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Un secreto a voces - por Samantha

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Del patio trasero provenía un ruido; algo parecido a un cartón cuando lo arrastran por el suelo, también se escuchaban palmadas y voces exaltadas gritando:—¡Sí, ahora un derechazo!—El ruido fue subiendo al igual que las voces que ahora se encimaban. Curioso, Fernando dejó a un lado el periódico que lo había atrapado con la narrativa del evento en que el dos veces campeón Olímpico y ganador de medallas de oro, Shaun White (tomate volador), había participado en las Olimpiadas de Sochi, Rusia y en cuyo evento de halfpipe del snowboard salió derrotado por los suizos:—“Que lastima con lo que admiro a ese chico”—.Pensó Fernando moviendo la cabeza pesarosa; aunque vive en un país de clima tropical, siempre había admirado a esos deportistas que se desplazaban con destreza sobre una superficie tan inestable como la nieve. Nuevamente las voces ahora más caldeadas y los ruidos de maceteros rotos llamaron su atención; al salir por la puerta vio a su hijo y su sobrio, ambos de trece años de edad enfrascados en una pelea en la que se tenían atrapados. Felipe su hijo estaba preso en un gancho que su primo Manuel le había aplicado en el cuello, pero logro liberarse aplicando a su oponente un fuerte codazo al estomago, giró y se cuadró en posición de alerta como le había enseñado su profesor de defensa personal.
—¡Ven! Te voy a enseñar a guardar un secreto—.Felipe hablaba con un poco de dificultad; pero conseguía mantener un tono de voz amenazante para su contrario.
—¡NO ES CIERTO, YO NO DIJE NADA!—Espetó Manuel furioso y arremetiendo de nuevo contra su primo, quien le bloqueo el golpe con su antebrazo que además lo sorprendió colocándole un puñetazo con la izquierda que lo hizo tambalear y derrumbarse sobre un tarro de barro en el que había plantado unos retoños de…”Ya no recuerdo de qué eran los retoños”. Pensó Fernando.
—¡BASTA MUCHACHOS!—Grito a todo pecho caminando con rapidez a separar a los adolescentes. La escaramuza continuaba tomando más fuerza ante las constantes exaltaciones de los demás niños, que aun con la presencia de un adulto no cedían de animar a los aguerridos combatientes; el sudor empapaba las camisas blancas del uniforme escolar y se teñían de un color rojizo proveniente de la tierra seca. Manuel, desde el piso aferrándose a una de las piernas de su primo, lo hizo caer donde ambos rodaron por el suelo pateándose y pegándose puñetazos.
—USTEDES, ¡FUERA DE AQUÍ!—Les ordenó el hombre procediendo a levantar a su sobrino, por la cintura con gran esfuerzo, ya que el adolescente continuaba lanzando patadas al otro que intentaba ponerse en pies y continuar la lucha. El hombre logro separarlos a un brazo de distancia.—¿QUÉ RAYOS LES PASA?— Dijo volteando a ver a uno y luego al otro.
Después de una larga pausa sin respuesta de ninguno de los dos, les dijo: —Anden a la casa, hablaremos allá. Y ustedes…—Se volteo a ver a los demás con una mirada amenazante—A sus casas; ya llamaré a sus padres.—Los chicos tomaron sus mochilas emprendiendo la fuga a toda marcha sin terminar de escuchar la amenaza de Fernando.
Ya tranquilizados los jóvenes magullados, sucios, sudados y muy avergonzados, continuo Fernando—¿Me cuentan de qué trato todo eso? ¡Caramba!
Le lanzo a cada uno un paño húmedo para que se limpiaran los raspones y labios partidos. Los chicos no emitían palabras por lo que como padre y tío conocedor de las faja-sones de los chicos le dijo con una sonrisa ladeada.
—A ver qué adivino. ¿Se trata de que Felipe te ah contado en secreto, que le gusta Laurita, la hija de Carmen, y cree que tu lo has ido repitiendo por allí?—Los muchachos sorprendidos levantaron la vista para luego verse entre ellos—¡A que los conozco! No, no me miren así, ese chisme me lo ha contado tu madre, Felipe. El culpable de que tu secreto lo sepa todo el pueblo no es tu primo Manuel; el responsable es Eulalio, que estaba parado tras ustedes en la fila de la heladería cuando se lo dijiste a tu primo, y él lo conto a todo el que quisiera oírle. Ya vez hay tan poco que hacer en este pueblo que hasta con las tontadas de los chiquillos se entretienen.
—¡Pero Eulalio!— Fernando levanto una mano y dijo: —Es el monaguillo y el chismoso del pueblo. Cuando quieras saber algo. Pregunten a Eulalio, el les informa.

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