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La tenue noche - por Alejandro Montoya

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía apreciar únicamente el sonido del viento y el canto de un grillo. Entre ese prematuro silencio se podía atisbar (solo mediante aquellos ojos predispuestos a observar con atención) dos siluetas, situadas a catorce metros de distancia. Si se ponía especial atención se podía vislumbrar que ambas siluetas se daban la espalda, sabiendo que detrás de ellos se encontraba otra persona…esperando.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía apreciar únicamente la inquietud de un joven muchacho y la desesperación de un hombre cansado. Entre ese prematuro silencio se podía adivinar (solo mediante aquellas mentes predispuestas a pensar con detenimiento) que una batalla se avecinaba. Si se investigaba con mayor intensidad se podía predecir que esa noche nada iba a acabar bien…un vencedor y un vencido.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía apreciar únicamente el movimiento del muchacho al darse la vuelta, y un elegante movimiento que permitía al hombre quedar de frente a su contrincante con una mirada que denotaba miedo…pero también intriga. Entre ese prematuro silencio se podía contemplar (solo mediante aquella vista que ve más allá de lo mostrado) a un joven que guardaba un secreto. Secreto que no tenía intención de revelar, al menos, aquella noche. Si se ponía especial atención se podía escuchar como el viento susurraba un lamento, un lamento que auguraba una contienda por la que lloraría el bosque entero.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía vigilar sin ser visto, se podía vigilar el paso decidido del joven hacia su oponente (espada en mano). Entre ese prematuro silencio se podía ver (solo mediante la habilidad de ver sin ser visto) que el hombre no pretendía jugar a ese juego limpiamente. No solo se valía de una espada para plantarle cara a aquel que guardaba el secreto que tanto anhelaba, sino que entre los pliegues de su capa escondía un arco de mano y un carcaj dispuesto a ser disparado a sangre fría para conseguir su objetivo. Si se vigilaba con cierta intensidad se podía adivinar un final trágico para el joven y un final victorioso para el hombre temeroso. Sin embargo, si se vigilaba con mayor intensidad se podía atisbar un glorioso final para el joven y una vida penando para el hombre temeroso.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía escuchar únicamente el sonido de unos pasos y la respiración de dos hombres. Entre ese prematuro silencio se podía percibir (solo mediante aquellos oídos que posean la capacidad de escuchar con todo su ser) la respiración entrecortada del hombre y la acompasada y tranquila respiración del joven. Siete metros les separaban ya únicamente y cada vez estaba más cerca el final, o el principio… Si se escuchaba con atención se podía advertir el sonido de un arco deslizándose por la mano del hombre, y de una flecha silbando al son del viento. Sin embargo, si se escuchaba con mayor atención se podía advertir el sonido del suspiro de un joven que espera la muerte.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía sentir únicamente el dolor de un corazón herido y el grito triunfal de un hombre que fue temeroso. Entre ese prematuro silencio se podía sentir (solo mediante aquellos corazones dispuestos a perdonar) el alivio del paso a una nueva vida. Si se sentía con una intensidad muy marcada se podían atisbar las dudas del hombre que una vez fue temeroso por conocer el secreto que siempre ha buscado. Si se sentía con mayor intensidad se podía atestiguar que ese secreto nunca le sería revelado.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. En ella se podía escuchar únicamente un ruego y el sonido de una vida que llegaba a su fin. En ese prematuro silencio solo se podía escuchar una única frase: “No te puedo revelar el secreto, pues éste reside en el corazón de aquel que lo posee y mi corazón no tardará en dejar de latir”.

La tenue noche se cernía sobre el claro del bosque abandonado. La vida de un joven llegaba a su fin y un secreto moría con él.

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3 comentarios

  1. Hola.

    Soy uno de los que comentó el relato. Vuelto a leer ahora mismo me sigue pareciendo que le falta ‘algo’ para que me encaje del todo (este tipo de textos requieren cuidar al milímetro las palabras, por lo que resulta muy difícil lograr que fluyan a la perfección), pero me sigue gustando mucho el uso de la anáfora.

    Buen trabajo.

    Un saludo.

    Escrito el 28 febrero 2014 a las 14:43
  2. 2. Alejandro Montoya dice:

    Gracias por la aportación Juan. Intentaré darle otra vuelta al texto para ver si puedo mejorarlo 🙂

    Escrito el 28 febrero 2014 a las 16:56
  3. 3. Aurora Losa dice:

    Hola, el recurso que usas me parece original, pero es un arma de doble filo. coincido con Juan en que hay algo que no termina de encajar, como que falta, a mi me parece que puede ser la sonoridad, o que los párrafos no son lo suficientemente largos como para que no resulte repetitivo. Puedes intentar alargarlo sin el límite que tenemos en el taller, se ve que el material está ahí, y me parece muy valiente atreverse con esto recursos tan complicados. La historia me encanta, en serio, me resulta hasta poética. Mi enhorabuena porque, en conjunto, me ha parecido un buen texto.

    Escrito el 4 marzo 2014 a las 12:23

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