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Macho alfa, macho beta - por Homero Ariza

Todos pudimos oír el estallido del cristal de la ventana. Fue un estruendo que nos obligó, sin ni siquiera pensarlo, a voltear para ver qué había ocurrido. Para cuando nuestros ojos llegaron al punto de atención solo quedaba la boca de la ventana despojada de todo cristal, y adentro se podía ver una sombra que se movía con desesperación. Los ocho o diez vecinos que estábamos en la calle por diversos pero cotidianos motivos nos quedamos con la vista fija en esa ventana de ese segundo piso hasta que oímos un grito de una mujer que salía de la planta baja y se encontró en su camino con el cuerpo de un hombre que yacía boca arriba en el medio de la vereda y que tenía encima a otro hombre tumbado boca a abajo. El primero estaba vestido. El segundo estaba desnudo. Pudimos ver luego de esto a una mujer, algo mayor a los cincuenta años, asomarse por la ventana en cuestión. Todo indicaba que era la dueña de aquella sombra que vimos anteriormente. Cuando vio a estos dos hombres inmóviles en la calle desapareció de nuestras vistas. El hombre que estaba abajo, el vestido, logró mover su brazo y lo colocó entre su cuerpo y el del otro. Aplicó un poco de fuerza hasta que se lo sacó de encima haciendo que quede, también boca arriba, a su lado. Pudimos ver como ambos, con dificultad, aún respiraban. Pudimos ver que el vestido tenía más o menos cincuenta años, y el desnudo unos veinticinco. También vimos a la mujer de la ventana salir de la planta baja y correr hacia el desnudo. Intentó reanimarlo mientras sollozaba por lo bajo. Por como ella vestía, una bata de seda y nada más, dedujimos apresuradamente que se trataba de un hombre, su esposa y su amante. Creímos presuntuosamente que él la encontró a ella con este y que este lo intentó matar a él para protegerla a ella.
La ambulancia llegó media hora después, para ese entonces el vestido había dejado de respirar y el desnudo estaba inconsciente. Cargaron a los dos en la misma ambulancia y la mujer atinó a subir también. Vimos que un enfermero la detuvo. Escuchamos que le preguntó si era familiar. Escuchamos que ella le respondió que era el marido y el hijo. El enfermero le dio paso y desaparecieron del lugar.
Uno es el marido y el otro hijo, nos repetimos en ese momento.
– De seguro es mentira – dijo uno de los vecinos – lo dijo para que la dejaran subir. – Para no quedar con una atorranta – agregó otra señora.
– No, es verdad – dijo otro hombre que estaba por ahí – es la madre del desnudo y la esposa del vestido.
– ¿Está seguro? – le preguntó la misma señora.
– Trabajo acá. – dijo señalando el edificio – Los conozco. El departamento es del desnudo. A las cuatro de la mañana llegó la madre borracha. Hace un rato llegó el marido, el vestido. Los dos tienen llaves, ninguno tocó timbre.
– ¿Y qué hacía el hijo desnudo con la madre? – preguntó otro señor. El portero dijo que no sabía. Yo saqué nuevas conclusiones.
Me imaginé a una mujer con problemas con su marido. Problemas de índole sentimental y sexual. Imaginé una discusión, otra de tantas del día a día. La imaginé yéndose de la casa y terminando en un bar. Se emborracha. Se deprime. Se siente fea, se siente vieja, siente que ya no es mujer. Imaginé que así no podía volver a su casa. Fue a la de su hijo. Entró sin tocar timbre para no despertarlo. Pero lo despertó al acostarse a su lado. Empezó a llorar. Lo imagine consolándola. A ella sintiéndose mejor. Estoy vieja. Sos hermosa. Los imaginé acariciándose. Pero soy tu madre, le dijo ella. Pero sos hermosa, le dijo él, y esto va a ser un secreto. Imaginé que se rindieron ante ese sexo prohibido, que se extasiaron del placer y que se durmieron agitados. Imaginé al marido buscándola por todos lados y encontrándola en una cama con otro hombre. Con su propio hijo. Los imaginé enfurecidos y confundidos. Es mi mamá. Es mi mujer. Se atacaron como dos bestias que protegen su hembra. El más joven fue más fuerte y lo arrojó por la ventana. El más viejo fue más rápido y se lo llevó con él. Algo adentro mío se excitó. No sé bien qué.

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