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Zeta - por Facundo Iglesias Fassi

Web: http://www.dondeparalavida.blogspot.com/

No sabía qué fue lo que le había sucedido, pero cuando recobró el conocimiento estaba tendido en el piso helado, con el torso desnudo y los pies descalzos; intentó levantarse pero un mareo abrumador lo venció.

– ¿Qué pasa? ¿Qué es todo esto? ¿Dónde estoy? Preguntó Olivera con la voz rasgada
– No hable, le hace mal. Retumbó una oscura voz.

Lo único oscuro era esa voz, porque una intensa luz blanca enceguecía a Olivera, que pensó “tengo que salir de acá” lo antes posible, como fuese.
Con la mente turbia y la visión nublada, adivinó la silueta de un hombre de unos dos metros y rostro cubierto, que ahora se le venía encima con los ojos desorbitados.
Como pudo se defendió con patadas y trompadas de aquellos brazos que lo amenazaban, y con las pocas fuerzas que le quedaban, arrojó un golpe certero que dio en el rostro de aquel maniático que intentaba matarlo, según su propio miedo le hacía sentir.
Alcanzó a divisar una puerta a unos 3 metros, y aprovechando que su perseguidor había retrocedido dos o tres pasos tomándose el rostro con ambas manos, Olivera intentó huir de esa habitación; pero se encontraba mareado y débil, asique aquello no iba a ser tarea fácil.
Como pudo se levantó y, sin perder de vista la salida, intento avanzar; uno dos tres, cuatro pasos, pero la puerta parecía avanzar junto con él. Fue en ese instante que sintió cómo se le abalanzaba esta bestia por detrás. El enfermo mental lo abrazó cual toma de lucha libre y de una sola embestida lo tumbó otra vez al suelo; el pómulo derecho de Olivera se estrelló contra el piso. Aturdido, boca abajo e indefenso en esa posición, luchó con todas sus ganas por salvar su vida, por escapar de aquel lunático que intentaba hacer quién sabe qué cosa con él. Forcejeó como un rottweiler aferrado a un neumático, pero fue inútil; aquel hombre lo doblaba en tamaño y fuerza, y su estado era tan débil que no pudo oponer resistencia cuando el desquiciado le cruzó las manos en la espalda y se las sujetó por las muñecas con alguna especie de precinto plástico como el que usan los policías para apresar malhechores. Pero él no había cometido ningún delito, al menos no conscientemente, y esta bestia bruta no parecía ser policía.
El sudor causado por la agitación y los nervios, sumado al frío del suelo, provocó que Olivera comenzara a sentir espasmos en el pecho. Más de treinta años de fumador se hacían notar, y la desesperación lo invadió por completo al ver por el rabillo del ojo izquierdo que el agresor estaba armado. No pudo discernir qué era, pero vio algo que brillaba; “una navaja” pensó Olivera, “este hijo de puta me va a matar nomás”.
Desesperado intentó zafar las manos de las ataduras, pero era inútil. La ansiedad era tal que entró en estado de shock; como un flash le pasaron por delante imágenes de su vida en un film mental. Apenas si tuvo tiempo de rezar y pedir perdón por los errores cometidos cuando sintió el filoso metal penetrándole la carne; un frío gélido le corrió por todo el cuerpo a través de la sangre hasta la médula espinal; los músculos se le entumecieron, estaba paralizado. Ahora sí el terror lo dominó por completo, quiso gritar pidiendo auxilio. Nunca supo si lo consiguió.
Cuando abrió los ojos, yacía inmóvil en una camilla; la enfermera estaba acomodándole el suero. El doctor se dio vuelta, se quitó el barbijo y lo miró con gesto austero.
– Usted ha sido el más peligroso de todos, ninguno de los anteriores tenía el síndrome tan avanzado como en su caso. Ahora va a venir gente de la gobernación y lo vamos a trasladar; el asunto ya fue tratado con el Presidente, no podemos tenerlo aquí con los otros. Los militares se van a encargar de usted a partir de ahora.
– ¿Pero cómo, qué?
– No haga preguntas Olivera, usted bien sabe que la política tiene su lado oscuro; además, es secreto de Estado. Para cuando terminemos con la fase dos, le aseguro que no va a recordar nada de todo esto. Ah, su familia está en su propio entierro en este preciso momento. A partir de ahora, usted es el Número 54. Bienvenido al Plan Zeta.

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