La luna llena era la mejor linterna de la que Ernesto, el Jarabo, se podía servir para llegar al pueblo sin levantar sospechas. Sabía que los guardas estaban más atentos esas noches a los movimientos de los maquis, pero conocía aquellos montes con tanta precisión que, cada vez que bajaba, trazaba una ruta diferente campo a través.

El Jarabo se fiaba de pocos como de Miguel, el Chaquetas, con quien antes de la guerra había compartido niñez y adolescencia. El Chaquetas se jugaba el pescuezo para darle algo que llevarse a la boca desde finales del 39. Nadie podía sospechar de él. Pastor desde los cinco años, se libró de la mili y del frente por una leve cojera lo que, sumado a su carácter discreto, le ayudó a no meterse en líos en esos años. Vivía con su hermano y su cuñada y solo se le conocía rodeado de animales.

Aquella fría noche de febrero del 43, la luna llena iluminaba el corral de la familia Chaquetas. Miguel había salido de casa para apañar su ganado por última vez esa jornada. La visita que esperaba llegó antes que de costumbre. Tres fogonazos de linterna eran las señales del Jarabo.

Estaba más consumido si cabía que la última vez que lo vio. Lo primero que hizo fue ofrecerle un chusco de pan y un pedazo de queso. No intercambiaron palabras hasta que dio buena cuenta de aquello aunque, la verdad sea dicha, no pasó ni un minuto.

– Jarabo, bajo ese montón de paja tienes una saca con lo que he podido conseguir –señaló un montículo cercano a una de las cabras–. El Félix desconfía y cada vez me cuesta más esconder las cosas.

– Lo entiendo, Chaquetas. No te preocupes, lo que puedas, amigo. Bastante haces ya.

– Y, ¿cómo va la cosa, Jarabo?

– Pues jodida, Chaquetas, cada vez somos menos los que quedamos ahí. Lo mismo marcho para Francia con un grupo de compañeros, así que si en la próxima luna llena no me ves, o me han cazado o me he ido para el extranjero.

Estaban en esto cuando Ernesto, que había desarrollado un oído prodigioso durante los años de cautiverio, oyó unos pasos. Corrió a esconderse entre las cabras pero, ante el espectáculo, los animales comenzaron a berrear. Los pasos se convirtieron en carrera. Félix, el hermano de Miguel, abrió la puerta. Reconoció de inmediato al Jarabo. Instintivamente, miró a su alrededor y cerró la puerta del corral.

– ¿Qué está pasando? ¿Qué haces aquí, descerebrado? ¿Es que acaso quieres que nos fusilen a todos? ¿Eh, Jarabo? Inconsciente, como le pase algo a mi mujer, te juro que te mato yo… ¿Te ha visto alguien? –gritaba en susurros, con los puños apretados y el pecho adelantado, desafiante.

– No, Félix, te lo juro, cuido bien que no me echen el ojo. El más perjudicado sería yo.

– Tendrá cojones lo que tengo que aguantar. ¿Qué el más perjudicado serías tú? Vete y no se te ocurra volver por aquí, Jarabo.

– Escúchame, Félix, hay que ser un poco más valiente, como el Miguel. ¿O es que acaso no quieres mirar más allá de tus cabras para no ver cómo han dejado tu pueblo? ¿Ya no te acuerdas de lo que le hicieron a Paco, el Pulgo?

El dardo envenenado avivó la ira de Félix, que empuñó el rastrillo de la paja para amenazar al Jarabo directamente sobre el cuello.

– Jarabo, no me toques los huevos, que la tenemos.

– ¿Qué pasa, Félix? ¿No te gusta que te hable del Pulgo, verdad? Pues por culpa de gente que mira para otro lado como tú, pasan esas cosas. Pero ya estoy yo aquí, resistiendo por ti, hermano –. No había miedo en sus palabras.

– Yo no soy hermano tuyo, ¡joder!, y no vuelvas a nombrar al Pulgo en mi casa o te correré a palos, Jarabo.

– No tienes huevos tienes, Félix. Y más vale que me guardes el secreto. Pronto me iré para el extranjero y no me volverás a ver.

– Eso espero, Jarabo, no quiero que te arrimes ni a mi casa ni al Miguel. ¿Está claro? La próxima vez no sé si podré aguantarme.
Allí acabó la discusión. El Jarabo cogió la saca que le había preparado su amigo y salió corriendo, monte hacia arriba. Félix se derrumbó. De rodillas sobre la paja, tiró el rastrillo lo más lejos que le permitieron sus fuerzas.

– ¡Maldita guerra! – clamó al cielo, llorando con rabia.

No hubo respuesta.

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4 comentarios

  1. 1. Emmeline Punkhurst dice:

    Buen relato para reflexionar sobre el drama de la guerra y los diversos posicionamientos que tuvieron los ciudadanos en aquella época. Me ha gustado especialmente la desesperación final de Félix; le da a la narración un buen toque de dramatismo que, teniendo en cuenta la elección del tema, me parece que es muy acertado,
    El lenguaje de los diálogos es muy ajustado al perfil de los personajes y le da al relato más rapidez de lectura.

    Escrito el 1 marzo 2014 a las 18:11
  2. 2. lunaclara dice:

    Hola Patricia: Muy bien escrito tu relato. Felicidades.

    Escrito el 3 marzo 2014 a las 11:39
  3. 3. Marazul dice:

    Me ha parecido un relato muy bien ambientado. Todo, el nombre de los personajes, el lenguaje popular o vulgar que emplean, el ambiente rural….Aspectos que contribuyen a que el lector se meta de lleno en el relato. El comienzo magnífico: ” La luna llena era la mejor linterna….”
    Felicidades y hasta la próxima.

    Escrito el 4 marzo 2014 a las 16:35
  4. 4. José Torma dice:

    Muy buen texto, felicidades. Hay un par de cositas que tienes que, a mi me comentaron, tal como el uso del guion largo y una palabra que se te repitio. Peccata minuta la verdad me senti identificado con los personajes.

    Muchas felicidades.

    Escrito el 12 marzo 2014 a las 18:59

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