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La misión - por Tania

La misión

Sabíamos que estábamos en los últimos meses. Se oía decir que a finales del dos mil catorce se retiraría las tropas extranjeras. Por eso cuando nos destinaron a Néstor y a mi a Afganistas no nos importó. Durante años los periódicos se habían preocupado de difundir que desde que la ISAF apoyaba a la Autoridad Interina Afgana el país era irreconocible. El papel de la OTAN ahora consistía en entrenar a casi trescientos mil miembros de la policía , militares y paramilitares que formarían el futuro ejercito oficial afgano y nuestros jefes aseguraban que teníamos el apoyo total de este en caso de un ataque insurgente.

Mi amigo y yo éramos de los jóvenes extranjeros, nacidos él en Ecuador y yo en Colombia, que por el arraigo y los contratos fijos de nuestra familia habíamos conseguido la nacionalidad española. Sin embargo en España la situación económica se agravaba y el trabajo cada día escaseaba más. Fue por eso que al oír hablar de que en el ejercito se reclutaba gente, no lo pensamos demasiado y juntos nos enrolamos.

Unos pocos meses de teoría e instrucción y nuestro primer destino se nos brindó como una forma de cooperar y hacer justicia en una tierra donde la población llevaba masacrada por los talibán y Al-Qaeda durante años.

Se nos informó de que nuestro objetivo consistía en limpiar de insurgentes la provincia de Badghis. Nos sorprendieron las condiciones en que vivían los nativos, a pesar de lo mucho ya rehecho por las tropas aliadas. Además, todavía se evidenciaba el poder de los talibán en los enclaves más remotos.

Durante unos meses reinó una aparente calma, que se veía salpicada por los llamados ataques de” verde sobre azul” Los falsos soldados afganos habían conseguido hasta esa fecha causar sesenta víctimas en el ejercito de coalición.

A Néstor y a mi, aunque veíamos la muerte muy de cerca, el atrevimiento de la juventud nos hacía obrar como si nosotros tuviéramos la varita mágica para burlarla.

Estábamos inmersos en lo que se llamaban la “Operación Estaca”, cuyo objetivo era despejar la ruta de Lithium que une Qala i Naww con Bala Murghab. Aquel día nos habíamos levantado a las tres de la madrugada con el fin de patrullar y vigilar desde los “alfas” las recién iniciadas obras que iban a unir por carretera la provincia de Badghis de norte a sur.

Al alba todo parecía tranquilo y bajo control. El bello amanecer que empezaba a despuntar no hacía sospechar para nada la que se nos venía encima.

Cuando quise darme cuenta, la zona estaba llena de insurgentes que totalmente tapados, excepto los ojos, nos apuntaban con ametralladoras RPK y usaban con verdadero frenesí los lanzagranadas RPG. Enseguida corrió la voz de alarma en nuestra patrulla. Un ulular de sirenas se extendió por el valle y un festival macrabo de alertas, de ráfagas rojizas de armas letales, de voces de la tropa y de órdenes de los oficiales, se mezclaron con los gritos de los atacantes que aullaban de placer por habernos sorprendido.

Nuestra compañía respondió con fuego de fusilería, para eso habíamos entrenado diariamente con las ametralladoras 12´70 que equipaban los vehículos R-6 y LMV Lince. Sin embargo el enemigo jugaba con el factor sorpresa y eran muchos y estaban bien entrenados. Nuestro destacamento de infantería de marina, al mando del Teniente Mellado, se componía por soldados españoles más otros hombres de las fuerzas afganas y miembros de la Brilat que manejaban el fuego de mortero. Durante tres horas luchamos con denuedo quitándonos al enemigo de encima como podíamos. Aún así, dos compañeros del ejercito afgano cayeron heridos y sus gritos de socorro nos rompieron durante un interminable rato los oídos por no poder atenderlos.

llegábamos ya al límite de nuestras fuerzas cuando oímos el ruido de de la fuerza aérea de la ISAF. Entonces creyendo que la batalla estaba ganada, Néstor corrió en auxilio de los compañeros afganos caídos. Yo le vi y me dispuse a ayudarle, pero no me dio tiempo. Un IDE, un explosivo mortal improvisado oculto en los matorrales lo impactó de lleno y a mi me lanzó por los aires.

Nos llevaron a la unidad hospitalaria de la base Ruy González de Clavijo. Mis heridas aunque importantes, no fueron mortales. He sabido que mientras yo me reponía, él libraba su particular batalla.

Aparentemente no tenía daños exteriores, sin embargo sufría un gran destrozo interno. No me ha dado tiempo a despedirme. Mañana acompaño el féretro con su cuerpo en un Boeing de regreso a España.

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