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Sinaes's secret - por Tas

Sinae lo supo, él estaba cerca, Pathros iba a llegar…
Ella no podía dejar que lo encontrara, era vital que no viera a aquel apuesto chico al que acababa de salvar. Aún no sabía cómo, pero lo conocía, y de la misma manera sabía, que su hermano iba tras él.
Tenía que moverse rápido, si no quería que su hermano la sorprendiera con el inconsciente chico en brazos, así que rápidamente se levantó y lo arrastró hasta la trampilla que daba al sótano de la cabaña. En ese momento deseó no haber formado su base en una cabaña en el medio de un bosque, donde <<nadie pudiera encontrarla>> lo malo era que en ese momento, nadie podía tampoco <<encontrarla a ella>> (¡y de paso ayudarla!).
De pronto la destartalada puerta de la cabaña chirrió y se abrió violentamente dejando ver a un hombre de unos veinte años, con la corpulencia de un leñador, de cabello negro y corto, una cara que en algún tiempo hubiera sido hermosa, pero ahora tenía demasiadas marcas de sufrimiento para dejar ver belleza, y una mirada de cazador que busca una presa; y sabe que ya casi la ha encontrado…
-¡Donde está! Sé que lo has encontrado. Hermana, te dije que no salieras de aquí, pero tú no podías cumplir una simple orden; tenías que ir a buscarte problemas.
– ¿Que te sucede hermano? No sé de qué hablas, pero pareces alterado, ¿qué te sucede?
-No soy tan estúpido, ¿crees que puedes engañarme haciéndote la tonta? ¡Vamos Sinae!
Ella podría haber roto a llorar, alegando que la estaba estresando más de lo que estaba ya, o podría haberse encarado con él. Deseaba hacerlo, deseaba saber por qué él le había prohibido ver a sus antiguos amigos, y porqué la había llevado a aquella cabaña… <<¿Cuál es el secreto hermano… de que me escondes?>> Pero no lo hizo, solo se quedó callada, quieta donde estaba, encima de la trampilla hacia el sótano esperando al siguiente movimiento de su hermano.
Pathros conocía a su hermana, sabía que aquella batalla no la ganaría fácilmente, al menos no sin una ayuda por parte de su víctima, sabía que donde estuviera él, si le escuchaba acudiría a luchar, sabía que su orgullo no le dejaría esconderse, debían acabar lo que empezaron. No podía arriesgarse a esperar su recuperación, solo una vez lo había logrado vencer, y fue gracias a su trampa, si lo hubiera atacado de cara, el medio muerto, en estos momentos sería él. Así que hizo lo único que se le ocurrió:
-¡Lander! ¡Maldito bastardo! Sé que estás aquí ¡sal a luchar de una vez, acabemos con esto! ¡LANDER!
Aquellos gritos le despertaron súbitamente, sabía quién le llamaba, sabía para qué, y comprobó que seguía en el mismo lamentable estado en el que Pathros lo había dejado, pero tenía que hacerlo, tenía que dar la cara, se lo debía a ella… tenía que recuperar a Irupe…
-¡No puedes esconderte eternamente, sabes que te encontraré! Tarde o temprano…
De pronto, de debajo de la casa sonó un ruido, y la voz de Lander se alzó por encima de los gritos de su contrincante:
-Si creías que me escondería como una rata, es que no me conoces, ¡ese comportamiento es más de alguien como tú, Pathros!
Sinae se tambaleó y tubo que apartarse de la trampilla, que estaba siendo empujada por el chico, que aún en aquel precario estado, relucía con luz propia.
-¡Eres hombre muerto!- dijo Pathros mientras se abalanzaba sobre él, al tiempo que todo su cuerpo mutaba en una enorme y fiera bestia negra de ojos de fuego, que se asemejaba bastante a un lobo, pero más grande y fiero.
Sinae quedó horrorizada, no esperaba volver a ver nunca aquella faceta de su hermano, y cuando vio como Lander esquivaba su ataque con dificultad, pero sin rastro de sorpresa, no pudo más que llorar de impotencia rezando porque alguien consiguiera pararlos antes de que alguno muriera.
Pero a nadie le dio tiempo a reaccionar cuando el joven herido de un rugido también cambió su forma evolucionando en un tigre negro fiero que al contrario que el humano no tenía ni un rasguño. Este se lanzó hacia Pathros abriendo las fauces y mordiéndole en el cuello, dejándolo en una posición en la cual podía matarlo con solo un gesto… si tan solo apretara un poco más los dientes…
– ¡No! te lo ruego, es mi hermano.
-Lo siento, solo así el hechizo se rompe. Y necesito recuperarte… Irupe.

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