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El paseo interrumpido - por V Gaol

Los vimos al doblar la esquina. Tres hombres zarandeaban a un niño. Al fijarnos mejor vimos que no era un niño sino un enano. Estaban riéndose de él. María se paró, tiró de mi brazo al notar que seguía andando. La miré y sin palabras me solté y me fui hacia ellos.
Las palabras de mi entrenador de full-contact se abrieron paso en mi cabeza. “La calle no es una película. Cuando tengáis que pegar, pegad fuerte, Sin posturitas ni florituras. Golpes cortos y decisivos. Y nunca deis tiempo al otro cabrón a ponerse en guardia.”
Soy gilipollas. Según reducía distancias no pude evitar soltar un grito de aviso. Se separaron del pobre tipo un poco sorprendidos. El que tenía más cerca tenía el corpachón de un levantador de pesas pasado de kilos. Sin pensar conscientemente levanté la pierna derecha, una patada frontal al pecho lanzando todo mi peso en la embestida. Vi como se quedaba sin respiración, el empuje lo hizo trastabillar y caer con un sordo topetazo. Uno menos.
Mis movimientos eran fluidos, como en el tatami del gimnasio. Al bajar la pierna me quedé con la guardia cambiada por lo que agachándome un poco solté un derechazo de croché al que tenía a la izquierda. Y las cosas comenzaron a salir mal.
El bastardo se movió siguiendo mi giro y mi golpe apenas le hizo mella. Me devolvió un golpe bajo a los riñones. Tropecé con el bordillo y pataleé para no caerme. El otro tipo gritaba a la vez que se me echaba encima. Pude aguantar el equilibrio y me agaché levantando los brazos protegiendo la cabeza. Los dos me flanquearon soltando golpes, fuertes pero sin ciencia. Soporté el castigo.
Contraataqué dando un paso atrás, giré la cabeza a la derecha fintando. Mi pie izquierdo buscó el exterior de la rodilla del más alto. Buen golpe. Su propio peso le hizo perder el equilibrio. Ese no se levantará en un rato.
Enfilé hacia el que quedaba, buscando el cuerpo a cuerpo para evitar un golpe de suerte por su parte. Le hacía falta una buena ducha, olor a sudor agrio y a tinto peleón. Sus ojos no estaban turbios, el alcohol aún no le entorpecía. No pudo aguantar mucho. Encadené cuatro golpes seguidos. Buen movimiento de cintura para dar más potencia.
Retrocedí con pasos cortos, arrastrando los pies, evitando tropezar de nuevo. Relajé la guardia. Me enderecé. Todo había terminado. Mi respiración apenas había variado su ritmo. Aunque veía estrellas rojas frente a mis ojos. Me volví buscando a la víctima de esos abusones.
Sí, era un enano. Tenía la camisa por fuera de los pantalones, por los zarandeos sufridos, supongo. Su cara estaba colorada y tenía lágrimas en la cara, la boca abierta de incredulidad. Me sentí muy bien, como el buen samaritano del cuento.
-¿Se encuentra usted bien?-
No me respondió. No se movía. Repetí la pregunta, tocándole el hombro. Reaccionó como si le estuviera pegando. Se apartó de mí como de la peste.
-No, no estoy bien. No me han pagado para esto.
Ahora era yo el que tardaba en reaccionar -¿Qué?¿quién le ha pagado?¿qué coño es esto?. No entendía qué estaba pasando.
Con voz quebrada, llorosa, el que estaba cogiéndose la rodilla derecha me dio el golpe de gracia:
-¡Mierda tío!. Estamos rodando una película. Mira allí arriba, en el primer piso al otro lado de la calle.
Levanté la vista. Allí estaban tres tipos con una cámara, con los ojos brillantes, embobados, sin reaccionar.
-No tenemos permiso del Ayuntamiento, por eso rodamos cuando podemos, a salto de mata, en secreto.- El enano por fín había encontrado la voz. Me empujó y me insultó con voz chillona.- ¡Y ahora un gilipollas que se cree un puto héroe nos ha jodido la toma!.
No me lo podía creer, me había peleado con tres tipos para ayudar a un necesitado y todo era una puta mentira. No estaba en peligro ni nada por el estilo. Me habían golpeado por nada. Me sentí como un payaso de esos que sacan en los programas de golpes de la TDT. Entonces exploté:
-¡Me cago en tu puta madre, enano de mierda!
Asenté bien los pies, flexioné las rodillas, giré la cintura y lancé un izquierdazo de arriba abajo. Golpeé al enano con ganas. Giró como un trompo y cayó a tres metros de distancia.
Me sentí muy bien conmigo mismo. Cogí a María del brazo y seguimos paseando.

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